miércoles, abril 26, 2006

¡Has ganado!

Buenos días, hoy nos hemos reunidos frente a esta cálida pantalla de computadora (si usted está leyendo esto en papel sepa que es un desperdicio de tinta, papel y tiempo el imprimir una incoherencia como esta) para hablar sobre las benditas promociones que todo producto que se respete manda alguna vez en su historia. ¿Quién de nosotros no levanta la tapita de una gaseosa, envoltorio de chicle o hasta el interior de una baguette francesa en busca del ansiado papelito que diga “Te ganaste un (inserte aquí boludez que dan en dichos concursos)”? Se dice que dichas promociones fueron inventadas hace miles de años en china para promover el consumo de arroz, imagino que la promoción debe haber sido algo tipo “con cada compra de 200 kilogramos de arroz usted se gana un automóvil 0 kilómetros”, claro que la gente de la época no tenía la más puta idea de lo que era un auto, menos aún de lo que era un kilómetro y ni siquiera se había inventado el sistema decimal, pero la curiosidad podía más que ellos, como aún sucede hoy en día. Por supuesto ningún chino veía ni la foto del tipo que se suponía que tenía el taller donde alguna vez había trabajado el que había ajustado el embriague del auto en cuestión, como aún sucede hoy en día, pero todos eran felices con solo participar. Ilusos.
La historia demuestra, paradójicamente, que la historia se repite y así sucedió con los griegos los cuales compraban enormes cantidades de vino “Dionisio” porque te si mandabas el envase al Olimpo participabas en el sorteo de 15 entradas para una orgía, casualmente siempre ganaban 14 minas buenísimas y el hijo del dueño de la vinería. Los romanos adoptaron esta costumbre y regalaban orgías en casi todos sus productos, es más, solo por entrar al coliseo te repartían 20 folletos invitándote a varias fiestas de este tipo, en las que por diversas razones terminaban siendo todos tipos, pero bueno, ya sabemos como acabaron estos muchachos.
Así llegamos a la edad media, donde este tipo de promociones adquirió un tono más clandestino. Constaba principalmente en los clásicos productos dobles, es decir, si te llevabas un anillo de oro te regalaban un cepillo para la nena de la casa o un caballito de madera para que el joven noble jugase a asesinar brutalmente miles de campesinos como hacía su papá. Sin embargo la mayoría de estos productos regalo, al estar exentos de impuestos, cobraban un carácter más ilegal, hasta llegar al extremo de que el producto era cualquier boludez para justificar el regalo, algo así como “compre este pedazo de pasto a 200 pesos y de regalo llévese este hermoso frasquito con veneno”. Encima cuando los historiadores se preguntan de donde venían tantas pestes y epidemias culpan a las pobres e inocentes ratas.
Durante el renacimiento a estas promociones infames se les unió un aliado poderoso, el marketing. ¿Quien podía resistirse a pagar 10 mangos extra por esa hermosa colección de platos de porcelana que aparecía pintada en un cuadro digno de artistas de la talla de da Vinci, Botticelli, Rafael Nadal o el mismísimo Ronaldinho? Después cuando uno recibía tres platos de plástico, todos distintos y con la figura de Barney el dinosaurio (sí, pongo una referencia a este maldito bastardo cada vez que puedo) pintada se ponía a pensar que demonios había pasado, pero ya era demasiado tarde para quejarse, aparte si pensabas mucho te agarraba la inquisición y ¡a la hoguera!
Así llegó la edad moderna, los medios de comunicación masiva, la propaganda subliminal y el rey de las promociones inútiles: Tevé Compras (productos pensados para su satisfacción cuando les pase por arriba con una aplanadora), mejor conocido como el “¡Llame ya!”. No hace falta decir que esta última época reúne todas las peores cualidades de las anteriores, aumentadas por los recursos de la tecnología moderna (como el tipo que te reparte folletos por la calle). Veamos ahora algunas de las características de las promociones actuales:

El límite de vencimiento: esta estrategia es muy común. Se trata de poner una promoción a un producto con límite de vencimiento en una fecha dos días posterior a cuando el producto sale a la venta. Así la gente ve el embase de galletitas que dice “junte mil paquetes y llévese una cartuchera firmada por Moria Casán” y comienza a llenar su despensa de paquetes cuyo contenido termina muchas veces en la basura. Para cuando milagrosamente alcanza el número necesario, descubre que la promoción finalizó hace 4 años pero que igual siguen sacando el paquete con la promoción anunciada en la tapa (esto no es solo una estrategia comercial, muchas veces simplemente les da paja cambiar el diseño).

