jueves, marzo 30, 2006

Pétalos

Caminando por los prados sin ninguna razón aparente, pensando en mi dulce dama y si algún día llegaría a quererme, me crucé con una flor muy solitaria, y respondiendo a algún instinto que seguramente quedó oculto en mi subconsciente desde algún trauma de mi infancia, la recogí y comencé a arrancar sus bellos pétalos. Y con cada uno de ellos que volaba, una nueva respuesta surgía a mi tan ansiada pregunta: ¿Por qué ella pasa tanto tiempo conmigo?

Pétalo 1: Me ama.
Pétalo 2: No me ama pero no se da cuenta.
P(étalo) 3: Me quiere como a un amigo (gay).
P 4: Me tiene las re-ganas porque estoy re-fuerte, me la re-banco, soy re-groso y re-abuso del “re” hasta re-desvirtuarlo.
P 5: Quiere acercarse a mí porque es una agente antinarcóticos encubierta que sospecha que mi familia pertenece al cartel de Juárez.
P 6: Le parezco repulsivo pero cree que no puede conseguir nada mejor que yo.
P 7: Me usa para poner celoso a su antiguo novio, Jeff, el mariscal de campo del equipo de football y el chico más popular de toda la secundaria Thompson, que tiene las mejores calificaciones y todos admiran, respetan y adoran aunque secretamente quieren meterlo en una picadora de carne gigante; pero que la abandonó porque se la come doblada.
P 8: Ama mi escaso dinero.
P 9: Me quiere usar para experimentar con mis órganos antes de que termine de arruinarlos.
P 10: Piensa que si está conmigo las demás personas pensarán que es sensible.
P 11: Solo me quiere como su rival de backgammon extremo.
P 12: Me trata como si le importara para que le ponga una firma en el fotolog de su coatí.
P 13: Cree que si pasa suficientemente tiempo conmigo la idea de unirse a la legión extranjera será más aceptable.
P 14: Está conmigo solo para ver si logra averiguar por qué yo quiero pasar tiempo con ella.
P 15: Es una extraterrestre que vino a investigarme antes de llevarme a su planeta natal y meterme una sonda por el-que-te-dije.
P 16: Quiere averiguar el secreto de mi fabuloso peinado.
P 17: Me ve como su tesis de psicología.
P 18: Solo se acerca a mí porque su madre cree con toda razón que soy una mala influencia.
P 19: Es adicta al olor que se desprende de mi sucio cuerpo.
P 20: Me habla solo para luego burlarse a mis espaldas con todos sus verdaderos amigos cuyo único fin en la vida es reírse de mí.
P 21: Admira mi capacidad de encontrar flores con un increíble número de pétalos.
P 22: Me quiere para que le alcance cosas que están en estantes altos.
P 23: Cree que soy miembro de una secta adoradora de los pretzels a la que ha intentado entrar durante toda su vida.
P 24: Está conmigo porque cree que soy Jerry Seinfeld, aunque se pregunta por qué aún no he dicho un solo chiste bueno.
P 25: Me ve como su proveedor de música pirata.
P 26: Piensa que le enseñaré a mover cosas con la mente.
P 27: Nunca lo averiguaré si sigo buscando la respuesta en una estúpida flor.

domingo, marzo 05, 2006

Uno de detectives

Después de muchos poemas, historias, cuentos cortos, anécdotas y demás boludeces que este blog ha presentado he aquí su primera novela. Por supuesto que esto está recién empezado, solo están los dos primeros capítulos, pero a medida que pase el tiempo iré agregando lo que vata escribiendo, ¿y quien sabe? Tal vez algún día hasta la termine. Mientras tanto ojalá que disfruten de esta pequeña creación y que me ayuden a saber si realmente vale la pena darle una continuación. Saludos, el autor (osea yo).

