martes, diciembre 04, 2007

Casi Perfecto

Un poco de semi poesía depresiva para alegrar un poco el día. La verdad que no sé de donde me salió esto, ni siquiera sé si está bueno o es cualquier cosa. Igual espero que les guste, a ver si alguno se siente identificado, yo por lo pronto no. Saludos

El cielo se cubre de blanco. Las nubes se funden en una, se abrazan con su miles de brazos buscando una sola forma que cubra el cielo entero. Parece nieve caída en un mundo opuesto al nuestro, y pienso que tal vez seamos nosotros los que estamos al revés, viviendo en nubes que se unen y se deshacen, en un caos infinito de formas y tonos de blanco y negro que jamás tiene fin.

Y aquí estamos de nuevo, juntos, mirando el cielo que se mueve debajo de nosotros, con sus nubes danzantes, con su fondo azul y perfecto, el mismo azul perfecto que me mira cada vez que miro en tus ojos. Tus terribles ojos. Quisieran que fueran como aquel otro cielo, el de aquella tarde, un cielo blanco espuma, calmo, vacío, perfecto. Como tú. Como quisiera que fueras tú.

Tu beso me despierta de mis ensueños y vuelvo a tu lado. Ahí están tus ojos, clavados en mí como agujas, con esa mirada infernal que no puedo dejar de odiar. Y sin embargo la miro, te miro, sintiendo aún el calor encendido por tus labios en la comisura de los míos. Tan cerca, pienso, y a la vez tan lejos, triste ironía que no cansa de repetirse. Y suspiro, pobre iluso, como siempre por un momento creí que esta vez no sería igual.

Tomando coraje giro a mi cuerpo hacia ti. Ahí está esa maraña de cabellos que el viento revuelve, como queriendo castigar tu belleza y solo haciéndola más evidente. Detrás de tu pelo descubro ese rostro que el viento intentaba ocultar. La nariz altiva y perfecta, la frente lisa y extensa. Tu sonrisa, falsa. Tus ojos, terribles.

No soporto la idea de que estés tan cerca sin ser mía, y al mismo tiempo esa cercanía es mi pequeño trofeo, pues en ese rincón del mundo perdido, en ese instante en que las nubes se funden en un blanco perfecto eres mía. Simplemente mía. Lo repito tanto que casi parece verdad. Casi...

Dejo escapar la palabra sin pensarlo. Tal vez, inconcientemente busco tu reacción que llega inevitablemente. ¿Casi que? Casi eres mía, pienso, casi me besas, casi estamos juntos. Pero no, nada de eso es realidad. El encanto del momento se rompe en la nada y eso te respondo, nada. Eso soy yo, nada. Me arrepiento de haberme dejado llevar nuevamente. Pongo mi mano en tu rostro para tranquilizarte y otra vez despierto esa sonrisa tan dulce, tan hermosa y tan falsa que hace de tu rostro una pintura perfecta. Casi perfecta.

Me incorporo para irme. Siento en tu cuerpo la sorpresa de la separación, tal vez un poco de alivio. Ya mi presencia no te hace feliz y sé que esta tarde sin tiempo, mirando el cielo nublado, llegará pronto a su fin. Demasiado pronto, pienso, cuando siento que tu mano toma la mía para reclamar una despedida. No quiero, no puedo. Mil excusas que quieren evitar el dolor de tus palabras cruzan mi mente, inútilmente. Finalmente tendré que rendirme a tus deseos y escuchar tus razones, tu lógica, tus mentiras.

El cielo blanco se tiñe de negro, amenazando a la tierra con la furia de sus lágrimas. El cuadro perfecto ahora llora al saber que no estás aquí para contemplarlo. Ahora solo miro como el gran cielo blanco se desarma en un caos de espuma, devorándose a si misma bajo la furia de los vientos. Veo tu figura de espaldas deslizándose lejos, rápida, libre.


Pienso en el cielo de nubes y en ese mundo sobre el nuestro, opuesto, en el que existe un instante al que podemos llamar perfecto. Y me pregunto si en la nieve que cubre aquel lugar, si estuviésemos tirados allí en vez de aquí, observando el césped del parque sobre nosotros, si sin un casi que sofoque las esperanzas de un sí, sería posible que al despertar de mis ensueños tu beso fuera a mis labios. No sería una ilusión llamarte mía, y el tenerte sería el todo que vacíe la nada. Si tal vez estuviésemos allí en vez de aquí, podría ser feliz, aunque fuera solo en el instante en que las nubes se unen en un blanco perfecto.

