lunes, noviembre 28, 2005

El Almacen de la Esquina

Este cuento lo escribí para un concurso, pero como no salí premiado tengo libertad de publicarlo donde se me canta así que acá lo dejo.

Ni siquiera recuerdo cuando fue la primera vez que entré allí. Solo sé que el viejo Raúl ya era el dueño del lugar, aunque entonces aún no tenía arrugas en la cara. Mi vieja nos mandaba a mí y a Guille al almacén a comprar los bizcochos todos los miércoles y Raúl siempre nos recibía con su sonrisa cordial y sincera, llena de experiencia de vida ya en esa época. Siempre nos regalaba un par de medialunas a cada uno porque decía que así íbamos a crecer fuertes como papá.
Los sábados, de noche, los hombres del pueblo se juntaban en el almacén para jugar al truco o al siete y medio, mientras los chicos nos apiñábamos en las ventanas para poder ver el padre de quien se llevaría el pozo de la noche y tendría que “armar” el asado para el día siguiente. En la casa de mi familia hubo muchos asados en mi infancia porque a mi viejo, en el truco, no le ganaba ni Raúl.
En el almacén de la esquina probé mi primera cerveza, cuando el viejo Raúl se olvidó de juntar una botella medio llena y todos los muchachos nos turnamos para darle un probadita. El pobre Guille se quedó sin nada porque el gordo Zamora se bajó casi la mitad. Raúl nos vio, pero no dijo nada, él sabía que algún día y de algún lado íbamos a tener que empezar. Pero de ahí en más se cuidó de no dejar medias cervezas tiradas por ahí.
Cuando ya era más hombre, Raúl me regalaba los fondos de las botellas que iban quedando en la noche, pero yo sólo miraba con anhelo las copas de vidrio con los nombres de sus dueños marcados. “Algún día” le decía yo a todos “el Raúl va poner mi nombre en una de esas copas. Así nadie me va a poder robar la cerveza” y todos se mataban de risa, aunque yo lo decía muy en serio.
Un día llegó la fábrica, y con la fábrica llegó el trabajo, y con el trabajo se agrandó el pueblo. Hubo más casas a los lados de las calles, que se llenaron de chicos llorones y chicas muy lindas. El viejo Raúl, que ya estaba más viejo, tenía siempre el almacén lleno de gente que iba por ir y compraba por comprar. Papá lo gastaba diciéndole que muy pronto se iba a olvidar de los amigos de siempre. Sin embargo los sábados de noche eran siempre los mismos, y siempre, mi viejo el que ganaba, por supuesto.
Así yo fui creciendo, entre amigos y maestros de la vida, y el almacén era mi escuela, y el mundo era mi patio. Ya me quedaba, los sábados de noche a jugar al truco con papá y sus amigos, y yo con mis amigos los retábamos a duelos donde les mostrábamos todo aquello que allí habíamos aprendido. Llegó el día en que el Raúl me agarró de los hombros y entre lágrimas y risas fui junto a él hasta la barra donde me entregó una copa con mis iniciales marcadas, las mismas que mi viejo, pero al revés, para no confundirse. Esa noche mis amigos me emborracharon y me sacaron en andas, porque yo era el primero de nosotros que se había hecho hombre.
Así pasaron los años. Terminé de estudiar y empecé a trabajar en la fábrica. Me esforzaba mucho y ganaba muy bien, pero ya entonces andaba con ganas de irme, de ver el mundo, pero sin dejar al almacén. También por ese entonces la conocí a Sofía, y solo por ella decidí quedarme. Pasaron seis meses antes de que me diera un beso, pero sólo pasó uno más para que fuera mi esposa. En el casamiento lo vi por primera vez a Raúl fuera del almacén, parecía otra persona, más viejo y cansado. Igual se me acercó a paso lento y me dijo muy bajo al oído “vos sos el único que se la merece”. Después se rió, y yo me reí con él. Era el día más feliz de mi vida.
