sábado, agosto 26, 2006

Historia Real

Basado en una historia real (como bien indica el título, osea que no hace falta aclarar, mierda, ya la cagué desde el principio). No, no en la mía ¿ok? Déjense de joder. Si quisiera hablar de mi vida me compraría un fotolog (y una vida, ya que estoy).

La espera se hacía interminable bajo el frío Sol invernal que ya comenzaba a menguar. Una leve brisa perseguía a los pasantes, colándose por todo agujero que encontrara entre sus ropajes, provocando miles de escalofríos a su pasar. Pero a Francisco eso poco le importaba, seguía allí paciente e inmutable, esperando verla aparecer de un momento a otro doblando la esquina, usando un vestido blanco floreado, la primavera de aquel invierno cruel.
Arrepentíase ahora de haber llegado tan temprano pues las rosas que desde hacía casi dos horas reposaban en su mano comenzaban a mostrar los efectos de la falta de agua. Debería haber respetado la hora pactada en vez de asegurarse el ser el primero en llegar, sin embargo la mayor culpa la cargaba ella, quien se daba el lujo de arribar con más de una hora de retraso. Los insistentes mensajitos de texto a su celular seguían sin respuesta, haciendo aún más difícil el soportar la duda de si al fin y al cabo se dignaría en venir.
Desde hacía días, que ansiaba la llegada de aquella cita. Tras semanas de miradas furtivas e indiscretas insinuaciones por fin había tomado el coraje de invitarla, sorprendiéndole no tanto su propio valor, sino el que ella aceptara enérgicamente. “Tal vez todo haya sido una broma” pensó amargamente. Una triste burla de aquel corazón de piedra. “¡No!” se gritó a sí mismo. Hubiese sido un acto demasiado cruel., y por más que su orgullo clamaba a gritos por salvar lo poco que quedaba de él, su corazón le exigía paciencia y comprensión.
“Ya llegará” se repetía sin cesar, queriendo callar las mil voces de su mente que sembraban constantemente semillas de duda. Y mientras tanto el reloj seguía avanzando sin cesar; la manecilla larga, cual verdugo encapuchado, perseguía a la pequeña en busca de su cabeza, y esta, más pequeña y corta de piernas, huía inútilmente por el corredor infinito de las horas. Antes de que el hacha alcanzara una vez más el cuello de la víctima, ella apareció.
“Bien ha valido la espera” pensaba él satisfecho, viendo llegar a su princesa de lentes negros, reemplazando hoy su hermoso vestido por camiseta y blue jeans. Su pelo negro y lacio caía sobre sus hombros de forma ordenada y pareja, el solo trabajo de tener que arreglar su cabellera justificaba toda la tardanza y aún más. Él comprendía, él perdonaba.
“Hola Cami, ¿Cómo estás? Murmuró suavemente, con un hilo de voz. Sus piernas temblaban ya no por el frío. A punto estuvo de besar su mejilla, pero temió mancharla, arruinarla. Fue ella quien besó la suya en cambio.
“Bien, bien. Disculpame que demoré un poco. Se me fue la hora” Confesó ella ruborizada.
“No te preocupes, acabo de llegar yo también.” Mintió, arrepintiéndose inmediatamente. Tal vez fuera mejor que ella supiese lo que estaba dispuesto a soportar para verla, cual Ulises esperando a su dulce Penélope… ¿o era al revés? No importaba, ya estaba allí.
Buscando rellenar el vacío de palabras en que habían caído, preguntó por la suerte de los mensajes, a lo que ella replicó con otra excusa mediocre. Daba igual, para Francisco cualquier palabra de Camila era ley y verdad, sin importar lo que su orgullo, su mente o cualquier órgano que no fuese el del amor le dijeran.
Y así corrió la tarde, entre palabras y silencios pero avanzando siempre, conociéndose de a poco esos mil detalles que se encuentran estando a solas con otra persona. Aunque no se diga nada, aunque no se respire siquiera, un solo gesto vale más que todo eso si es verdadero de la persona. Por fin, cansados de caminar, se sentaron a la mesa de un café pequeño, reposando la lengua ahora solo para beber suaves sorbos del líquido negro.
Fue a la sombra de un árbol, quien sabe cual, plantado pegado a la pequeña mesa que Francisco dio su primer beso. Tímido y rápido en un comienzo, pero profundo y maduro después de que los labios de Camila le devolvieran la confianza. Y así terminó la cita, entre besos y hojas secas aún cayendo del árbol. Es difícil decir cuánto tiempo tardaron en separarse, más fácil es saber a quien le dolió más. Aunque la promesa de un nuevo encuentro dejó un sabor a amor en los labios de ambos.
Así comenzó el noviazgo, que ya presagiaba tragedia, pues las diferencias fueron muchas, demasiadas, desde un principio, no solo en gustos sino en horarios y pensamientos. Y aunque todo marchaba bien en el horizonte había nubes de tormenta. Mas Francisco, ciego, parecía negarse a ver cualquier cosa que amenazara su felicidad.
Durante contados días fueron felices uno junto al otro, o al menos lo parecían ante las miradas de miles de amigos y desconocidos. Las caricias y besos constantes, las periódicas salidas y los miles de llamados cada tarde eran prueba más que suficiente del amor que se profesaban. Y así pasó una semana, y luego otra, y otra más, y Francisco no podía ser más feliz.