Título de la novela: En progreso

Capítulo 1: Humos de la oficina

Estaba solo en mi oficina que por aquella época se encontraba en el 4º piso de un edificio ubicado en el cruce de la calle del infierno con la avenida del demonio, una de las zonas más alegres de la ciudad. Bandas de vándalos, adolescentes adictos a la coca y probablemente a la popsi, infestaban el lugar como ratas en una quesería, las metáforas nunca fueron mi fuerte. Por las noches las calles estaban desiertas pues todos sabían que el diablo caminaba por la calle del infierno, rumbo a una licorería a tres cuadras de la plaza donde se ponía en pedo y armaba una joda tremenda, eso sí, era una joda diabólica. En aquel barrio las mujeres no podían tener hijos, sin embargo muchos sospechaban que eso se debía más a los desechos radiactivos diseminados por las calles que a la presencia diabólica. Nunca se supo de una mujer de aquella zona que antes de cumplir los 16 años no fuese violada por el mismísimo Satanás, aunque sorprendentemente el presunto Lucifer siempre terminaba llamándose también Carlitos o Fabio. En fin, era una zona bastante agradable una vez que uno se acostumbraba al poderoso aroma fétido que distinguía al barrio.
Y allí me encontraba yo, balanceándome en mi silla y pensando cuanto tiempo más tardaría en caerme, cuando por fin alguien llamó a la puerta. Es difícil describir la alegría que uno siente cuando, después de meses sin que aparezca un maldito cliente, alguien toca la puerta. También es difícil describir la paja que a uno le da levantarse después de meses de no mover el culo de la silla ni para dormir, mucho menos pa comer. En fin, tras varios minutos de esfuerzo logré caerme de la silla, y un par de minutos más tarde ya había logrado levantarme. Cuando alcancé la puerta tanta era la emoción que sentía que no pude contener las ganas de ir al baño. Unos cuantos minutos después volvía a estar frente a la puerta detrás de la cual un impaciente cliente, no sin razón, azotaba la puerta con furia. Finalmente extendí mi huesuda mano y abrí la puerta.
Frente a mí apareció la figura de una mujer de unos 30 años, rubia, de labios carnosos, para hacerla más corta: estaba que se partía en ocho, y lo que es mejor, parecía tener mucha guita. Me miraba como si me tratase de un chicle en la suela de su costoso zapato, asqueroso pero imposible de separarse de él, se notaba a un kilómetro que me tenía ganas. Todo era perfecto, esta era la razón por la que había entrado a la escuela de detectives, para que una hermosa rubia me encargara alguna misión pedorra que llevaría a cabo arriesgando mi vida inútilmente varias veces y como recompensa se casaría conmigo y me llevaría a vivir a su mansión para que nunca más en mi vida tuviese que mover un dedo que no fuera el que sirve para cambiar el canal del televisor de 50 pulgadas con el control remoto. Mi vida estaba resuelta.
Mientras fantaseaba con todos los castillos de cartas que construiría una vez que esa hermosa rubia me mantuviese, su angelical voz me interrumpió de súbito.
- ¿Este no es el consultorio del Dr. Hemorragia no?- Mis castillos de cartas se vinieron abajo.
- No. Me temo que se encuentra dos pisos más arriba- dije muy educadamente mientras pensaba “Maldita bastarda, dame tus millones”.
- Muchas gracias…- se quedó oliendo el aire mientras pensaba en alguna frase ocurrente para rematar la conversación -… que olor tan peculiar hay aquí ¿no le parece?-
- Es todo el barrio- respondí poniendo mi mejor cara de matador y tratando de no pensar que el olor en realidad provenía de la atrocidad que acababa de realizar en el baño. Igualmente continué mintiendo – con el tiempo uno se acostumbra.-
- Debes ser un hombre muy duro para soportarlo.- dijo poniendo su mejor cara de gato. Ya no era joda, esta mina me estaba tirando onda posta, nunca hubiese creído que podía ser posible, la sola idea de que mi maravillosa fantasía se hiciese realidad me hacía dar saltos de alegría… literalmente. Tal vez fue eso, o el hecho de que se dio cuenta que yo no estaba usando pantalones, lo que la hizo salir corriendo escaleras arriba. “Igualmente no habría funcionado” fue lo que me dije para sentirme mejor.
Con los pantalones nuevamente puestos y la seguridad de que nadie volvería a tocar la puerta en por lo menos una semana decidí regresar a mi extremadamente entretenida actividad de balancearme en mi silla. Hacer eso realmente libera mi niño interno, el cual generalmente se encuentra en un oscuro lugar de mi mente consumiendo crack y haciéndome creer que mi infancia fue algo mejor que el infierno que viví en el maldito orfanato de Childrenmeat. Cada una de las cicatrices de mi espalda corresponde a una noche pasada en ese asqueroso lugar… tan frío… tan solo… daban ganas de tomar un cuchillo y masacrar a todos y cada uno de esos hijo de… Volviendo a nuestra historia, me encontraba una vez más en mi oficina, solo, sin trabajo y con la seguridad de que la situación no cambiaría por un largo tiempo o hasta que por fin alguno de mis enemigos imaginarios lograra acabar con mi miserable existencia. El sonido de un nuevo golpe sobre la puerta fue lo último que esperaba escuchar, sin embargo allí estaba.
Tal fue la sorpresa que perdí control de mi silla y caí estrepitosamente al suelo. Esta vez logré reincorporarme con una agilidad digna de un anciano con cadera artificial. En esta ocasión no titubeé al abrir la puerta aunque, por si se trataba de la rubia de antes, me aseguré de que mis pantalones estuviesen en su lugar. Todo en orden.
Para mi enorme decepción tras la puerta había un hombre gordo de edad avanzada y escasa talla, que vestía un sobretodo beige, como odio ese color, nunca entiendo si es amarillo o marrón, da igual, no viene al caso. Era sin duda el exacto opuesto de la mujer que había venido antes, y lo que era peor, parecía no tener dinero, y lo que era aún peor, parecía haberse dado cuenta de que el olor que impregnaba la habitación no era el que venía de la calle. Recé con todas mis fuerzas que fuese otro paciente perdido del Dr. Hemorroides. No sé por que siempre recurro al rezo en situaciones inútiles.
- ¿Es usted el Detective Robredo, especialista en crímenes paranormales?
- Soy yo. ¿Quién me busca?- Respondí intentando imitar la actitud de algún personaje famoso de dudoso origen.
Tanto mi apellido como mi especialización los había inventado en un intento desesperado por darme un toque de distinción de los demás detectives con oficinas en un cuarto piso de un edificio en un barrio que huele peor que un caballo muerto. Intento que naturalmente demostró ser un rotundo fracaso a la hora de conseguir clientes.
- Mi nombre es Aurelio Hárisson, mucho gusto señor… perdón, Detective Robredo- confesó, al tiempo que estrechaba mi mano. La cual luego limpié disimuladamente con mi pantalón. – Estoy aquí para ofrecerle un caso.-
Realmente me costó un enorme esfuerzo contenerme de abrazar y besar a ese tipo, más aún del que me costó con la rubia. No podía creer lo que mis oídos veían, mi primer caso. Aleluya, ¡Aleluya!
- Pase a mi oficina por favor para discutir los detalles del caso.- dije cuando recuperé la capacidad de hablar.