Pero entonces sucedió. Mi viejo cayó enfermo de tuberculosis, “sin cura” decía el doctor. La fábrica lo despidió cuando se le terminó la licencia y yo tuve que trabajar el doble, para mantener a mis viejos y a Guille, que había entrado a la facultad de veterinaria en la ciudad y le iba muy bien. Pero la fábrica no duró mucho, me bajaron el sueldo más de diez veces antes de que cerrara del todo, dejando a casi mil familias en la calle.
Unas pocas semanas después murió papá. Intenté no llorar, pero fue muy fuerte, las lágrimas caían solas, llenas de odio hacia nadie y de impotencia ante todo. En el velorio vi a Raúl por segunda y última vez fuera de su almacén. No lloraba, pero el dolor se le veía en los ojos. Esta vez no me dijo nada, no hizo falta que lo hiciera. Con sólo verlo entendí todo lo que sentía, y por primera vez pensé que no estaba solo en mi dolor.
No pasó mucho tiempo antes de que decidiera irme. Me habían ofrecido un trabajo en la ciudad que no podía rechazar. Una tarde de mayo cargué junto a Sofía todo cuanto tenía y me despedí de mi hermano y mi vieja. Les prometí que apenas pudiese los llevaría a vivir conmigo. Sólo paré en el almacén para poder hablar una vez más con Raúl, para llevarme un recuerdo de aquel lugar que me había dado tanto. Sólo me tomó dos minutos, pero fueron más que suficientes. Aquella fue la última vez que lloré.
Volví al pueblo muchos años más tarde, ya tenía algunas canas y un par de hijos esperándome en casa. Guille se había llevado a mamá a vivir con él poco tiempo después de terminar su carrera y conseguir trabajo. No se casó hasta que la pobre vieja murió también, con una sonrisa en los labios, porque sabía que se iba a reunir con papá.
El pueblo estaba desierto, ni un alma vivía ya en esas casas viejas y hermosas, consumidas por el tiempo y por la soledad. Sin embargo al pasar por enfrente del viejo almacén vi una luz encendida y un sentimiento de felicidad recorrió todo mi cuerpo. Entré corriendo por la puerta como cuando de chico iba a comprar los bizcochos. El viejo Raúl estaba ahí, con un mazo de cartas como todos los sábados. Estaba muy viejo y muy cansado. De tantas arrugas casi no se le veían los ojos. Aunque una luz hermosa brillaba en ese rostro sereno, estaba feliz, seguía feliz, después de tantos años, porque yo estaba allí, y él estaba allí.
Nos sentamos tranquilamente a jugar un partido de truco como en los viejos tiempos, mientras yo me tomaba una cerveza en esa copa que tenía mis iniciales grabadas al revés. Le conté mi vida en muchas palabras y él escuchó con atención cada una de ellas, manteniendo la misma expresión serena que tanto lo distinguía.
Al terminar el partido nos despedimos con un abrazo estrecho y sincero. Sentí como si mi padre estuviera de nuevo allí, orgulloso de todo lo que había logrado en mi vida. Pero sus últimas palabras me dejaron perplejo “Ahora andáte muchacho que yo también tengo que partir”. Salí del almacén pensando en eso, pero no fue hasta que llegué a la otra cuadra que comprendí su significado.
Volví corriendo sobre mis pasos lo más rápido que pude, pero ya era demasiado tarde. La cabeza del viejo Raúl estaba recostada sobre la misma mesa que ambos habíamos compartido. Su expresión tenía la misma tranquilidad de siempre y, en cierto modo, me tranquilizó a mi también. Muy despacio cerré sus párpados con mi mano y acaricié sus pocos blancos cabellos. “nos vemos Raúl” le susurré al oído, antes de salir del almacén.
Llamé a la ambulancia desde el único teléfono público que aún funcionaba, pero no me quedé a esperarla. Recorrí largo rato las calles del pueblo hasta llegar a mi auto. Pensé que tal vez el viejo Raúl hubiese vivido desde que todos se fueron del pueblo, sólo para compartir ese momento conmigo, para recordarme quién fui y quién sigo siendo. Esa noche, cuando el viejo Raúl se fue y el almacén cerró por última vez, el pueblo no murió del todo, porque sigue vivo en mí y en todos aquellos que compartimos nuestras vidas con aquel almacén de la esquina.