Grande fue su sorpresa cuando, en aquella tarde en que se cumplieran 15 días de su primer encuentro amoroso, se encontró una vez esperando junto al mismo ocaso la llegada de su amada. Una vez más el reloj avanzaba inexorablemente, una vez más las dudas y temores, una vez más el celular mudo. Obviamente estaba dispuesto a esperar, como siempre, lo que fuera necesario. Sin embargo las horas seguían corriendo sin que ella diese muestra alguna de existencia y la paciencia de su príncipe comenzaba a menguar. Finalmente apareció, no ella pero si su voz en el frío auricular del celular. Francisco esperaba una justificación, una excusa al menos, que arrancase de su boca palabras de perdón. Mas no hubo excusa, mucho menos disculpa. Solo un discurso inaudito sobre lo distante que era su relación, lo infeliz que era ella y lo muy necesario que era una separación.
Así terminó todo, con cuatro o cinco frases en jerga legalista que rompían su corazón como si fuese un simple contrato laboral. A pesar de todo, Francisco resistió, inexplicablemente, el edificio de emociones que se derrumbaba sobre él, sosteniéndose con la única frase por ella pronunciaba que daba sentido a su decisión: “No estoy lista para una relación”. Con esa idea fija en su mente sobrevivió días y noches sin derramar lágrimas ni dolor, solo una oscura melancolía lo rodeaba sin interferir con su vida, ya no tan feliz sin Camila pero vida al fin.
Mas el golpe de gracia estaba aún tras la puerta y no tardó en dar el portazo que terminó de hundir el corazón de nuestro héroe. Tal golpe tenía la forma de su no tan amigo, pero siempre compañero, Guillermo quien no tardó en ser visto prendido a los labios de Camila pocos días después de la triste separación. “No puede ser” se repetía Francisco incansablemente, convencido como estaba de que la causa del rompimiento era totalmente ajena a él, ahora descubría que de nadie más era la culpa. La tarde en que ella le anunció su definitivo noviazgo con Guille, su mundo se vino abajo.
Es difícil describir lo que pasa por la mente de un hombre al que acaban de apuñalarle el alma. Algunos gritan, otros lloran, muchos buscan venganza y otros simplemente olvidan. Francisco, en cambio, no sentía nada. Su amor desapareció así sin más, tan rápido como había llegado y no lloró, ni gritó, ni buscó venganza. Ni siquiera quiso olvidar lo pasado, simplemente se encogió de hombros y siguió con su vida, consciente de que Camila jamás volvería a estar en ella.
El destino, que jamás ha brillado por su cordura, quiso sin embargo que ambos caminos volvieran a cruzarse cuando Camila, harta ya de su patético Guille, quien no era más que un juguete obtuso para ella, decidiera que Francisco debía volver con ella. Todo el personal de amigos y conocidos se puso en obra entonces, para concretar el reencuentro, pues a nadie le cabía duda de que ambos habían nacido para estar juntos. Y así fue como se concretó una cita, en aquel fatídico lugar del primer encuentro. Pero ahora Camila era quien esperaba, contenta, la llegada del hombre de sus sueños.
Esperaba, esperaba y no paraba de esperar, tanto o más lo que había hecho esperar a su amado. Pero este no aparecía y ella se inquietaba, por la tardanza y el silencio del celular. La verdad es que Francisco jamás se había enterado de la cita, pues todo había sido planeado por amigos de ambas partes, y hasta que por fin llegó a sus oídos el que su princesa lo aguardaba junto al Sol poniente, no pudo sino preguntarse que podría querer ahora esa arpía.
Llegó así sin prisa ni apuro al lugar concretado, soñoliento aún por la incumplida siesta. Ella sonrió aliviada de verlo, y se lanzó a sus brazos buscando sus labios. Grande fue su sorpresa cuando no solo los labios sino también los brazos la rechazaron con firmeza, y al levantar la mirada unos ojos duros le confirmaron su sospecha. “Él aún me ama” había pensado ella. “Nunca la amé” se confirmaba él al ver esa criatura traicionera y soberbia que se hacía pasar por dulce e inocente.
Camila le suplicó volver, reconoció sus mil y un errores y suplicó por su perdón, segura de conseguirlo. Él se limitó a mirarla durante interminables instantes, sin ansiedad, sin disfrutar aquella patética escena. Y al dar su negativa no hubo venganza en su voz, no deseaba herirla, no le importaba ya nada de ella, solo acabar con aquel trámite. Al alejarse tranquilo ni siquiera volteó a observar como ella rompía a llorar. De haberlo hecho podría por vez primera haber visto a la auténtica Camila, libre de máscaras y engaños, la Camila con la que él había soñado, la que había llegado amar sin jamás verla realmente, pero a la que la otra, la falsa, la arpía, había borrado de su lugar en el corazón de él. Y así terminó la historia, con un corazón roto que no fue del que debió ser y un atardecer hermoso, escenario una vez más, de las tragedias que se hacen llamar amor.