Capítulo 2: El último de la lista

Por más que el capítulo anterior pueda dar esa impresión, no siempre fui un exitoso detective, enemigo del crimen y de las frases rebuscadas. Yo también fui joven e inexperto, yo también soñaba con algún día ser un abogado exitoso, un astronauta o el director de películas porno. Pero el destino fue cruel conmigo, mis padres me abandonaron después de que una adivina gitana borracha les develara que entes de mi duodécimo cumpleaños cometería tales atrocidades que harían que Edipo pareciese un pan de Dios. Francamente no los culpo, sé que solo querían lo mejor para ellos mismos. Tras días de pasar de un hogar a otro llegué al orfanato Childrenmeat. Durante toda mi vida adulta he intentado olvidar las innumerables torturas que sufrí en ese lugar, y no tengo las más mínima intención de recordarlas ahora.
El deficiente sistema educativo de ese matadero de sueños solo me permitía aplicar a los trabajos más bajos y sucios en la zona más pobre de la ciudad. De todos ellos el destino quiso que eligiese el peor, policía. La idea de tener un arma entre mis manos y la enorme cantidad de alcohol presente en mi organismo la noche después de que fui liberado del orfanato alcanzaron para convencerme de que se era el trabajo perfecto para mí.
Contaba con unos 16 años cuando ingresé en la academia. Tenía la perfecta ilusión de que algún día me darían mi placa y mi arma y saldría a combatir a los malhechores de la ciudad por uno o dos días, tras lo cual me pegarían un balazo que me dejaría incapacitado de por vida, viviendo de una hermosa pensión pagada por el gobierno que el mundo me enseñó a odiar. Poco después descubrí que eso raramente sucede, en esta ciudad recibir un balazo significa la muerte, instantánea y prematura. Los pocos que sobrevivían eran trasladados a las oficinas de alguna comisaría, donde trabajaban 16 horas por día, perdiendo tanto su capacidad para pensar como su voluntad para vivir. En resumen, solo uno de cada diez policías en esta ciudad llegaba vivo al retiro, y yo comenzaba a pensar que tal vez no hubiese elegido la mejor opción, debería haberme convertido en un empleado promedio de oficina como quería mi papá, antes de abandonarme en un baño químico de un recital de Heavy Metal.
Dicho esto no es para sorprenderse que en la academia aceptasen a cualquier clase de sicótico maniático con una claras tendencias suicidas y depresión casi permanente, no me refiero a mí por supuesto, mis tendencias suicidas nunca fueron muy serias. El curso en sí era bastante sencillo, se trataba de una serie de entrenamientos básicos en armas, interrogación de testigos, insultos ocurrentes, yoga, arte y manualidades, abuso de autoridad y corrupción, de ahí en más todo el resto se aprendía en la calle o viendo una serie de videos instructivos. No hace falta decir que no llegué a destacarme en ninguna de esas disciplinas, aunque muchos opinaban que mis puteadas eran geniales.
Tras varios años en el fantástico mundo de la policía citadina, una noche desperté en el piso de un bar del centro y descubrí que estaba desperdiciando mi vida. No me avergüenza decir que pasé gran parte del resto de la noche sentado en la barra llorando prendido a una botella de whisky que estaba seguro que no podría pagar… en realidad sí me avergüenza un poco, pero ya es muy tarde para borrar lo que está escrito, además me da mucha paja. Ya estaba listo para abandonar el bar y huir de la ciudad cuando un oficial de más o menos mi misma edad se sentó a mi lado y pidió un trago con tal alegría que me hizo dudar de si realmente era un policía. Intrigado, me acerqué a él y empezamos a charlar sobre la vida, la muerte, la responsabilidad de ser policía y la matanza de ballenas en el sur de Argentina. Se llamaba Pepe Canova y había hecho a instrucción apenas pocos meses antes que yo, al parecer odiaba ese trabajo casi tanto como yo odio la salsa golf por lo que no lograba explicarme e motivo de su felicidad. El tipo era bastante simpático, cosa que me desagradó bastante, igualmente pude soportar la conversación el suficiente tiempo como para sentirme en confianza y preguntar:
-¿A qué se debe tanta alegría compañero?- dije mientras me mandaba otro trago de lo que fuere que estuviese tomando en ese momento.
-A que esta mañana pedí una transferencia. Abandono las calles compadre.- Nos llamábamos con esos sobrenombres porque ninguno de los dos lograba recordar bien el nombre del otro. Lo cual, tras 3 horas de conversación, se había vuelto bastante grotesco.
-¡Brindo por eso!- grité mientras levantaba con mi mano el cenicero, creyendo que se trataba de mi bebida, ya se pueden imaginar lo que sucedió cuando quise tomar otro trago. -¿A qué departamento te vas?-