miércoles, octubre 19, 2005

La Pausa

El señor camina por la calle con aire apurado, seguramente está llegando tarde a algún lado. Camina apenas apoyando los pies, casi corriendo, ¿si el reloj no para, por qué él debería hacerlo? Los negocios, las calles, las personas… todo pasa desapercibido a su lado a una velocidad anormal, no tiene tiempo para fijarse en nada, cada segundo de distracción es un segundo perdido, y el señor odia perder el tiempo, porque sabe que jamás lo recuperará ni le darán nada a cambio por él, por eso debe aprovecharlo al máximo, no permitir que se le escape un solo segundo de la billetera.
Cada paso que da se siente más pesado, sabe que podría ir mucho más rápido, caminar es solo una pérdida de tiempo, debería viajar en automóvil, o mejor aún, en helicóptero, así no perdería ni un solo segundo en hacer aquel molesto viaje.
Mira a su alrededor buscando algún camino que lo lleve más rápido a su destino, solo ve una pequeña plaza olvidada. A falta de un mejor camino decide atravesarla, allí podrá apurar un poco el paso. Marcha decidido cruzando la calle, sabiendo que no puede esperar a que pasen los autos, cruza decidido entre ellos, el tiempo ganado bien vale el riesgo.
Sin embargo al pisar el primer espacio verde siente algo diferente, ya no está tan apresurado como antes, el tiempo parece correr más despacio, ya no lo persigue sino que camina lentamente a su paso. El señor aminora el paso, ya no siente los pies pesados, se siente libre, como si flotara en el aire, cada paso es un enorme salto que lo eleva en el aire lentamente y lo aleja del mundo y de las preocupaciones.
Comienza a fijarse en lo que lo rodea, las flores que parecen sonreír a su lado, los tristes árboles que lo atrapan con sus ramas, todos lo invitan a detenerse, a mirarlos y jugar con ellos. Más a lo lejos ve la ciudad, pero es una imagen borrosa, como si en realidad se encontrara a kilómetros de distancia. Su ritmo acelerado ya no lo altera, ahora está escondido del mundo real, protegido de todo, a salvo del mundo. El tiempo ya no tiene sentido, solo siente esa libertad del momento, un escape de la realidad.
De pronto cae de nuevo en la fría acera, ya ha atravesado todo el parque. Pero, ¿Cuánto ha tardado? Podrían haber pasado horas, días enteros, ya no le importa, sigue respirando esa sensación de libertad aún ahora. Ya no lo preocupa el tiempo o, mejor dicho, ahora sabe en qué vale realmente la pena invertirlo. Ahora el señor camina observando todo a su alrededor, todo le parece igual de hermoso que en aquel parque. Las cosas cobran un nuevo significado, ya nada es igual que antes. Ya no corre, camina despacio, prestando atención a todo cuanto lo rodea. Cada segundo es importante, y por eso lo aprovecha al máximo.

miércoles, setiembre 21, 2005

Ira

Caminaba por la ciudad como si nada, sin destino fijo, uno más en la marea de gente que recorre las calles día a día. No se por qué me eligió justo a mí, no tenía nada en especial, había varias personas alrededor mío que habrían servido mucho mejor para sus propósitos. Sin embargo fui yo quien, al quedarme parado esperando a que cambiara el semáforo, sentí algo frío y metálico que se apoyaba en mi espalda al tiempo que una voz profunda me susurraba al oído “Si hacés algo te mato”. Una ola de terror invadió mi cuerpo.
El asaltante me obligó a cruzar la calle, al tiempo que sus amenazas impregnaban mis oídos hasta dejar en mi cerebro solo espacio para el miedo. Yo miraba sin cesar a las personas que pasaban a mi lado, ¿cómo podía ser que no vieran lo que sucedía? ¿Acaso, no era obvio? ¿Acaso no veían el arma que presionaba contra mi espalda? Ahora que lo pienso, tal vez sí lo veían, pero por miedo o por indiferencia miraron a otro lado creyendo que no sería más que un simple robo, un simple susto para la pobre víctima. Me gustaría que ahora supieran lo equivocados que estaban.
Caminamos un par de cuadras hasta llegar a un callejón donde las luces habían dejado de funcionar hacía mucho tiempo, no se veía una sola alma alrededor. Aún permanecía detrás mío mientras su brazo impedía que me girara para ver su rostro, lo cual me asustaba todavía más. Por fin nos detuvimos en la mitad del callejón, donde la falta total de luz hacía imposible que nos vieran. El ladrón me ordenó vaciar mis bolsillos. Yo hasta el momento había creído que se conformaría con las pocas monedas que llevaba en los bolsillos o, en el peor de los casos, se llevaría mis zapatos también. Sin embargo por su reacción al ver tan poco dinero pude comprender que aquello no terminaría allí.
Comenzó a preguntarme sobre mi casa, si tenía dinero allí, que tan lejos quedaba. Al mismo tiempo no dejaba de repetir que no intentara nada estúpido y que si hacía lo que me decía no sucedería nada. Pero el tono de su voz había cambiado, parecía casi tan asustado como yo. En ese momento pensé que si no huía las cosas solo se pondrían peor para mí.
Aprovechando un segundo de distracción empujé con todas mis fuerzas hacia atrás y pude sentir el filo del metal cortar mi espalda. Apenas vi al ladrón caer al suelo me abalancé sobre él y de un golpe le quité la navaja de la mano. Sin embargo él no tardó en reaccionar, sentí su puño chocar contra mi rostro al tiempo que yo golpeaba el suyo. Continuamos forcejeando por varios minutos, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
Mi mano se cerró sobre una gran piedra tirada en el suelo e instintivamente golpeé al ladrón en el cráneo. Por fin dejó de moverse, su cuerpo se desplomó a mi lado mientras respiraba con dificultad. Lo único que podía ver era la sangre que brotaba de entre sus cabellos, quería irme de allí cuanto antes. Pero de pronto recordé todo el miedo que había sentido, la impotencia y la vergüenza que había sufrido. Podía sentir la ira y el odio recorriendo mi cuerpo. Tomé nuevamente la piedra y comencé a golpear con furia la cabeza de mi atacante, hasta que su respiración cesó y me levanté temblando con las manos bañadas en sangre.
Entonces, a pesar de la oscuridad, pude ver por primera vez el rostro del ladrón. Yo creí que vería algún borracho o un vagabundo, sin embargo solo pude ver a un chico que no tendría más edad que yo. La piedra resbaló de mis manos y cayó al suelo con un ruido sordo.