Dedicado a un amigo que me cedió el privilegio de escribir esta historia, y al Enrique que siempre lo acompaña.

miércoles, agosto 09, 2006

Las ideas y tu, un manual de autoayuda

Hace tiempo que acá aparecen solo textos serios, que analizan temas existenciales de la vida misma y de un valor literario inestimable, a no, ese era mi otro blog, el que……. se borró. Bueno, como sea, a lo que iba es que ha llegado nuevamente la hora de volver a hablar en joda, porque hablar demasiado en serio cansa y aburre, aparte no quiero que los miles de nuevos fanáticos (léase 5, hasta donde yo sé) que recién conocieron la página se crean que yo soy un tipo sin humor, sería una mala primera impresión. Ojo, con esto diciendo que al leer el siguiente texto, del cual no pueden esperar mucho ya que lo ideé durante una de mis largas charlas con el reloj de la cocina (Larry), ustedes se vayan a reír, más bien significa que yo me reí escribiéndolo. Si ustedes después lo encuentran gracioso y hasta amagan una sonrisa o si terminan de darse cuenta de que lo que su autor necesita es atención psicológica y mucha, mucha medicina, a mí no me interesa, yo escribo porque me gusta y no para complacerlos a ustedes, malditos vampiros chupa piiii……sangre.

Justamente este breve tratado habla sobre la escritura, y lo mucho que cuesta a veces encontrar una idea medio decente para hacer un texto lo suficientemente atractivo como para aparecer en esta página. Algunas veces la idea llega sola, como volando cual zeppelín alemán. Casualmente la mayoría de esas ideas nos agarran en momentos en los cuales se hace imposible anotar de qué se trata y en nuestra desesperación por buscar aunque sea una servilleta donde anotarla, la susodicha cae… cual zeppelín alemán también (que groso el zeppelín, me ayuda con todas las metáforas). Busquemos algunos ejemplos para los incrédulos:

La idea en la toilette (alias: el ñoba)
Nada muy complicado, simplemente a nadie se le ocurre meterse al baño con una birome y un cuaderno (aclaro: es un saber popular que es absolutamente imposible escribir en papel higiénico con una birome) y antes de que pueda terminar de hacer sus múltiples necesidades la idea ya se esfumó entre los vapores de la ducha y otros no tan placenteros. Son muchas de las alternativas que se le ocurren a uno en esos momentos, alguna muy asquerosas por cierto, pero todas son inútiles, hasta ahora el mejor resultado lo obtuve escribiendo con desodorante sobre una toalla, pero cuando ya iba por la mitad me di cuenta de que la idea no era TAN buena como para tomarse tamaño esfuerzo y abandoné la épica tarea. Meses de inactividad después me arrepentí de haberlo hecho.