El “ya se llevaron el premio”: uno soporta largos meses de consumo de alguna porquería que ni siquiera les gusta solo para sacar el cartoncito que les dice que se ganaron otra porquería que encima es inútil. Cuando van al kiosco, kiosko, quisko, quiosquito, maxi-kiosco, kiosco de Rubén o tienda de la esquina a cambiar el cartoncito les dicen que se terminaron. A continuación sigue la trágica escena del tipo colgándose una piedra del cuello y saltando al Támesis en un acto de desesperación.

La publicidad miente: Muchas veces el increíble pela papas a energía solar que nos mandan gratis con la aspiradora de bolsillos (no confundir con “de bolsillo”, son cosas completamente diferentes) no resulta ser tan magnífico. Empezando porque nos rebana los dedos y se lanza contra nuestra yugular cada vez que lo prendemos, también gasta una pila tamaño D en 2 minutos y se le quema el cablecito cada vez que se lo acerca a una papa real. Tanto el pela papas como la aspiradora (que la quedó porque no se le puede introducir polvo) terminan en un cajón lleno de basura similar que no tiramos porque nos da vergüenza admitir la forma en que desperdiciamos nuestro dinero.

Después de este breve resumen de la estafa de los concursos vamos a aclarar lo que quise plantear en un principio en el título de este invaluable manuscrito: ¿Qué pasa cuando uno gana un premio medio decente? No hay mejor forma de explicarlo que con un ejemplo de la vida real totalmente inventado:

Hace algunos meses y por esas casualidades de la vida resultó que, habiéndome comprado una gaseosa de 600cc de una marca poco conocida que no voy a nombrar para que no me manden a sus abogados a chuparme la sangre (sé lo que pasó por sus cabezas, tienen la mente pervertida), miré el reverso de la tapita y descubrí, oh gran alegría, que me había ganado un televisor de 29 pulgadas (osea, bastante grande). Muy feliz conmigo mismo corrí hasta mi casa para llamar a la compañía y preguntar como podía retirar mi premio, ahí empezaron los problemas. Este fue el diálogo con el primero de los muchos recepcionistas que me atendió.

Recepcionista 1: ¿quién es? (en tono de “me agarraste en la mitad de una actividad manual”)
Yo: Esteeeee… llamaba por lo del concurso del televisor… (la comunicación telefónica no es muy fuerte, se podría contar como una de mis muchas discapacidades).
Sr. Manuela: Sí, ¿qué querés?
Yo: Bueno, es que acabo de encontrar la tapa ganadora.
Sr. Escéptico: No puede ser (eso ya no era una buena señal). Qué culo que tenés pendejo (esto en vez de reconfortarme me puso más nervioso todavía).
Miedoso: bueno, gracias. Es que quería saber cuando y donde puedo retirar el premio.
Sr. Desinformado: Ah, ni idea, tenés que llamar al número de información.
Gran Miedoso: ¿y no es este?
Sr. Excusa: Bueno sí, pero es que esto es más para atención al cliente viste, entonces medio como que no sé mucho de eso, probá a llamar más tarde a ver si alguien te puede decir algo.
Enorme Miedoso: Está bien pero, este… me podés dejar tu nombre así cualquier cosa pregunto por vos (Yo interno: te voy a hacer echar pajero de mierda).
Sr. “Regreso a mi” Manuela: piiiiiiiiii

Después de varios llamados atendidos por el mismo tipo y una gran serie de discusiones y amenazas, por fin 2 días después me atendió otro recepcionista, un sujeto de voz afrancesada.

Recepcionista 2: Hola, ¿qué necesita?
Yo (tomando confianza): Hola, encontré la tapa ganadora de su concurso, el del televisor, necesitaba saber como y cuando podía retirar el premio.
Recepcionista 2: Ay, ¿sabés que no tengo ni idea? Esperame un sec que te derivo con una chica amorosa que te va a decir todo lo que necesitás.
Yo: Gracias.
30 minutos de la 9ª sinfonía
Recepcionista 3: Buenas tardes.
Yo: Hola, encontré la tapa ganadora de su concurso, el del televisor, necesitaba saber como y cuando podía retirar el premio.
Recepcionista 3: Ah, vos sos el que me pasó Javier… mirá, tenés que llamar a este número (me da el número), ahí dejás tus datos para que te manden el televisor.
Yo: ¿y no me van a pedir ningún comprobante ni nada?
Recepcionista 3: Llamá allá y preguntá. (piiiiiiii).

