sábado, agosto 05, 2006

Renuncia

Vamos a ver, esto no tiene mucho sentido ni siquiera para su propio creador así que ahorrénse los comentarios (que igual no creo que fuesen a aparecer) diciendo que no entendieron un soto porque es más que previsible. Ahora, si sí llegan a entenderlo les ruego que me expliquen por favor. Desde ya muchas gracias.
BTW: También ahorrénse comentarios como "tincho ¿estás estás bien de la cabeza?" porque también los voy a ignorar.


Suenan pasos huecos en el interminable pasillo. El eco rebota contra infinitas paredes llegando a oídos de todos los presentes. Nadie se mueve, nadie levanta la mirada, ya es costumbre escuchar tales pasos y no vale la pena distraerse con ellos. Cada uno sigue con su trabajo, con la mirada fija en su computadora escribiendo y escribiendo sin parar. Solamente uno levanta la vista, alerta a la sombra que se proyecta contra la pared y avanza por su pasillo. El hombre resopla buscando coraje suficiente para levantarse. Parece dudar, mira a su alrededor buscando algo que lo convenza de desistir, pero nada hay en aquel pequeño cubículo que vaya a añorar algún día. Fija sus ojos en el sencillo cartel de bronce con letras plateadas que rezan “Lorenzo Martínez” que descansa sobre su pecho; una pequeña sonrisa parece dibujarse en la comisura de sus labios al releer su nombre. Ya no tiene dudas.
Sale de su celda y comienza a caminar en persecución de la sombra misteriosa que avanza cada vez más rápido hacia una enorme oficina en el fondo del pasillo, de todos los pasillos. Martínez apura el paso temiendo perder la oportunidad de atrapar la figura antes de que se escurra entre el laberinto de cubículos que conforman la enorme habitación. Muchos rostros se giran ahora para verlo, parecen sorprenderse de tan cruel atentado a la rutina diaria, mas nadie se disturba por más de unos pocos segundos, inmediatamente todos regresan a su trabajo negando lentamente con la cabeza. Parecieran saber lo que sucede, lo que no saben es cuanto se equivocan.
Martínez alcanza a la sombra apenas a unos metros de la gran oficina. Pone su mano sobre el hombro de la figura alada y de traje con cierta duda, temor tal vez, como si su acto fuese algo inapropiado, una ofensa tal vez. El ángel de traje se gira lentamente con una sonrisa afable y falsa, sostiene en su mano una taza de café eternamente humeante aún intacto, quien sabe desde hace cuantos siglos. Martínez es quien abre el diálogo.
- Disculpe señor Johnson, ¿tendría un minuto para hablar conmigo?
- Desde luego Lorenzo- replica el otro con un tono afable y confianzudo – siempre tengo tiempo para usted. Dígame pues ¿qué necesita?
- Preferiría pasar a su oficina si no es molestia.
El semblante del ángel parece perder por un momento su apariencia de absoluta tranquilidad, como si el pedido del hombre rozara ya el borde del atrevimiento.
- Por supuesto.- dice recuperando su sonrisa impecable – adelante, pase usted.
Abre la puerta en cuya ventana se leen claramente en letras negras el rótulo “Director general y absoluto” y deja pasar al joven hombre. Pues Martínez tiene poco más de 18 años, a pesar de que en aquel lugar parece ya un hombre maduro, marcado por el tiempo, la experiencia y el cansancio.
La oficina es un palacio comparada al humilde cubículo en que trabajan Martínez y sus miles de millones de compañeros. Una lujosa alfombre roja de casi una hectárea de área recubre el suelo sin dar lugar a una sola imperfección. Las paredes rosa están recubiertas casi totalmente por incontables diplomas, documentos y cartas enmarcadas llevando todas en su base el mismo nombre: “Adolfo Cupido Johnson”. El señor Cupido Johnson los mira con orgullo y satisfacción mientras avanza entre medio de las numerosas obras de arte, plantas, columnas y adornos varios; dirigiéndose al escritorio que se encuentra en el centro de tan impresionante escenario. Detrás del mueble cuelga del invisible techo el escudo de la compañía, representado por el famoso arco y sus dichosas flechas envenenadas. El director general y absoluto se sienta en el hermoso sillón de cuero, indicándole a Martínez que haga lo mismo en una miserable sillita de mimbre que se encuentra en el lado opuesto.
El empleado parece ahora intimidado por tanta magnificencia y duda si es él quien debe dar inicio a la conversación. Finalmente tras varios minutos plagados de guerras de miradas y falsas toses es el Director quien habla primero.