-¡Al glorioso departamento de detectives privados!- gritó y soltó una carcajada que sonó algo así como una carcajada perfectamente común y corriente por lo que no le veo sentido a esta inútil aclaración.
No pude evitar escupir las colillas de cigarrillos que había en mi boca en la cara del pobre Pepe, no solo por el asco de sentir la ceniza sobre la lengua, sino también por la sorpresa.
-Creí que el trabajo de detective privado era el peor de lo peor. No solo no te pagan el maldito sueldo regular sino que también uno tiene que trabajar solo y ocuparse de todo el papeleo. Aparte de la libertad para asesinar impunemente a cuanto punga se te cruce por la calle, no le veo absolutamente ninguna ventaja.
-Amigo, yo pensaba lo mismo, pero acercate un poco que te voy a contar un secreto.-
Yo pensé que el tipo era medio raro y me estaba tirando onda, sin embargo lo único que hizo fue darme una charla que cambiaría el rumbo de mi vida. Eso e intentar cholearme la billetera que igual estaba vacía.
Me contó que el trabajo del detective privado consistía principalmente en tratar casos que los clientes no se atrevían a llevar a la policía regular, a veces por vergüenza, muchas más veces porque se trataba de algo ilegal. Por eso pagaban bastante mal por el servicio, pero muy bien para que mantuviesen la boca cerrada. Otra ventaja de esta profesión según mi compañero, era el poder actuar al margen de la ley pero teniendo siempre una placa a mano para zafar de varias situaciones incómodas de ser necesario. Tenía que admitir que la propuesta era bastante interesante, aunque en ese momento hasta el trabajo de muñeco de pruebas de vehículos me habría parecido bastante interesante. Sin embargo lo que terminó de convencerme fue su frase final:
-Lo mejor del trabajo de detective privado son sin duda las rubias ricachonas. Cualquiera que haya visto una película de detectives, o una parodia basada en una de ellas, sabe con seguridad que en algún momento de la vida de un detective una atractiva mujer rubia le ofrecerá un caso muy boludo para que este resuelva fácilmente y como recompensa lo mantendrá de por vida con sus millones. Ese es el destino del detective privado.- concluyó antes de caer desmayado sobre la barra.
No necesitaba agregar nada más, yo ya estaba en camino a solicitar el registro de detective privado. Aunque tuve que esperar un par de horas frente a la estación porque el tal Pepe me había manoteado las llaves.
Sin embargo todo resultó mucho más complicado de lo que esperaba, ya que aparentemente Pepe no era el único que conocía los beneficios del oficio. Una vez que hube anotado mi nombre noté que había otros 14 aspirantes antes de mí. Yo era el último de una larga lista de fracasados y perdedores que buscaban salir de su miseria con ese supuesto trabajo soñado. Como en mi departamento solo daban una de esas licencias cada año desde el comienzo supe que si quería ganar el puesto debería recurrir al fino arte del sabotaje, es decir, lograr que cada uno de los aspirantes cuyos nombres estaban antes que el mío desapareciesen de la lista.
El primero en irse fue el mismísimo Pepe, quien había caído en coma alcohólico la misma noche en que me develó el secreto de la felicidad policíaca. Para deshacerme de los demás tuve que dar uso a mi poderosa imaginación. En los meses sucesivos fueron muchos los accidentes que ocurrieron en la estación. El agente Dedorans, por ejemplo, fue atropellado por un automóvil mientras dirigía el tráfico, suplantando a un semáforo que había sido oportunamente saboteado. Otro ejemplo es el de la agente Tyler, quien fue atacada por una horda de gatos atraídos por el fuerte olor a pescado que despedía su uniforme. Admito que no todos estos accidentes que supe hacer provocar fueron tan ingeniosos, pero todos fueron efectivos. Al momento de otorgar el puesto de detective privado, aunque más que un puesto era una liberación, mi nombre era el único en la lista.
En una pequeña ceremonia, en la que no faltaron globos y pasteles envenenados, me dieron mi diploma junto con mi nueva placa y una pistola aún más vieja que la anterior, aunque metía mucha más facha. Luego de despedirme con lágrimas en los ojos de mis antiguos superiores y varios colegas que me odiaban profundamente, busqué en los clasificados un apartamento ubicado en la zona caliente de la ciudad y me encontré con el 4º piso que ustedes ya tuvieron el placer de conocer. Pocos días después mudé allí todas mis cosas, planté el culo en el sillón y comencé a hamacarme esperando la llegada de una hermosa ricachona rubia, o por lo menos de un caso.