Llamo al número nuevo

Máquina contestadota: (no hace falta aclarar, ¿verdad?)
Yo: (dejo mi número y aclaro que acabo de ganarme un puto televisor y me gustaría poder verlo antes del nuevo milenio)

Hora y media después suena el teléfono

Recepcionista 4 (el amo del sistema): ¿Hola?
Yo: hola ¿Quién habla?
R4 EADS: Hola
Yo: hola ¿Quién habla?
R4 EADS: ¿Hola? ¿Hola?
Yo: Hola, ¿¿Quién habla??
R4 EADS: ¿¿¿Hola???
Yo: ¡¡¡¡¡¡¡¡¿Quién carajo es?!!!!!!!!!!
R4 EADS: Hola, sí, te llamo de (compañía de bebidas con abogados vampiros). ¿Vos sos el que llamó para decir que había ganado el concurso?
Yo: Sí, quería saber co…
R4 EADS: Sí sí, mirá, primero dame el número del código de tu tapita a ver si corresponde.
Yo: (se lo doy, me sorprendió que fuese tan fácil, pobre de mí).
R4 EADS: Listo, es auténtico. Lo que tenés que hacer ahora es dejarme tus datos y venir acá a la central en (la loma del orto). Traés tu tapita, comprobamos tu documento para ver si está todo bien, si sos mayor y sos legal acá en Argentina (grave error eso de dejar dicho que era uruguayo). Si todo está bien en 2 meses vas a recibir el televisor, ¿entendiste?
Yo: Digamos que sí.
R4 EADS: Listo, dame tus datos por favor.
Yo: (le doy los de mi viejo porque no me da la cara para agregarme 5 años en el documento)
R4 EADS: Todo listo. (pip)

Pocos días después mi viejo fue al susodicho lugar donde comprobaron sus datos y le prometieron que el televisor llegaría en 3 meses.
1 años después recibí un televisor de 11 pulgadas del año 60, el cual tuve que tirar porque no tenía control remoto y eso de pararme a cambiar el canal no va con mi forma de ser.

En fin, con estos tipos no se puede ganar, mejor comprar productos sin ninguna promoción y ahorrarse la plata para comprar un billete de lotería o gastar todo en un casino, ahí tendremos mejores chances de ganar algo que en esas estúpidas promociones.
Fin de la transmisión.

domingo, abril 02, 2006

Capítulo 5: Actividades extracurriculares

Bueno, lo pongo aparte porque si sigo sumando en el otro nadie se va a gastar en leerlo asumiendo que no hay nada nuevo. Como podrán apreciar este capítulo es mucho más lasrgo que los anteriores así que para todos los que me putearon porque no salía el quinto (que serán como mucho 2 personas), un "Já" grande como mi ego. Disfrútenlo (o mueran).