miércoles, setiembre 07, 2005

Delirando a las 12 de la noche

Esto, como bien dice el título, lo hice a las 12 de la noche cuando no se me ocurría nada que escribir y empecé a divagar. Como no se me ocurrió nada mejor por el momento me quedo con esto.

La hoja está en blanco y no se qué escribir. Si la hoja está vacía hay que llenarla con algo supongo. Puede ser que la llene con estúpidas reflexiones sobre lo triste que es mi vida, pero ni soy tan reflexivo ni mi vida es tan triste, así que mucho sentido no tendría. También podría inventar una divertida historia sobre el viaje de tres amigos a la Ciudad de Las Aventuras, pero eso a esta altura de mi vida sería como una regresión a mis 5 años, prefiero seguir adulto dentro de lo humanamente posible. Otra posibilidad sería una triste historia sobre amores que jamás pasarán, pero después uno se acuerda que está solo y que su vida amorosa tiene los mismos sobresaltos y emociones que un televisor apagado ¿para qué recordarlo?
Ahora agarro y escribo algo…… ya! No, eso mejor no, nadie quiere leer otro cuentito de misterio donde el tipo al final no se suicidó sino que su tía abuela lo mató para cobrar el seguro de $2…. Puta madre, ya cagué el final. Igualmente que me importa si no escribo nada, si al final no me gusta, borro todo y la hoja vuelve a estar blanca. Entonces hay que volver a llenarla y volverla a vaciar. Es un ciclo sin fin, esto tiene que parar. ¿Pero donde lo paro? No borro lo que escribo o directamente no lleno la hoja para no tener que volver a vaciarla. ¿No escribir o no borrar? La hoja está vacía para que se la escriba, pero cuando está llena no hay por qué borrarla, así que mejor escribo algo de una vez y dejo la “filosofía para gente que no tiene nada que hacer en su tiempo libre”.
Tengo una idea!!! No, mentira. Solo quería que se emocionaran, así no se aburren tanto mientras yo pienso que escribir. Si quieren váyanse a dormir la siesta, se comen un guisito de arroz y después vuelven. Igual cuando regresen me van a encontrar exactamente como que ahora. O capas ya empecé a escribir algo, capas mi cuento es tan genial y fantástico que fui nominado a varios premios y estoy casado con una hermosa mujer que se parece a Pamela David, solo que es ingeniera nuclear y tiene sentido del humor. A….. qué? Huy, ya estaba soñando de nuevo, lo peor es que manché todo el teclado…… con saliva malpensados de mierda!!!
Ya exprimí mi cerebro hasta el límite pero igual no pasó nada, la hoja aún no está manchada con mi materia gris. Empiezo a releer todo lo que escribí hasta ahora y me río otra vez de todos los chistes idiotas que estuve haciendo hasta ahora, esto es una vergüenza, tengo que escribir algo o voy a perder mi reputación. Porque, buena o mala, yo tengo una reputación carajo.
Y de pronto se hizo la luz! La hoja ya no está en blanco, está plagada de comentarios estúpidos y chistes malos, pero ya no está en blanco. Señores y señoras (ojalá), he cumplido con mi labor. Me retiro como un perdedor que no sabe que perdió, osea feliz. Espero que para la próxima pueda acelerar el trámite. Buenas noches.

martes, agosto 30, 2005

El Sueño del Pibe

Cambiando otra vez de estilo, esto es narrado de una forma un poco más poética ¿Qué es más poético que el fútbol?. Es medio cortito porque estoy con los trimestrales así que no tengo mucho tiempo.