Capítulo 3: Tony presenta su caso

No se como me daba la cara en esa época para llamar ese antro lúgubre e inmundo “oficina”. Era una habitación bastante pequeña que servía de oficina, dormitorio, cocina, comedor, living, sala de billar, prostíbulo y ocasionalmente de baño. Las pocas partes de las paredes que no estaban cubiertas por moho dejaban ver un color que en alguna época supo ser amarillo pero que ahora más parecía ser algo salido del ano de un elefante diarreico. Los únicos muebles que había allí eran el indispensable escritorio, el cual también servía de cama y mesa, un archivo para guardar la información sobre los más increíbles misterios que por aquellos años contenía la más grande colección de pornografía que cualquiera de ustedes haya tenido el lujo de imaginar. También había una heladera, generalmente vacía, un par de fotos de antepasados de otras personas y una con mi cara pegada sobre la de alguien que estaba abrazando al que hacía de Larry en los tres chiflados. Otro pequeño cuarto armado por mí mismo en una esquina servía de baño, aunque rara vez era utilizado por alguien que no fueran las ratas.
En esta inmunda pocilga fue donde recibí a mi primer cliente al cual, por comodidad de todos y por paja mía, de ahora en adelante llamaré “Tony” o “gordo Tony” y en ocasiones “Tigretonio”.
Invité a Tony a sentarse en el piso porque el único asiento disponible era mi sillón, y bueno… era mi sillón carajo. Él rechazó amablemente la invitación y se quedó parado.
- ¿De qué se trata el caso?- inquirí decidido a hacer todo lo posible por parecer el talentoso profesional que no era ni nunca iba a ser.
- Bueno…- comenzó a decir el gordo, visiblemente intimidado por mi actitud.
- No me haga perder el tiempo.- interrumpí antes de que pudiese pronunciar otra palabra – vaya al grano-
Más que plantar una actitud de duro estaba poniendo a Tony bastante incómodo pero por alguna razón me sentía muy satisfecho de mi mismo, sin duda debido a los estupefacientes que había estado inhalando un par de horas antes. Eso explicaría también por qué en ese momento veía cinco Tonys en vez de uno.
- ¿Conoce usted a la familia Bonanzini?-
- Por supuesto- respondí.
Por supuesto que no la conocía.
- Entonces no debo molestarlo en explicarle la situación que vive hoy en día esa familia.-
A pesar de que mi capacidad de razonamiento estaba seriamente disminuida logré reaccionar a tiempo y formular una brillante replica digna del mismísimo Cherloc Jolms.
- Creo que no vendría mal repasar todos detalles desde sus bases, Tony.-
- ¿Por qué me llama Tony?- preguntó sorprendido – Mi nombre es Aurelio.-
- Lo llamo así por comodidad del lector-
- ¿Lector? ¿De que diantres habla?
- No tengo tiempo de ponerme a explicar el concepto de ente de ficción, solo acepte el hecho de que de ahora en adelante usted es Tony y siga con su explicación.-
Tony, aparentemente admirado por mi brillante retórica volvió a su relato.
- Yo soy el abogado de la familia Bonanzini y cuento con la confianza del señor Marco Pedo Bonanzini para esta clase de asuntos delicados… Así que me encargó de contactarlo a usted específicamente para este trabajo.-
Sinceramente me estaba cansando de tanta vuelta. Me moría por saber de que mierda se trataba el caso y el gordo divagaba de tal forma que llegué a sospechar que él también había consumido su buena dosis de porro.
- Prosiga.- dije simplemente a ver si se apuraba un poco.
- Muy bien. Como ha de saber la familia Bonanzini es una de las más ricas de la ciudad.- la cosa se ponía interesante – El señor Marcos hace varios años se hizo cargo de la compañía tras la muerte de su padre y en poco tiempo la convirtió en una de las empresas más lucrativas del mundo a pesar de su poca experiencia en el negocio de los waffles. La señora Olivia también proviene de una prestigiosa familia pero no se interesa en los negocios, es famosa por sus fiestas y sus obras de beneficencia. El hijo mayor, Michelle, estudia en la universidad de Green Beach, y muy pronto se recibirá con todos los honores.- hasta acá la familia era un estereotipo viviente, de esos que aparecen una y otra vez en miles de series iguales que uno nunca se cansa de ver con la triste esperanza de que por una vez en la vida se trate de algo distinto.- La hija Melany sin embargo es la oveja negra de la familia…- Todos mis sentidos se agudizaron.
- ¿Hay una hija? ¿Por casualidad es rubia y está más buena que la barbie Malibú?- dije con mi mejor cara de violador abusivo.
- No sé a que se refiere pero la señorita Melany tiene 17 años, es morocha y su cara podría compararse con cualquier obra de picasso. ¿Por qué lo pregunta?-