La idea en la cama
Imagínense que están en la cama después de un arduo día de no hacer nada y por fin están conciliando el merecido sueño. En ese exacto instante donde uno está a punto de dormirse para no volver a despertarse hasta 12 horas después sin interrupciones, en ese momento último de conciencia, aparece la idea más genial para el mejor post en la historia de su blog. ¿Ustedes se levantarían para ir a anotar la idea antes de que se la robe Morfeo (o, en mi caso, Stephen King)? Ni a palos, con lo que me cuesta dormirme.

La idea en el cine
Es muy común estar viendo una película y decir: “huy, eso me da una idea” (acto comúnmente conocido como plagio). Pero entre tanta basura que llevamos en los bolsillos, tanta gente que apenas te dirigís a ellos te callan con un terrible shhhht (los más descorteses también te acribillan con maní), la falta de luz y el exceso de conversaciones, gritos, explosiones, partos, etc. que provienen de esa molesta pantalla gigante; escribir un texto de dos renglones legibles es un suceso casi tan milagroso como el que a Britney Spears le hayan ofrecido actuar de nuevo después de “Crossroads, amigas por siempre” (Sos malo Tincho ¿eh? Sos malo…).

La idea en el asiento trasero de un jeep yanqui cruzando el campamento de Al Qaeda en Irak.
Nunca me ha pasado por suerte, pero al tipo que se le ocurra escribir en esa situación en vez de empezar a rezarle a Alá realmente lo admiraría mucho.

Paradójicamente a todas estas situaciones, cada vez que uno se pone en frente de la pc, máquina de escribir, cuaderno, servilleta, agenda ajena, etc. en busca de inspiración no llega absolutamente nada, y puede que no llegue durante minutos, días, meses, milenios ¡y hasta horas! ¿A qué se debe este suceso? Me habían pasado el número de un famoso psicólogo que podría habernos dado una respuesta satisfactoria, pero dejé la tarjeta en mis otros pantalones y sinceramente no sé donde están (fue un fin de semana muy loco, recuérdenme no volver a mezclar cindor con granadina).

La respuesta a todos estos terribles problemas de la vida diaria es muy simple: dejarse de joder con la escritura y dedicarse a algo más productivo. Pero como escribir es divertido y para otra cosa no sirvo, he tenido que encontrar una solución un poco más rebuscada. Así que ahora, en vez de matarme pensando en una idea genial para publicar en mi blog hasta exprimirme el cerebro o querer pegarme 50 palazos en el esfínter cada vez que me olvido de anotar una idea, simplemente me siento y escribo lo que venga, y si cuando ya voy varios renglones todavía no logré nada decente, borro y empiezo de nuevo. Así paso mis días entre malos inicios y pésimos finales, con la sola ilusión de que algún día logre casi por casualidad crear algo medianamente decente. Lamentablemente este no es el caso, pero lo pongo igual porque me causaron gracia un par de cosas cuando lo releí (me río de mis propios chistes, que bajo he caído…)

Aclaraciones:
- Las declaraciones del autor de que Stephen King le roba las ideas de sus sueños tienen su base en las alucinaciones que este le provoca su medicación. Sepan disculparlo.
- “Crossroads” es una película pésima y berreta y no me voy a disculpar ni aunque me amenacen todas las quinceañeras histéricas y todos los adolescentes (y adultos) babosos del planeta.

sábado, agosto 05, 2006

Renuncia

Vamos a ver, esto no tiene mucho sentido ni siquiera para su propio creador así que ahorrénse los comentarios (que igual no creo que fuesen a aparecer) diciendo que no entendieron un soto porque es más que previsible. Ahora, si sí llegan a entenderlo les ruego que me expliquen por favor. Desde ya muchas gracias.
BTW: También ahorrénse comentarios como "tincho ¿estás estás bien de la cabeza?" porque también los voy a ignorar.