El vestuario va quedando atrás, se empiezan a escuchar las voces del público, no puede creer que está realmente allí. La camiseta le brilla sobre el pecho, los colores lo ciegan, el sueño se hizo realidad, toda su vida esperando y ese momento finalmente está allí. Realmente no podría ser más feliz.
Recuerda perfectamente esos días en los que practicaba el fútbol de barrio, cuando maravillaba a sus amigos bailando con la pelota entre las piernas. Tan lejos habían quedado aquellos días, sin embargo ahora los recuerda como si fuese ayer, tal vez fue ayer, tal vez aún está durmiendo en la casa de sus padres y sueña que está allí, parado como ahora, esperando salir a la cancha.
Pero no, esto no es un sueño, o al menos ya no lo es, es la realidad que por fin ha llegado, su destino se ha cumplido. Muchas fueron las noches que pasó entrenando, corriendo, sufriendo para ser el mejor. Los años pasaron y él siguió sin rendirse, cada nuevo obstáculo era un nuevo éxito, cada nuevo club era una nueva esperanza, cada pelota en sus pies era un nuevo paso hasta aquel lugar soñado.
Ya sale a la cancha, el corazón no deja de latir con fuerza, comienza a llorar, esto no puede ser realidad, es demasiado feliz. Los hinchas aclaman eufóricos la entrada del equipo, los gritos vitorean los nombres de cada jugador. Cuando llega el suyo no lo puede creer, ya está, es un sueño, ahora mismo se va a despertar. Abre los ojos y la cancha sigue ahí, sus compañeros le sonríen desde fuera del túnel, invitándolo a compartir la gloria.
Camina temblando hacia el centro de la arena mientras los ejércitos se preparan para pelear. Observa a sus rivales, tan felices como él de estar allí, ahora no importa quien ganará, este es momento hay que disfrutarlo, puede que no vuelva a repetirse. De pronto ese sentimiento de paz lo abandona, ahora se siente inundado por el deseo de victoria, ahora sabe que tiene que ganar, se lo debe a él mismo y se lo debe a la gente.
Ve al árbitro que se acerca a los capitanes, el clásico ritual se repite una vez más, como en todas las canchas en el mundo sucede el saludo. El público calla y siente que se acerca el momento, disfruta los últimos segundos de tranquilidad. Admira al estadio en todo su esplendor, miles de personas se agrupan solamente para verlos jugar. El juez da el pitido inicial, el grito del público rompe el silencio. El Mundial de Fútbol comienza.

sábado, agosto 27, 2005

El Círculo Rojo

Este cuento lo había pensado para mandarlo a un concurso, pero al final me decidí por otro porque esto parece un plagio de la película “La Aldea”.