- Por nada.- dije haciéndome el boludo, aparentemente Tony no era muy vivo que digamos y no se había dado cuenta de mis morbosas intenciones.-Prosiga.- repetí. Ya empezaba a gustarme esa palabra.
- Bueno, Melany es justamente la razón por la que necesitamos sus servicios.-
Me abstuve de la enorme tentación de decir de nuevo “prosiga”.
- Verá,- continuó Tony – no es ningún secreto que el señor Bonanzini está a punto de lanzar su candidatura a la alcaldía de la ciudad y que con su reputación intachable si victoria es casi segura.-
No solo era la primera vez que escuchaba el apellido Bonanzini, sino que nunca había escuchado palabras tales como candidatura, alcaldía y reputación. Pero pensé que si preguntaba que garcha era todo eso el gordo Tony dudaría de mi sobreestimado intelecto.
En su lugar pregunté -¿Cómo se relaciona esto con Mellon? ¿Y como es que en el registro civil les permitieron a sus padres ponerle semejante nombre?
- Querrá decir Melany…-
- Ni yo sé lo que quiero decir a esta altura…-
- El hecho es que Melany se ha estado juntando con jóvenes de muy mala reputación, drogadictos, bandas de punk, irlandeses, Ashlee Simpson… ya se puede hacer una idea.- hizo una breve pausa para eructar – en especial ha estado tratando un conocido vendedor de droga del bajo mundo. Ya se imaginará el impacto que podría tener esto en a campaña de su padre si sale a la luz Esto es estrictamente confidencial, así que le ruego que no lo cuente a nadie o nos veremos obligados a demandarlos- agregó, frustrando mi fugaz fantasía de contar todo a la primera revista de chismes y chimentos que se cruzase en mi camino.
- ¿Y qué es lo que usted propone que yo haga?- esa era la primera pregunta coherente que yo había realizado en toda la entrevista.
- Usted deberá seguirla a los lugares que ella frecuenta, averiguar quienes son sus amigos, que come, donde come, como come, sus intereses, sus sueños, su visión del mundo moderno y principalmente si realmente consume drogas. Si esto último resulta ser verdad su padre intervendrá y se ocupará personalmente.-
Debo admitir que en el momento me sentí un tanto decepcionado. Después de tanto misterio esperaba que el trabajo resultara ser algo un poco más interesante. Igualmente lo único en lo que quería en aquel momento era averiguar lo más importante.
- ¿Cuánto hay?-
- ¿Disculpe?- preguntó sorprendido. Sin duda este tipo nunca había salido de su maldita oficina de dos por dos.
- La remuneración, ¿de cuánto sería?- pregunté esforzándome por encontrar un sinónimo que pudiese entender sin poner cara de boludo hasta descifrar mis palabras.
- ¿Cuál es su tarifa habitual?
Nunca había necesitado tener una antes.
- 20.000 dólares.
- Le daremos 200 pesos, en patacones, hasta 50 pesos para gastos personales, un sándwich de milanesa y el señor Marco podrá abusar sexualmente de usted cuando mejor le venga.
- ¿Dónde firmo?- dije sin dudar… era aún mejor de lo que había esperado en un principio. Francamente sentía que estaba estafando al pobre multimillonario y su ingenuo abogadillo.
- Aquí mismo- respondió ofreciéndome una servilleta de papel donde se hallaban escritas un par de puteadas y un “firme aquí”, seguido por una línea punteada absolutamente torcida. Me apresuré a estampar m autógrafo sobre el papel.
- Muy bien. Todo listo. Ah, lo olvidaba. Yo personalmente lo vendré a visitarlo periódicamente para evaluar su progreso y llevar las novedades al señor Bonanzini.- dijo el gordo entusiasmado. Como si la idea de salir regularmente de su pequeño infierno laboral opacara totalmente el hecho de que tendría que pasar la gran mayoría de ese tiempo de libertad en mi enorme y diabólico infierno laboral.
Mientras Tigretonio se dirigía hacia la puerta aproveché para pegar un pequeño saltito de alegría, retomando inmediatamente mi falsa postura seria.
- Adiós. Que la fuerza te acompañe.- dije imitando el diálogo de alguna película cuyo nombre no voy a mencionar para evitar cargos de plagio.
- Hasta pronto entonces, detective… aquí tiene toda la información que puede serle útil para seguirle el rastro a Melany.- dijo sacando un manojo de hojas de su portafolio e invitándome a tomarlas.- Por lo que más quiera, no permita que ella note su presencia, también recuerde que…- en este punto me aburrí de tanta charla inútil y me quedé dormido. Al despertar Tony había desaparecido, junto con la rosquilla rancia que tenía guardada en un cajón y el manojo de papeles estaba sobre mi escritorio. Era hora de ponerme manos a la obra o de dormir. Elegí dormir.