Suenan pasos huecos en el interminable pasillo. El eco rebota contra infinitas paredes llegando a oídos de todos los presentes. Nadie se mueve, nadie levanta la mirada, ya es costumbre escuchar tales pasos y no vale la pena distraerse con ellos. Cada uno sigue con su trabajo, con la mirada fija en su computadora escribiendo y escribiendo sin parar. Solamente uno levanta la vista, alerta a la sombra que se proyecta contra la pared y avanza por su pasillo. El hombre resopla buscando coraje suficiente para levantarse. Parece dudar, mira a su alrededor buscando algo que lo convenza de desistir, pero nada hay en aquel pequeño cubículo que vaya a añorar algún día. Fija sus ojos en el sencillo cartel de bronce con letras plateadas que rezan “Lorenzo Martínez” que descansa sobre su pecho; una pequeña sonrisa parece dibujarse en la comisura de sus labios al releer su nombre. Ya no tiene dudas.
Sale de su celda y comienza a caminar en persecución de la sombra misteriosa que avanza cada vez más rápido hacia una enorme oficina en el fondo del pasillo, de todos los pasillos. Martínez apura el paso temiendo perder la oportunidad de atrapar la figura antes de que se escurra entre el laberinto de cubículos que conforman la enorme habitación. Muchos rostros se giran ahora para verlo, parecen sorprenderse de tan cruel atentado a la rutina diaria, mas nadie se disturba por más de unos pocos segundos, inmediatamente todos regresan a su trabajo negando lentamente con la cabeza. Parecieran saber lo que sucede, lo que no saben es cuanto se equivocan.
Martínez alcanza a la sombra apenas a unos metros de la gran oficina. Pone su mano sobre el hombro de la figura alada y de traje con cierta duda, temor tal vez, como si su acto fuese algo inapropiado, una ofensa tal vez. El ángel de traje se gira lentamente con una sonrisa afable y falsa, sostiene en su mano una taza de café eternamente humeante aún intacto, quien sabe desde hace cuantos siglos. Martínez es quien abre el diálogo.
- Disculpe señor Johnson, ¿tendría un minuto para hablar conmigo?
- Desde luego Lorenzo- replica el otro con un tono afable y confianzudo – siempre tengo tiempo para usted. Dígame pues ¿qué necesita?
- Preferiría pasar a su oficina si no es molestia.
El semblante del ángel parece perder por un momento su apariencia de absoluta tranquilidad, como si el pedido del hombre rozara ya el borde del atrevimiento.
- Por supuesto.- dice recuperando su sonrisa impecable – adelante, pase usted.
Abre la puerta en cuya ventana se leen claramente en letras negras el rótulo “Director general y absoluto” y deja pasar al joven hombre. Pues Martínez tiene poco más de 18 años, a pesar de que en aquel lugar parece ya un hombre maduro, marcado por el tiempo, la experiencia y el cansancio.
La oficina es un palacio comparada al humilde cubículo en que trabajan Martínez y sus miles de millones de compañeros. Una lujosa alfombre roja de casi una hectárea de área recubre el suelo sin dar lugar a una sola imperfección. Las paredes rosa están recubiertas casi totalmente por incontables diplomas, documentos y cartas enmarcadas llevando todas en su base el mismo nombre: “Adolfo Cupido Johnson”. El señor Cupido Johnson los mira con orgullo y satisfacción mientras avanza entre medio de las numerosas obras de arte, plantas, columnas y adornos varios; dirigiéndose al escritorio que se encuentra en el centro de tan impresionante escenario. Detrás del mueble cuelga del invisible techo el escudo de la compañía, representado por el famoso arco y sus dichosas flechas envenenadas. El director general y absoluto se sienta en el hermoso sillón de cuero, indicándole a Martínez que haga lo mismo en una miserable sillita de mimbre que se encuentra en el lado opuesto.
El empleado parece ahora intimidado por tanta magnificencia y duda si es él quien debe dar inicio a la conversación. Finalmente tras varios minutos plagados de guerras de miradas y falsas toses es el Director quien habla primero.
- Si es para esto que usted me pidió reunirse conmigo Lorenzo, puede tomar una fotografía mía y hacerlo el resto del día.- Se regodea de su pésimo chiste con una amplia sonrisa, invitando al otro a hacer lo mismo. Martínez permanece serio, decidido por fin a hablar.
- En realidad señor Johnson…