La brisa movía suavemente los pastos a mi pasar. Los últimos días habían sido tan calurosos que, apenas sentí el fresco viento, decidí salir a caminar por los extensos pastizales que rodeaban el pueblo. No había querido alejarme mucho, jamás lo hacía, sin embargo debí perder la noción del tiempo porque, para mi sorpresa, había alcanzado el final de los pastizales y ante mí se extendían millas y millas de praderas. Fue allí donde lo vi por primera vez. Una línea de lo que parecía ser arena roja se extendía a lo largo del límite del pastizal, a unos pocos metros de este. Es verdad, eran pocas las veces que pasaba por esos lugares tan alejados, pero sin duda habría notado inmediatamente algo tan extraño.
Comencé a caminar junto a la línea, procurando no surcarla, sin saber por qué. No tardé mucho en descubrir que la línea era en realidad un círculo que parecía extenderse todo alrededor del pueblo, bordeando siempre el límite del pastizal. Decidí regresar al pueblo y contárselo a los demás, seguro que alguno de ellos había notado alguna vez ese círculo rojo que nos encerraba en el pastizal.
Fue muy grande mi sorpresa cuando al intentar aclarar mis dudas sobre el círculo ninguno de mis conciudadanos supo darme ninguna explicación satisfactoria sobre él. Nadie lo había visto jamás y todos quedaron muy asombrados por mi relato, algunos hasta se asustaron. Comencé a sospechar que podría haber sido un producto de mí imaginación, una alucinación provocada por la larga caminata sin descanso.
Al día siguiente llevé a todos a ver mi descubrimiento, ya estaba completamente seguro de que me lo había imaginada todo. Sin embargo allí estaba, tan exacto y perfecto como el día anterior, parecía que ni un solo grano de esa extraña arena roja se había movido de su lugar. Todos mis compañeros estaban muy sorprendidos, jamás habían visto ni imaginado nada semejante. Durante las dos horas que permanecimos allí parados contemplando el círculo, nadie se atrevió a salir de él, era como si un temor muy profundo nos impidiera superar esa frágil barrera. Volvimos al pueblo comentando lo que habíamos visto y no tardamos en informarles de las novedades a todos aquellos que no habían venido con nosotros.
La asamblea del pueblo no tardó en reunirse para discutir el problema, la mayoría no le dieron a la cuestión la menor importancia, dijeron que un simple círculo de tierra no significaba nada Pero otros estaban muy preocupados, decían que había que prohibir a todos los pobladores cruzar el círculo, que había que llamar a químicos y geólogos para analizar el círculo y asegurarse de que no era peligroso. Sin embargo en ese entonces nadie prestó oídos a sus quejas.
Todo cobró mayor importancia cuando una terrible plaga comenzó a azotar al pueblo. Como los médicos no lograban encontrar ni cura ni explicación, inmediatamente se creyó que aquellos afectados por la plaga habían intentado cruzar el círculo rojo, que aquella arena roja se trataba de magia negra, de una maldición. Ya no eran pocos los que creían esto, la gran mayoría del pueblo ahora ni siquiera se atrevía a salir al pastizal, por miedo a cruzar el círculo sin darse cuenta.
Yo por mi parte no sabía que pensar. Al principio creí como todos que el círculo era una tontería, pero después de la llegada de la plaga yo también me vi invadido por el temor. No había forma de saber lo que sucedería si lo cruzaba. Sin embargo muy pronto me di cuenta de que si alguno de nosotros no viajaba a la ciudad en busca de ayuda todo el pueblo moriría por la plaga. Pero si atravesar el círculo traía la plaga, eso equivalía a un suicidio.
Una noche decidí presentar la cuestión al consejo, me propuse para salir del círculo en busca de ayuda. Todos reaccionaron muy mal ante mi propuesta, decían: “no puedes cruzar el círculo, no sabemos que podría pasar.” Cuando intenté explicarles que ya nada peor podría pasar me golpearon y luego me encerraron en la alcaldía. Por suerte una de las ventanas quedó abierta y así logré huir.
Cuando por fin alcancé el límite del pastizal no pude encontrar el valor para cruzar la línea. Pasé horas allí sentado sin poder moverme hasta que finalmente me quedé dormido. Al día siguiente estaba muy débil, sin comida ni bebida, sin poder pensar correctamente. Lentamente me puse de pie y comencé a caminar. Ni siquiera lo sentí cuando crucé la línea, todos mis pensamientos se concentraban en seguir avanzando. Poco después me desplomé sin sentido.
Desperté por fin en una cama de lo que parecía ser un cuarto de hospital. Lo había logrado, había llegado a la ciudad. Me levanté con dificultad, intentando no caer al suelo. Una luz brillante me impedía levantar la vista, pero a pesar de ello me di cuanta de inmediato de que no estaba solo en la habitación. Un par de manos fuertes me elevaron y me regresaron a la pequeña cama de la que acababa de salir al tiempo que una voz serena me decía que durmiera, que ya podría levantarme cuando hubiese descansado un poco más. Yo intenté explicarlo todo en pocas palabras, me costaba expresarme, seguramente por efecto de algún medicamento. Finalmente logré gritar “Hay que liberarlos, hay que sacarlos del círculo!”. La voz serena me contestó: “¿Se refiere al círculo rojo? Está loco, nadie puede entrar allí, no sabemos lo que nos podría pasar”.

jueves, agosto 25, 2005

Ella, ese y yo

Esto lo escribí hace un tiempo, las historias románticas no son exactamente lo que me gusta escribir pero hay que probar todo no? no??????

Editado: Bueno, esto ya tiene un título propio, esta es toda la creatividad que me surgió durante los uúltimos días, la novela está medio estancada porque me cuesta un poco mantener el mismo tipo de humor durante tantas páginas. Igualmente de a poco va avanzando, ya veremos que depara el futuro.