Ningún detective frustrado que quiera ser reconocido como tal puede vagar por las calles de la gran ciudad sin un sobretodo viejo y derruido, es prácticamente una ley universal. Nadie jamás se ha atrevido a oponerse a ella por miedo a contrariar poderes que se encuentran más allá de su comprensión. Sin embargo, a mí no me alcanzaba la guita ni para una foto del impermeable, así que mandé al carajo la ley universal y me puse un buzo negro y un gorro de lana. Más que un detective parecía el marine del commandos (Nota del autor: si usted nunca ha jugado al commandos solo imagínese un francés con buzo negro y gorro de lana, no es tan difícil).
El día era frío y nublado, poco adecuado para la época pero perfecto para que nadie se ponga a criticar mi manera de vestir. Pocas habían sido las veces, durante los meses que precedieron la llegada del caso, en las que había salido de mi pequeño mundo. En general esas cortas incursiones eran principalmente para buscar provisiones y para descargar el balde que servía de desaguadero de mi baño. Debido a esto ya nadie en las calles recordaba mi rostro, y muchos menos mi nombre, de la época cuando era un simple policía barrial; así que lo primero que debía hacer era renovar las viejas conexiones con los siempre útiles informantes y los siempre desagradables soplones. Para encontrar un poco de ambos no había mejor lugar que el Bar de Gino, aquel antro que solía proveerme el alcohol donde ahogar mis penas y los baños para sacarlas completamente de mi sistema.
El Bar de Gino aún se mantenía de pie en la mitad de una cuadra plagada de casas abandonadas, puteríos, firmas legales y demás antros llenos de inmundicia humana. El dueño del lugar, un sujeto flaco y pálido llamado Cásper, había sido en una época lo más cercano que había tenido de un amigo, por el simple hecho de que me daba bebida gratis a cambio de información, la cual la mayoría de las veces resultaba ser equivocada o simplemente inventada. Cásper tenía una enorme red de informantes por todo el bajo mundo de la ciudad, nada sucedía en esas calles sin que él lo supiera, gracias a ella podía saber cualquier cosa, desde la ubicación del juguete perdido del pequeño Timmy hasta la identidad del asesino de Kennedy, pero su información siempre tenía un precio, un precio que yo por supuesto no podía, ni estaba dispuesto a pagar.
Entré al bar disimuladamente, los ex policías nunca contamos con demasiado amor entre la clase de gente que concurre a un bar de mala muerte ya que inspiramos igual asco pero ya no tenemos una comisaría entera para protegernos. A pesar de mis temores nadie pareció reconocerme, tal vez estuviesen esperando a que llegara al centro del bar para así cortarme la retirada y destrozar mi pobre cuerpo entre todos pero para cuando llegué a la barra no había sucedido nada así que me di por salvado y di pequeños saltitos de alegría. Me senté en la barra y busqué al dueño con la mirada. Estaba ocupado atendiendo a un par de sujetos con sobretodos negros, lentes negros, sombreros negros y podría apostar a que estaban usando ropa interior de los Teletubbies. Apenas Cásper me vio sentado en el último banco de la barra su rostro se iluminó con malicia y antes de que pudiese decirle una sola palabra él exclamó:
- ¡Oficial García! ¡Hace tanto tiempo que no lo veía por aquí!
No tuve tiempo de hacer nada, centésimas de segundos después de que terminara la frase una botella de whisky cuyo sabor aún puedo recordar se estrelló contra mi rostro y la mitad de los sujetos que infestaban el lugar, junto con un par de ratas que pasaban por ahí, se abalanzaron sobre mí y me sacaron el alma a fuerza de golpes. 10 minutos después todos olvidaron por qué me estaban golpeando y volvieron a sentarse.
Con mucho esfuerzo logré incorporarme y sentarme nuevamente en mi banquito, años de golpizas y hemorragias internas me habían dado una especial capacidad en recuperarme fácilmente de este tipo de ataques.
- Sos un hijo de puta.- le dije con todas las ganas a Cásper, transgrediendo todas las reglas de la literatura y utilizando un insulto criollo en vez de un “bastardo”, “maldito” o “pillín”.
- Yo solo quería saludar a un viejo amigo al que no veía desde que se le metió en la cabeza ser uno de esos detectives privados que viven la vida en blanco y negro.- al ver la expresión de mi cara agregó –Además te la debía por la última vez, cuando me pasaste el dato sobre el cargamento de droga de los belgas de la calle Panecillos. A los colombianos no les cayó demasiado bien cuando descubrieron que acababan de secuestrar un cargamento de harina, y encima de mala calidad. Terminé tragando más agua de inodoro que el pez dorado que vive adentro.- El infeliz siempre tenía una de esas viejas anécdotas para echarme en cara.