- Si es para esto que usted me pidió reunirse conmigo Lorenzo, puede tomar una fotografía mía y hacerlo el resto del día.- Se regodea de su pésimo chiste con una amplia sonrisa, invitando al otro a hacer lo mismo. Martínez permanece serio, decidido por fin a hablar.
- En realidad señor Johnson…
- Por favor llámeme Cupido.- interviene el otro sin borrar su asquerosa sonrisa. – Ha sido mi nombre durante siglos y espero que la suma de un nuevo apellido (temas puramente burocráticos, se lo aseguro) debería cambiar eso.
Esta vez Martínez sí sonríe un poco para sí mismo, luego continúa. – En realidad señor Cupido estoy aquí para presentar mi renuncia.
Las palabras caen como un balde de agua helada sobre el director, quien no encuentra palabras para replicar tal afirmación. La escena se congela nuevamente, el empleador sin saber que decir y el empleado observando el efecto de sus palabras con una extraña mezcla de satisfacción y temor. El señor Cupido Johnson respira profundamente y toma de uno de los cajones del escritorio un archivo en cuya tapa brilla el nombre de su interlocutor, tras escrutarlo brevemente lo deja cerrado sobre el escritorio.
- ¿Renunciar ha dicho Lorenzo?- exclama finalmente el señor Cupido sin poder ocultar su sorpresa pero intentando no aparentar enojo alguno – Según los registros usted es un buen empleado, no particularmente destacado pero cumplidor, al parecer ha presentando varias quejas en cuanto a las retribuciones por su trabajo y hay quienes se han quejado del ojo crítico con que ve muchas de las decisiones que toma la compañía pero eso es bastante normal para todos los empleados, nada tan grave como para justificar tal decisión. ¿Por qué querría usted renunciar? ¿Qué motivos tiene?
- Simplemente no he recibido de esta compañía las satisfacciones que esperaba obtener cuando ingresé a ella hace ya varios años.
- No tantos, no tantos Lorenzo, fíjese que es usted un hombre muy joven aún, ¿cómo sabe si esas satisfacciones no están aún por venir? Muchos de los empleados más satisfechos han tardado muchos más años de los que usted ha vivido en lograr su objetivo. Y ahora usted, un hombre con todo el futuro por delante quiere echar eso por la borda después de solo un par de insatisfacciones que ni siquiera han sido muy traumáticas que digamos.
- Reconozco que aún no he visto ni lo mejor ni lo peor que encierra este lugar, y que mis fracasos pueden parecer insulsos a la mayoría de los que los analicen, pero son prueba más que suficiente para darme cuenta de que aquí yo no tengo ningún futuro.
En el rostro del Señor Cupido se dibuja una mueca de disgusto, después de milenios de excelente cumplimiento del deber un muchachito recién salido de la cuna osa poner en duda todo su trabajo. Sabe que no puede permitirlo.
- Mire Lorenzo- dice recuperando su falso tono cordial y su asquerosa sonrisa- usted no es el primero en plantearme la misma situación, aunque sí uno de los más jóvenes, y debo decirle que todos aquellos hombres y mujeres que han querido dejar la compañía han terminado regresando a nuestras filas, sabiendo que este es su lugar y que aquí se cumple su destino. Es inútil que se marche.
- ¿Está diciendo que no puedo irme por propia elección? ¿Piensa obligarme a permanecer aquí por la fuerza?- dice Martínez enarcando una ceja. Conoce muy bien el efecto que tendrán sus palabras, ha preparado cuidadosamente cada una de ellas para asegurarse de que cumplan su objetivo. Con estas preguntas desea desarmar a su oponente de cualquier tono amenazador que pueda llegar a tomar. La estrategia surte efecto.
- ¡Por supuesto que no!- Exclama el director con un rastro de miedo en su voz. – Aquí cada uno entra y sale por la propia voluntad. Yo no lo he amenazado de nada, simplemente le explico lo que ha sucedido con los anteriores casos parecidos al suyo.
- Pues entonces si ellos pudieron regresar yo también puedo hacer lo mismo si es que llego a darme cuenta de que he cometido un error, ¿no le parece?
- Pero no será lo mismo Lorenzo, esas personas nunca pudieron retomar su anterior espíritu de trabajo. Nunca fueron las mismas. Yo le digo esto para prevenirlo, quiero ayudarlo a que no cometa un grave error. No me vea como un enemigo aquí, yo estoy de su lado.
- ¿Realmente?- replica Martínez con sorna. Ya ha perdido el miedo y la timidez. Ya no hay vuelta atrás. – Pensé que lo que usted quería era un nuevo diploma colgando de sus infinitas paredes.