- Por favor llámeme Cupido.- interviene el otro sin borrar su asquerosa sonrisa. – Ha sido mi nombre durante siglos y espero que la suma de un nuevo apellido (temas puramente burocráticos, se lo aseguro) debería cambiar eso.
Esta vez Martínez sí sonríe un poco para sí mismo, luego continúa. – En realidad señor Cupido estoy aquí para presentar mi renuncia.
Las palabras caen como un balde de agua helada sobre el director, quien no encuentra palabras para replicar tal afirmación. La escena se congela nuevamente, el empleador sin saber que decir y el empleado observando el efecto de sus palabras con una extraña mezcla de satisfacción y temor. El señor Cupido Johnson respira profundamente y toma de uno de los cajones del escritorio un archivo en cuya tapa brilla el nombre de su interlocutor, tras escrutarlo brevemente lo deja cerrado sobre el escritorio.
- ¿Renunciar ha dicho Lorenzo?- exclama finalmente el señor Cupido sin poder ocultar su sorpresa pero intentando no aparentar enojo alguno – Según los registros usted es un buen empleado, no particularmente destacado pero cumplidor, al parecer ha presentando varias quejas en cuanto a las retribuciones por su trabajo y hay quienes se han quejado del ojo crítico con que ve muchas de las decisiones que toma la compañía pero eso es bastante normal para todos los empleados, nada tan grave como para justificar tal decisión. ¿Por qué querría usted renunciar? ¿Qué motivos tiene?
- Simplemente no he recibido de esta compañía las satisfacciones que esperaba obtener cuando ingresé a ella hace ya varios años.
- No tantos, no tantos Lorenzo, fíjese que es usted un hombre muy joven aún, ¿cómo sabe si esas satisfacciones no están aún por venir? Muchos de los empleados más satisfechos han tardado muchos más años de los que usted ha vivido en lograr su objetivo. Y ahora usted, un hombre con todo el futuro por delante quiere echar eso por la borda después de solo un par de insatisfacciones que ni siquiera han sido muy traumáticas que digamos.
- Reconozco que aún no he visto ni lo mejor ni lo peor que encierra este lugar, y que mis fracasos pueden parecer insulsos a la mayoría de los que los analicen, pero son prueba más que suficiente para darme cuenta de que aquí yo no tengo ningún futuro.
En el rostro del Señor Cupido se dibuja una mueca de disgusto, después de milenios de excelente cumplimiento del deber un muchachito recién salido de la cuna osa poner en duda todo su trabajo. Sabe que no puede permitirlo.
- Mire Lorenzo- dice recuperando su falso tono cordial y su asquerosa sonrisa- usted no es el primero en plantearme la misma situación, aunque sí uno de los más jóvenes, y debo decirle que todos aquellos hombres y mujeres que han querido dejar la compañía han terminado regresando a nuestras filas, sabiendo que este es su lugar y que aquí se cumple su destino. Es inútil que se marche.
- ¿Está diciendo que no puedo irme por propia elección? ¿Piensa obligarme a permanecer aquí por la fuerza?- dice Martínez enarcando una ceja. Conoce muy bien el efecto que tendrán sus palabras, ha preparado cuidadosamente cada una de ellas para asegurarse de que cumplan su objetivo. Con estas preguntas desea desarmar a su oponente de cualquier tono amenazador que pueda llegar a tomar. La estrategia surte efecto.
- ¡Por supuesto que no!- Exclama el director con un rastro de miedo en su voz. – Aquí cada uno entra y sale por la propia voluntad. Yo no lo he amenazado de nada, simplemente le explico lo que ha sucedido con los anteriores casos parecidos al suyo.
- Pues entonces si ellos pudieron regresar yo también puedo hacer lo mismo si es que llego a darme cuenta de que he cometido un error, ¿no le parece?
- Pero no será lo mismo Lorenzo, esas personas nunca pudieron retomar su anterior espíritu de trabajo. Nunca fueron las mismas. Yo le digo esto para prevenirlo, quiero ayudarlo a que no cometa un grave error. No me vea como un enemigo aquí, yo estoy de su lado.
- ¿Realmente?- replica Martínez con sorna. Ya ha perdido el miedo y la timidez. Ya no hay vuelta atrás. – Pensé que lo que usted quería era un nuevo diploma colgando de sus infinitas paredes.