- Bueno, bueno, no sabías que era tan rencoroso. Pensé que el dato era cierto y que sería un buen regalo de despedida- mentí descaradamente.
- Me imagino. Pero aún así, olvidemos el pasado, ¿qué lo trae por aquí señor detective “Robredo”?- puso especial énfasis al pronunciar mi falso apellido.
- Mi primer caso. Se trata de la hija de un eminente hombre de negocios que se metió en el mundo de la droga y su papi cree que eso le dará una mala imagen para la campaña.
- Se trata de la familia Bonanzini, ¿no?- dijo tranquilamente.
- ¿Sabés algo?
- Tengo un par de contactos que saben bastante, pero te va a costar.
- ¿No puede ser un regalo de reencuentro de viejos amigos?- le pregunté poniendo mi mejor cara de perrito mojado, ante lo cual Cásper dio un respingo de asco.
- Para empezar, no veo nada en nuestra relación que se asemeje a una amistad. Segundo, el regalo es lo que te acaban de repartir los muchachos hace un rato.
- ¡Sangre en los riñones! Que detalle, no te hubieses molestado.- le dije haciendo uso de mi fabuloso sarcasmo. Después agregué: - ¿Cuál es tu precio? Plata tengo poca pero te puedo pagar con algún favor de esos que tanto necesitás.
- En realidad sí hay algo que necesita de tus capacidades. Un hombre extranjero, que obviamente no sabe como funcionan las cosas en esta ciudad, me pidió un par de datos que yo muy gentilmente le suministré. Lamentablemente hace un par de meses que dicho señor se viene olvidando de pagarme lo que me debe y bueno, pensé que debía enviarle algún recordatorio. Yo no puedo ensuciarme las manos mezclándome en esos asuntos, es malo para el negocio, pero si vos lo hacés te paso la información que necesitás gratis.
No lo pensé dos veces, en general Cásper vendía su información a un precio mucho más alto, una ocasión así no era para desaprovecharse.
- Muy bien, es cosa resuelta. ¿Quién es el señor en cuestión y cuánto te debe?
- Acá tenés el nombre y la dirección.- dijo pasándome una servilleta escrita con pésima caligrafía. – La cantidad es de 10.000 dólares, en efectivo.
Ahora entendía por qué Cásper cambiaba valiosa información por ese favor, conseguir 10.000 dólares de alguien es cosa de jugarse la vida en esta ciudad.
La dirección no era muy lejos así que una vez más caminé. La dirección me llevó ante las puertas de una casa bastante grande, protegida por rejas y un gran portón custodiado por un solitario hombre. A él me dirigí.
- Disculpe estimado señor, estoy aquí para hablar con el señor Fibrosa, ¿sabe usted si se encuentra en este momento?
El tipo, descolocado por mi extremadamente educada forma de hablar dudó un segundo, luego, utilizando el mismo tono educado, preguntó -¿Y por qué desea usted, gentil señor, hablar con mi empleador, el señor Fibrosa?
- Vengo de parte de un tabernero de nombre Cásper quien, muy a mí y su pesar, desea recordarle al señor Fibrosa la deuda que este tiene con él por cierto servicio que le ha prestado.
- Espere un momento.- dijo el cortés guardia mientras tomaba su radio y repetía exactamente lo que yo acababa de decirle. Tras una breve espera durante la cual escuchó la contestación del otro lado de la radio me miró.
Antes de darle tiempo a que dijera nada hablé yo: - Disculpe, ¿le molestaría mucho que fuese solo en la cara? Es que tengo los riñones un poco débiles.
- No hay problema.- contestó. Tras lo cual me golpeó despiadadamente en el rostro con su puño, armado con una serie de anillos de acero.
Como dentro de todo se ve que le había caído bien solo me pegó un par de veces más hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté habían pasado un par de horas y la sangre que había salpicado por toda la vereda ya estaba seca. Me incorporé sin dificultad y me dirigí a ver a la única persona que podía ayudarme en una situación como esa.
Ese hombre era Jeremy Anderson, un ex convicto inglés de 2 metros, cuyo puño solamente era más grande que la cabeza de la mayoría de las personas. Después de muchos años de haber trabajado para distintos jefes, los cuales siempre terminaban presos, muertos o simplemente no le pagaban suficiente, Jeremy descubrió que la mejor forma de hacer valer sus múltiples talentos era haciendo favores a cambio de dinero. No importaba si se trataba de tráfico de droga, asesinato o golpear a algún pervertido sexual, él siempre cumplía, nunca hacía preguntas y más valía que uno le pagara lo que le habían prometido. Contrariamente a o que uno pensaría a primera vista era un tipo bastante inteligente, hasta tenía un diploma de Oxford en letras y asesinato serial. A pesar de que nunca le faltaba trabajo vivía con escaso dinero, principalmente porque invertía gran parte de su fortuna en alcohol, prostitutas, coimas y jugando al Counter Strike en cybercafés. Sabía como funcionaban las cosas en la ciudad y hasta se podría decir que varias de las leyes callejeras que todos seguían habían sido impuestas por él. Lo conocí en mi época de policía, en una ocasión en que lo habían arrestado por un total de 24 crímenes de los que resultó inocente mediante coimas y más coimas. A mí, que me había tocado el turno de guardia mientras él estaba encerrado, me había tomado un cierto cariño y cuando salió libre me ofreció sus servicios para cuando los necesitara. Más de una vez lo había llamado para que cumpliera actos de venganza personal que yo era demasiado cobarde para realizar.