La noche se acaba y ya la primera gente empieza a irse del lugar. Allá estoy yo, tirado en un viejo sillón en el que entra 3 veces mi cuerpo. Ella está parada junto a la barra con su eterno novio, creo que se llama Gabriel, pero la verdad no me importa, espero que a ustedes tampoco.
Ella, no voy a decir su nombre, prefiero que me torturen antes de decirlo. Tal vez con el tiempo olvide su nombre, la olvide a ella y lo que fue, es y será. Como venía diciendo, ella es una amiga, o por lo menos lo fue por un tiempo, mucho tiempo. En la clase, de niños, comencé a hablar con ella solo para quemar aquellas largas horas de clase. Así la fui conociendo y queriendo, pero el amor no nació hasta mucho después, cuando yo dejé de ser un niño y me di cuenta de que ella era una mujer. Muy linda mujer por cierto, sus ojos, sus cabellos, incluso su sonrisa era atractiva. Pero yo, como buen idiota, no lo había visto hasta demasiado tarde, o tal vez no, pero si alguna vez había tenido una oportunidad con ella, jamás lo supe y jamás la aproveché.
Ella ahora no es ni siquiera la más cercana de mis amigas, hay varias otras compañeras con las que me gusta charlar y salir de vez en cuando, pero ninguna de ellas me gusta, claro. Solo para ella tengo ojos, cuando le hablo ya no lo hago libremente, su cadena encierra mi garganta, me cuesta expresarme, mido mis palabras, intento decir siempre algo ingenioso, totalmente inútil. Ella igualmente me sigue tratando como un hermano, como si nada nunca hubiera pasado, pero ese algo pasó, muy dentro de mí, aquella noche en que su maldito novio, tal vez se llama Alberto, llegó borracho a la fiesta, la insultó, la empujó y se fue a hablar con otra. Ella lloraba debajo de una mesa, el mantel largo encubría su dolor, cuando yo la fui a buscar. Me acomodé a su lado, le susurré palabras de aliento al oído, hasta entonces solo la amistad reinaba entre nosotros. Yo bromeaba sobre su novio, ¿será Alfredo?, y ella de a poquito empezó a reírse, como cuando éramos chicos y ella reía aunque no entendiera los chistes, reía para ponerme contento. Fue en la charla bajo la mesa cuando me di cuenta de mi amor, de la mentira que había vivido al querer ser solo su amigo, fue cuando ella me sonrió, cuando me abrazó llorando y me dijo que yo era el único que la quería, su único amigo verdadero, su hermano, jamás esas palabras fueron tan hirientes como esa noche. También dijo que ya no perdonaría a su novio, que sería fuerte, que ya mismo iría a cortar con él. Eso fue hace un año y ellos siguen juntos, y yo sigo enamorado.
Sigue hablando con su novio, tal vez se llame Joaquín, mira hacia todos lados menos a mí, porque cuando ella no necesita un amigo, yo soy invisible, soy nada, tal vez una sonrisa desde lejos, un “holacomova?” dicho a velocidad inimaginable. Yo estoy solo y pienso que no puede ser, que no me puede gustar justo ella, es mi amiga, fue siempre mi amiga, ¿seguirá siendo mi amiga?
Llega Gonzalo, se sienta en el sillón al lado mío y me ofrece un pucho. Yo lo rechazo, siempre lo rechazo, le tengo miedo al cáncer de pulmón y las otras terribles e innumerables muertes que ocasiona ¿para qué se gasta en ofrecerlo? Él mira a las chicas que caminan por el lugar sin parar, desfilan para ser miradas y admiradas, pero yo solo la veo a ella, mientras su maldito novio, estoy seguro de que es Fabián, le acaricia el pelo. Como me gustaría arrancarle cada uno de sus dedos. Aparto los deseos de sangre y venganza de mi mente, cuando el novio, Manuel es el nombre me parece, se aleja abruptamente de ella, dejándola sola e indefensa a mis ojos, tal vez es hora de que me acerque. Pero el sillón me atrapa y ya no puedo moverme, mis piernas están paralizadas, mi cerebro les ordena moverse pero ellas se niegan. Parece como si todo mi cuerpo se hubiera puesto de acuerdo para impedirme acercarme a ella.
Una hermosa chica pasa a mi lado y me sonríe, Gonzalo finge limpiarse la baba, yo ni siquiera me giro para verla, unos minutos después me arrepiento, acabo de perder una oportunidad que se da pocas veces, todo por culpa de ella. A veces parece como si las demás mujeres ya no me interesaran, otras veces me interesan demasiado, me ayudan a alejarla de mis pensamientos. Recorro el lugar con la mirada buscando a la linda muchacha, pero mis ojos solo la ven a ella, sentada tomando su trago, parece llorar.