Capítulo 4: Sándwiches, sexo y sorpresas

Durante tres días esperé impacientemente el regreso de Tony con mi adelanto para así poder comenzar mi “seguimiento de actividades del sujeto”, mejor conocido como “acoso”. Cualquier detective respetable y dedicado a su trabajo habría aprovechado ese tiempo de espera para comenzar a moverse y realizar sus propias averiguacones sobre el objetivo y así lograr causar una mejor impresión ante el cliente, haciéndole saber que su dinero no sería gastado en vano. Yo dediqué ese tiempo a ver como una mancha de humedad se extendía por la pared de mi oficina devorando todo lo que encontrara a su paso, sembrando el caos, el moho y el terror. Realmente es fascinante lo que el hombre puede llegar a encontrar interesante siempre y cuando sea la alternativa a hacer su bendito trabajo.
Cuando finalmente apareció Tony la mancha había alcanzado las épicas proporciones de un metro cuadrado y yo no podía imaginarme cual sería su destino una vez que recubriese toda la pared, su ambición no parecía tener límites. Tony, quien extrañamente no compartía mi interés por aquella gran historia, me abstrajo de mis pensamientos y me devolvió a la triste y penosa realidad.
- Aquí le traigo su adelanto- dijo Tony al tiempo que exhibía en su mano un pequeño fajo de billetes y un sándwich de jamón y queso.
- Habíamos quedado en milanesa.- dije sorprendido.
- ¿No hablará en serio? Era una simple broma detective. Este es mi almue…- dijo, demasiado tarde, ya me había abalanzado sobre la presa, haciéndola desaparecer en cuestión de segundos.
- Espero que este incumplimiento me exima del servicio sexual.- dije intentando fingir algo de compostura y con la cara aún manchada de mayonesa.
Tony se limitó a observarme extrañado, como dudando si estaba hablando en serio o simplemente le seguía el juego a su pequeña broma de pésimo gusto. Finalmente me entregó el dinero, al tiempo que me preguntaba cuanto había avanzado en la investigación.
- Hice algunas averiguaciones.- respondí vagamente. Tony pareció darse por satisfecho.
Al parecer por esta vez había zafado, sin embargo el gordo no parecía tener la más mínima intención de irse y permitirme volver a dedicarme a mi querida mancha de humedad.
- Detective…- balbuceó en un tono apenas perceptible al oído humano, o por lo menos al infrahumano, en mi caso – ¿le molestaría mucho si uno de estos días me permitiese acompañarlo en su trabajo?- No lo podía creer. El peor de mis miedos acababa de llegar a mí en forma de un gordito estúpido.
Porque por supuesto que hasta ese momento yo no tenía la más mínima intención de seguir a la drogona esa, solo para comprobar lo que sus padres ya sabían. Simplemente pensaba perder el tiempo durante una o dos semanas y luego notificarle a los papis que su querida hijita tenía un problema. Ellos, muy agradecidos, me entregarían mi paga y yo me sentiría satisfecho por haber contribuido a hacer de este mundo un lugar mejor. Y ahora este gordo infame quería mandar todo por el caño con esa propuesta indecente, pero yo no me rendiría fácilmente.
- ¿Tienen miedo de que no haga mi trabajo como se debe?- dije intentando sonar indignado.
- Por supuesto que no.- exclamó Tony. Parecía estar muy nervioso, casi asustado, de lo que iba a decir a continuación. – Es que… siempre admiré el trabajo de detective, todo ese misterio y acción es algo que no se ve en la vida de un simple abogado. Este trabajo tiene algo de glamoroso, algo que me atrae inmensamente. Discúlpeme si lo he ofendido pero es que no podía dejar pasar esta oportunidad.- Lo soltó todo de corrido y al final tuvo que volver a tomar aire como si el admitir todo eso le hubiese costado un gran esfuerzo.
Mi primera reacción fue mirar a mi alrededor buscando algo que tan siquiera tuviese pinta de glamoroso, con un obvio fracaso. Luego caí en la cuenta de que el gordo se acababa de inventar una de las excusas más rebuscadas que había tenido el lujo de oír. Sinceramente en ese momento me percaté de que había subestimado a Tony, a pesar de que parecía tener una inteligencia que no superaba la de un chimpancé pasado de sidra, había logrado elaborar una mentira a la que nada podía replicar, porque si le decía que no sospecharía que no pensaba hacer nada de lo que me estaba pagando por hacer. No me quedaba otra opción más que aceptar y pensar que hacer después de darle un rato a la pipa.
- No hay ningún problema entonces.- dije esgrimiendo mi peor falsa sonrisa, mientras que internamente le deseaba al gordo una muerte lenta y dolorosa.
- Vendré en un par de días, ¿le parece bien?- preguntó lleno de felicidad. Parecía que le acababan de decir que se había curado de la gastroenteritis.
- Muy bien, nos vemos.- respondí mientras lo escoltaba afuera y le cerraba la puerta en la cara.
- ¡Muchas gracias!- escuché gritar desde el otro lado.
No podía creer mi buena suerte. El gordo, a pesar de su ingenioso plan, acababa de darme la oportunidad de fugarme a Dinamarca con los 50 mangos que ya me había pagado y salir impune. Sin embargo, mientras me dirigía a mi escritorio para buscar mis pocas pertenencias, sentí que algo estaba mal. Yo no me había hecho detective por unos míseros 50 pesos, había razones que iban mucho más allá de esa pequeña suma de dinero, razones que finalmente me hicieron abandonar mi plan de escape y resignarme a realizar el trabajo que me había sido encomendado. 200 razones en patacones valían el esfuerzo.