Jeremy no tenía residencia fija, dormía cada noche en un lugar diferente, pero por esas horas de la tarde se lo podía encontrar en la esquina de las calles Tetra y Cantautor, esperando a que su cyber favorito abriese sus puertas. Allí estaba cuando, habiendo recuperado el uso de mis piernas, llegué al bendito cruce de calles.
- Hola Jeremy, ¿cómo has estado?- lo saludé tímidamente.
- ¿Y vos quien sos?- me preguntó con voz áspera.
- ¿No te acordás del policía pelotudo que te pasaba las porno a la celda una vez que estuviste en cana?- dije adoptando un tono más confianzudo.
- Aaaa, sos vos García. ¿Cómo va todo? Escuché que ahora sos uno de esos detectives chantas.
- Exactamente, y ahora me lamo Robredo, no García, ya hay como 40 detectives García en esta ciudad, tengo que diferenciarme.
- Muy bien, pero basta de presentaciones, vamos al grano.- dijo cortante - ¿Qué te trae por aquí?
- Te tengo un pequeño negocio rápido de cobro de deudas de parte de Cásper.
- ¿Cuánto va a tardar? Esto ya abre.- indicó el local a sus espaldas con su macizo pulgar.
- No más de 30 minutos. Son 100 mangos fáciles.
- Muy bien. Vamos.
Nos encaminamos nuevamente hacia la casa del señor Fibrosa, interrumpiendo la marcha solamente para tomarme el tiempo de escupir un poco más de sangre. Una vez frente a la reja saludé gentilmente al guardia antes de que Jeremy lo estampara contra el piso tan fácilmente como uno se raja un pedo. A continuación trepó ágilmente la reja y mientras yo lo seguía torpemente se deshizo otros dos guardias armados y entró a la casa bajando la puerta de una patada. Yo entré tranquilamente siguiendo el ruido de golpes y muebles destrozados, ocasionalmente se oía algún grito. Me detuve frente a una puerta cerrada desde donde se podía escuchar claramente la conversación.
- Pague lo que le debe a Cásper señor.
- Yo no le debo nada... (Grito de dolor).
Durante unos 5 minutos me dediqué a ver los cuadros en las paredes de la sala conjunta a aquel provisorio cuarto de torturas. El mirar pinturas de barcos navegando al tiempo que escucho los quejidos de algún hombre poderoso realmente me tranquiliza. En realidad llamar a Jeremy había mi plan sido desde un principio, solo había hecho esa ridícula primera a visita al señor Fibrosa porque necesitaba tener una excusa para después haber utilizado la violencia, de otra forma hubiese perjudicado a Cásper. Podré ser un imbécil en muchas cosas pero conozco muy bien las reglas de la calle.
Cuando por fin finalizó la tortura Jeremy salió limpiándose la sangre del señor Fibrosa, quien aparentemente había quedado inconsciente, que manchaban su ropa. Me entregó una bolsa de supermercado con billetes de distintos valores adentro.
- Está todo, lo conté yo mismo.- me dijo Jeremy. No me atreví a contarlo nuevamente, hay que estar loco para contradecir a un tipo como él.
- Muy bien, nos vemos entonces.- le respondí al tiempo que le entregaba dos billetes de 100 de la bolsa.
Me encaminé hacia el Bar de Gino sintiéndome orgulloso de mí mismo, mi sentido de supervivencia en las calles no estaba del todo oxidado. Cuando llegué al bar Cásper me recibió con una sonrisa y una cerveza espumosa.
Tras contar el dinero y notar los 200 faltantes simplemente preguntó: -¿Jeremy?
- Sip.- contesté mientras saboreaba mi cerveza.
- Buena elección. Fácil, barato y rápido.
Una vez guardado el dinero y terminada la birra, Cásper me entregó una carpeta con todo lo que necesitaba saber sobre las actividades extracurriculares de la señorita Bonanzini y personas a las que podía dirigirme para conseguir más información.
- Adiós. Un día de estos vuelvo por acá.-dije al tiempo que me llevaba toda la comida de la barra que estuviese a mi alcance.
- Un gusto hacer negocios contigo.
De nuevo en mi querida oficina revisé un poco la información que me había dado Cásper. De pronto vi sobre mi escritorio los papeles que me había dejado Tony y me asaltó una gran duda. Comparé los dos pares de hojas y pude comprobar que eran exactamente iguales, sin duda Cásper era quien había proporcionado la información al señor Bonanzini y el muy hijo-de-su-madre-que-se-llama-Clotilde no me dijo nada.
“Bueno, por lo menos me tomé una cerveza gratis” pensé al mismo tiempo que masajeaba los múltiples moretones y heridas que cubrían mi cuerpo.