Ya no es la pequeña niña de hace algunos años, es hermosa, es una mujer, es todo lo que yo siempre quise, y lo tuve delante de mis ojos durante tanto tiempo que no podía verlo. Me decido, me levanto, camino despacio, las rodillas me tiemblan, no puedo respirar bien, ¿qué me pasa? Siento que algo va a pasar, esta no es como las demás veces que intenté hablar en serio con ella, esta vez va a ser distinto. Me acerco por detrás, toco su hombro de un costado y me apoyo en el lado opuesto de la barra, ella se gira para ver quién la llamó, al no ver a nadie gira su cabeza hacia el otro lado y allí estoy yo, sonriendo como un idiota. Definitivamente estuvo llorando, el maquillaje bajo sus ojos está corrido, pero eso no disminuye su belleza. Me saluda, intenta sonreír, pero enseguida otra lágrima corre por su mejilla. Mi sonrisa estúpida muere en el acto, estiro la mano y atrapo la lágrima antes de que logre huir, le pregunto qué pasa, aunque ya empiezo a adivinarlo. El maldito novio la engañó de nuevo. Lo mismo había pasado en la fiesta de hacía un año, cuando me enamoré de ella por fin.
Intento consolarla, darle palabras de aliento, le aseguro que todo va a estar bien, ni yo me lo creo. Ella llora un rato más, ahora intenta excusar a ese estúpido, dice que está teniendo problemas en su casa, que sus padres se van a separar, ni ella se lo cree. No deja de mirarme con esos ojos, ahora que me necesita sí me ve, sabe que estoy ahí para ella. De pronto un impulso se apodera de mí, la abrazo, intento aguantar su dolor, su cara está frene a la mía, por fin, después de tanto esperar, la beso, y ella me besa a mí. El beso parece durar horas, tal vez han pasado días, nos quedamos así, juntos, es todo lo que había soñado.
De pronto siento un tirón, un fuerte golpe me separa de ella, caigo de espaldas al suelo y veo al maldito novio que se abalanza sobre mí. Logro esquivarlo justo a tiempo, mientras un par de amigos corren para agarrarlo, no les cuesta mucho inmovilizarlo, es un tipo flaco, casi tanto como yo. Me acusa de cobarde, de ladrón, intenta liberarse inútilmente, yo miro de reojo a los patovas que ya se acercan a ver que pasa, le propongo ir afuera a arreglar el asunto, tengo ganas de reventarlo. Ella no deja de llorar.
Salimos, el novio, me parece que alguien lo llamó Sergio, está un poco más calmo, aunque sigue medio borracho. Mis amigos lo sueltan y se arma una ronda alrededor nuestro, ella no mira, no puede mirar, preferiría que lo hiciera. El novio se dispone a atacar, se tambalea tanto que yo me río, pero también me preparo. Se lanza contra mí sin aviso, pero no me cuesta trabajo esquivarlo y ver como se va de boca al piso, un pequeño grito sale de la multitud. El novio se levanta, creo que está llorando de la humillación, me da un poco de lástima así que decido ponerme serio y terminar con esto antes de que se ponga feo, lo único que falta es que este gil se haya traído un cuchillo. Salta de nuevo hacia mí, esta vez no lo esquivo, preparo el golpe y le doy justo en la cara, en pleno vuelo. Sale disparado hacia atrás, puedo ver el pequeño hilo de sangre que cae al suelo, por fin ella aparece corriendo, pasa a mi lado sin siquiera verme, abraza a su novio y grita “¡Augusto!” Que nombre de mierda que tiene.
Me alejo sin decir nada, mi amor acaba de morir y jamás volverá, ella lo remató con una sola pedrada. Nunca entendí que fui para ella, una excusa, un arma, un pobre estúpido en el mejor de los casos. Con el tiempo la perdono, no soy rencoroso, pero jamás la veré con los mismos ojos, ni los del amigo ni los del amante, solo con los de un extraño. No se qué pudo hacerme pensar que ella me quería, la desesperación del momento tal vez, solo sé que en ese instante su engaño me lastimó y esas son heridas que tardan en sanar. Me alejo de la feliz reunida pareja, parecía que nada los separaría en ese momento, el gladiador vencido y su amada, no pasará más de una semana antes de que él la engañe de nuevo. Pero yo ya no estaré allí para consolarla, para amarla. Ella no entiende que ese amor es lo que necesita, es lo que desea, pero ese amor murió esta noche, cuando por fin dijo el nombre del maldito novio, creo que era Adrián, la verdad no me importa, espero que a ustedes tampoco.

Iniciativa

Francamente no soy del tipo de personas que son constantes en las cosas que hacen, ya he tenido un blog antes pero no duró mucho debido a falta de tiempo, interés y mejores escusas. El hecho es que si algún día planeo ser un escritor, por más fracaso que sea, necesito de alguna forma demostrar que puedo ser constante en la escritura, así que decidí copiar la iniciativa de un primo mío y reviví mi blog (más bien lo reencarné en un nuevo ser). Esto no es para que otros lo lean, es principalmente para que yo escriba.