- ¡No se haga el listo conmigo muchachito!- Vocifera Cupido dando lugar a la cólera por primera vez en mucho tiempo. – ¡Usted no sabe nada! Cree que por unos míseros fracasos propios tiene derecho a arruinar mi trabajo y mi reputación. Cree que sus intereses están más allá de los de la compañía. Claro que sí, ¿usted es muy importante no? ¿Si no sale todo como usted quiere simplemente renuncia? Yo digo ¿quién carajo se cree que es? Aquí hay millones de empleados que sufrieron todos los males y decepciones que se pueda usted imaginar, pero aquí siguen, luchando por lo que quieren, para alcanzar sus metas, y tal vez algún día lograrán su recompensa. Sé que hay muchos que la obtienen sin merecerlo pero yo no hice las reglas, solo las cumplo. Dígame por favor quien mierda le da derecho a usted para quejarse de esas reglas, de mí y de toda esta maldita empresa. Si quiere renunciar por lo menos tenga una razón valedera y no me venga con idioteces sobre el sufrimiento y el dolor porque de eso ya he escuchado demasiado. Aquí todos sufren, pero no me diga que al final no vale la pena el sufrimiento por aquella esperanza de que las cosas lleguen a buen término.-
Con una vena del cuello a punto de estallar el director Cupido Johnson permanece quieto, rojo en cara, observando a aquel muchacho que logró hacerlo montar en cólera en apenas media hora.
- El problema…- replica Martínez sin perder la serenidad. -… es que yo ya no tengo esa esperanza de la que habla. Ya no busco alcanzar ningún objetivo, ni siquiera lo tengo. Simplemente estoy aquí pasando el tiempo, amargando mi existencia cada vez más sin llegar a nada. Si paso otro día aquí voy a morir de pura frustración. No sé si es la decisión correcta, no sé si algún día me veré obligado a volver. Pero por lo pronto necesito dejar este lugar, me enferma, me destruye, ya no puedo más, siento que no es mi lugar. Es por ello que me marcho, no porque el fracaso me atemorice, sino que es la falta de fracasos y logros, la falta de todo lo que ya no soporto. Por eso creo que lo mejor sea renunciar, así tal vez logre comprender que es lo que no funciona conmigo y si algún día regreso podré cumplir con mi destino o como quiera usted decirle. No culpo a la compañía ni a usted, me culpo a mi mismo por mis limitaciones. Así que no tema por su orgullo ni el de este lugar, tema simplemente que no haya más como yo que desertan sin razón aparente.
- Desearía en cambio que hubiese más como usted Lorenzo.- Dice al fin el señor Cupido suspirando. – A pesar de que aún no entiendo su posición admiro su honestidad, que es lo que más hace falta en este negocio en estos días. Vaya, sé que ya no se puede hacer nada para evitar su partida, parece usted demasiado resuelto. Espero que tenga suerte en su búsqueda o lo que sea que emprenda allí afuera y sepa que si desea regresar su lugar siempre estará disponible. Tal vez esta no sea la última vez que nos veamos.
- Sí, tal vez…- Concluye Martínez sonriendo. No es una sonrisa de victoria, ni tampoco de alegría, no es nada realmente, solo un momento de comprensión hacia su enemigo. – Adiós señor Cupido.
Sale de la oficina sin escuchar la respuesta. Martínez se dirige apresuradamente a su cubículo ante la mirada de asombro de miles de compañeros. Algunos lo ven con temor, como creyendo que se trata de un ente extraño y dañino. Otros con comprensión, saben lo que siente y quisieran poder hacer lo mismo, pero por el temor o la esperanza les impide hacerlo. Otros, lo ignoran, como creyendo que tal decisión no puede ser en serio y que lo verán volver en pocas horas, tal vez así será. Pero nadie lo mira como si fuese a extrañarlo, será solo uno menos, un lugar vacío entre las sombras de miles de millones de otros cubículos. Ninguna mirada añora su permanencia, ninguna le pide que se quede. Eso es suficiente para decidir a Martínez, si nadie lo necesita nada tiene que hacer allí. Llega a su escritorio y observa sus pocas cosas, preguntándose si debe llevarse algún recuerdo. Niega tristemente, no hay nada allí que valga la pena recordar. Con un leve gesto desprende el cartelito de bronce de su pecho y lo deja en su lugar. Al observarlo allí un último pensamiento cruza su mente: “Tal vez”. Sonríe, esta vez de alegría, tal vez… tal vez algún día haya esperanza para él. Y con ese pensamiento se encamina hacia la salida, tarareando a momentos una triste canción de amor.