jueves, marzo 02, 2006

Hipódromo

No sé si esto entra dentro del rubro "cuentos en joda" o "cuentos para pensar", capas en los dos, lo dejo a su criterio.

Los competidores están en posición de largada, el objetivo a la vista, la pista despejada, todo listo para comenzar. La bandera está alta y los músculos se tensan, cada milésima de segundo cuenta al momento de ganar, por eso una buena salida es lo más importante.
Baja la bandera y comienza la carrera, los 4 adversarios salen bastante parejos, con ligera ventaja de “Remera blanca” gracias a su sorprendente agilidad al esquivar los primeros obstáculos que se cruzan en su camino.
“Rugbier” va quedando atrás por culpa de un impertinente que se le acerca a pedirle fuego, ¡pero esperen! Con un certero manotazo aleja al obstáculo y retoma terreno.
Ay, ay, ay, “Gorrita” parece estar teniendo problemas al acercarse a la barra, pierde ventaja con los múltiples borrachos que le cortan el paso. Tal parece que toda esperanza está perdida para él, pero aún no se rinde, los milagros son siempre posibles.
¡Increíble maniobra de “Punky” al deslizarse por el borde de la tarima! Le saca dos cabezas a “Rugbier” y “Remera blanca” que persisten en su intento por llegar primeros. “Gorrita” sigue último perdiendo aun más terreno.
“Rugbier” se acerca a “Remera verde” de costado… ¡y lo saca de su camino! ¡Sí señores, jamás visto! “Remera blanca” se cruzó en el camino de “Rugbier” y este lo sacó volando. Parece que todo se decidirá entre él y “Punky” ahora.
“Punky” va perdiendo terreno pero sigue a la cabeza, ya no queda mucho terreno, parece que va a llegar… ¡Una mujer se cruza en el camino y se la lleva puesta! ¿Aprovechará “Rugbier” esta ventaja? ¡No! Tropieza con “Punky” y termina también en el suelo, que tragedia señores…
Y “Gorrita” vuelve de entre los muertos para reclamar su título. Salta por encima de sus rivales abatidos… ¡Y llega a la meta! Que carreras señores, que carrera… “Gorrita” está ahora hablando con la muchacha, veamos si consigue llevarse el premio.
- Hola, ¿Cómo te llamás?
- Laura, ¿Vos?
- Joaquín… ¿Querés ir a charlar un rato?
- Bueno, dale.
Un justo premio para un justo vencedor… Vamos ahora a la 3ª carrera del boliche “Tatú”, las apuestas están 5 a 1 para “Pelo negro”, 3 a 1 para “Bufanda”, 2 a 1 para…