- ¡No se haga el listo conmigo muchachito!- Vocifera Cupido dando lugar a la cólera por primera vez en mucho tiempo. – ¡Usted no sabe nada! Cree que por unos míseros fracasos propios tiene derecho a arruinar mi trabajo y mi reputación. Cree que sus intereses están más allá de los de la compañía. Claro que sí, ¿usted es muy importante no? ¿Si no sale todo como usted quiere simplemente renuncia? Yo digo ¿quién carajo se cree que es? Aquí hay millones de empleados que sufrieron todos los males y decepciones que se pueda usted imaginar, pero aquí siguen, luchando por lo que quieren, para alcanzar sus metas, y tal vez algún día lograrán su recompensa. Sé que hay muchos que la obtienen sin merecerlo pero yo no hice las reglas, solo las cumplo. Dígame por favor quien mierda le da derecho a usted para quejarse de esas reglas, de mí y de toda esta maldita empresa. Si quiere renunciar por lo menos tenga una razón valedera y no me venga con idioteces sobre el sufrimiento y el dolor porque de eso ya he escuchado demasiado. Aquí todos sufren, pero no me diga que al final no vale la pena el sufrimiento por aquella esperanza de que las cosas lleguen a buen término.-
Con una vena del cuello a punto de estallar el director Cupido Johnson permanece quieto, rojo en cara, observando a aquel muchacho que logró hacerlo montar en cólera en apenas media hora.
- El problema…- replica Martínez sin perder la serenidad. -… es que yo ya no tengo esa esperanza de la que habla. Ya no busco alcanzar ningún objetivo, ni siquiera lo tengo. Simplemente estoy aquí pasando el tiempo, amargando mi existencia cada vez más sin llegar a nada. Si paso otro día aquí voy a morir de pura frustración. No sé si es la decisión correcta, no sé si algún día me veré obligado a volver. Pero por lo pronto necesito dejar este lugar, me enferma, me destruye, ya no puedo más, siento que no es mi lugar. Es por ello que me marcho, no porque el fracaso me atemorice, sino que es la falta de fracasos y logros, la falta de todo lo que ya no soporto. Por eso creo que lo mejor sea renunciar, así tal vez logre comprender que es lo que no funciona conmigo y si algún día regreso podré cumplir con mi destino o como quiera usted decirle. No culpo a la compañía ni a usted, me culpo a mi mismo por mis limitaciones. Así que no tema por su orgullo ni el de este lugar, tema simplemente que no haya más como yo que desertan sin razón aparente.
- Desearía en cambio que hubiese más como usted Lorenzo.- Dice al fin el señor Cupido suspirando. – A pesar de que aún no entiendo su posición admiro su honestidad, que es lo que más hace falta en este negocio en estos días. Vaya, sé que ya no se puede hacer nada para evitar su partida, parece usted demasiado resuelto. Espero que tenga suerte en su búsqueda o lo que sea que emprenda allí afuera y sepa que si desea regresar su lugar siempre estará disponible. Tal vez esta no sea la última vez que nos veamos.
- Sí, tal vez…- Concluye Martínez sonriendo. No es una sonrisa de victoria, ni tampoco de alegría, no es nada realmente, solo un momento de comprensión hacia su enemigo. – Adiós señor Cupido.
Sale de la oficina sin escuchar la respuesta. Martínez se dirige apresuradamente a su cubículo ante la mirada de asombro de miles de compañeros. Algunos lo ven con temor, como creyendo que se trata de un ente extraño y dañino. Otros con comprensión, saben lo que siente y quisieran poder hacer lo mismo, pero por el temor o la esperanza les impide hacerlo. Otros, lo ignoran, como creyendo que tal decisión no puede ser en serio y que lo verán volver en pocas horas, tal vez así será. Pero nadie lo mira como si fuese a extrañarlo, será solo uno menos, un lugar vacío entre las sombras de miles de millones de otros cubículos. Ninguna mirada añora su permanencia, ninguna le pide que se quede. Eso es suficiente para decidir a Martínez, si nadie lo necesita nada tiene que hacer allí. Llega a su escritorio y observa sus pocas cosas, preguntándose si debe llevarse algún recuerdo. Niega tristemente, no hay nada allí que valga la pena recordar. Con un leve gesto desprende el cartelito de bronce de su pecho y lo deja en su lugar. Al observarlo allí un último pensamiento cruza su mente: “Tal vez”. Sonríe, esta vez de alegría, tal vez… tal vez algún día haya esperanza para él. Y con ese pensamiento se encamina hacia la salida, tarareando a momentos una triste canción de amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tincho, ¿estas bien de la cabeza?


je, me gustó mucho! un beso!!

mery

Anónimo dijo...

me gusto!!
muy bueno tincho la verdad....