Ahora ya no veo el cielo reflejado en tus ojos, ya no siento tu cuerpo pegado al mío, ni tu beso que me despierte del ensueño y me devuelva a tu lado. Ya no estás, y el cielo ya no es uno, no es nada. Sin embargo tu sombra sigue allí. Y cuando cierro los ojos, y mi mente me lleva a pensar en ti, lo único que veo nuestro cielo, tu cielo, un cielo blanco espuma, calmo, vacío, perfecto. O casi.

lunes, noviembre 12, 2007

Capítulo 8: "El Elegante"

Sentado con las manos apoyadas sobre su vientre, intentaba aparentar una calma reflexiva que habría sido más creíble en la figura de un babuíno no esterilizado. Sin embargo, segundos después de haber penetrado nosotros en la habitación ya había perdido toda noción de nuestra presencia y embarcose en la tarea de formar un pequeño ejército de bolas de papel con las que luego acribilló certeramente todos los desafortunados ornamentos de la habitación, incluido Tony, al que parecía haber confundido con la media estatua de Buda que se encontraba a sus espaldas. Aprovechando una temporal ausencia de proyectiles, intenté interrogarlo sobre Meredith, pero pronto debí aceptar que toda aquella travesía había sido un intento desesperado e inútil. La mente del Panino se encontraba en una dimensión en la que nada importaban ya las drogas, los territorios, ni aún esa persecución en la que había invertido tanto tiempo y recursos.
Entonces comprendí que no había forma de que aquel hombre cuya cordura parecía haberle alquilado su piso a una familia de enfermedades mentales pudiese estar al frente de aquella organización que tan efectivamente lograba eludir todo intento por encontrar su localización. El Panino, al menos temporalmente, se había visto obligado a pasar la antorcha.
Antes de que pudiese tan siquiera abrir la boca para preguntar quien era aquella mente suprema que había logrado idear un plan que solo otra de idéntica grandeza como la de vuestro humilde servidor sería capaz de defenestrar, la respuesta llegó por sí misma, en la forma de Jeff “el Elegante” McBride.
- Buenas tardes inspector.- dijo su voz de niño a nuestras espaldas, al tiempo que el martilleo de un revólver sonaba lo suficientemente alto como para hacernos desistir de cualquier intento de resistencia que pudiésemos oponer. Medida por demás inútil ya que la sola presencia de aquel hombre había bastado para helar mi sangre, aunque lamentablemente no logró el mismo efecto sobre el sistema urinario de Tony.
No se cuanto tiempo pasó aquel hombre observándonos antes de que lográramos percatarnos de su presencia. Lo cierto es que compartir la habitación con el Elegante por más de 5 minutos era algo que estaba muy lejos de alcanzar el grato placer que produce una pesadilla. El problema con aquel hombre, a diferencia de los miles otros que también habían sentido el calor de mi sangre sobre sus manos, era que se trataba de un artista de la tortura, capaz de doblegar a militares, guerrilleros, criadores de abejas y lesbianas feministas en tan solo un par de horas.
Pero lo peor de aquel ser era que disfrutaba de su trabajo, y nunca faltaba quien afirmase que aquel abrigo color piel del que nunca se desprendía estaba hecho con recuerdos que arrancaba de sus queridas víctimas. Aunque de haber sido cierto también el número de víctimas que se le atribuía habría tenido suficientes recuerdos como para tres colecciones de abrigos, un yate y una isla en la costa del Perú.
- Jeff, tanto tiempo sin verte, pensé que estabas en el África masacrando misioneros, ¿cómo viniste a parar a este lugar?- dije intentando no imaginar que pedazo de mi cuerpo arrancaría esta vez si se encontraba en ánimos de jugar. Afortunadamente esta vez para el peor de los casos contaba con un depósito de carne, lo suficientemente grande como para saciar su sed de sangre, a escasos metros de mí que en aquel momento intentaba disimular el hecho de que estaba creando una nueva formación lagunosa en esa misma oficina.
- Estaba, estaba, pero tuve que volver al recibir un llamado de los colaboradores del Panino pidiendo mi asistencia- dijo manteniendo su sonrisa sarcástica, observándome entre divertido y expectante, como si el encontrarme ahí significase para él una especie de absurdo chiste del destino en favor de su propia diversión. Su explicación, sin embargo, no lograba convencerme. Por más que entre el Elegante y el Panino siempre había habido buenas relaciones el primero no tenía experiencia alguna en el negocio de la droga, y el primero no tenía razones para cederle su posición a un novato, por más respetable que fuera su sádica reputación.
Adivinando mi pensamiento, Jeff se apiadó de mi ignorancia y me reveló un hecho hasta entonces poco conocido en el mundo del crimen.
- Después de todo.- dijo como continuando la frase anterior – mi tío Gordicelli siempre me ha tenido en muy alta consideración.-
Intenté no pensar que clase de abominable ser humano podía ser el que pusiera en relación indirecta a aquellos dos excelentes ejemplos de lo que no debe ser humano, pero la figura de Silvia Suller en su pleno esplendor invadió igualmente mi pobre y virgen cerebro. A pesar de mi sorpresa la explicación era convincente: el Panino jamás confiaría en nadie que no fuera de su propia familia, y el Elegante tenía la suficiente astucia como para mantenerlo con vida a pesar de su lamentable estado.
Otra desagradable sonrisa me arrancó de mis cavilaciones sobre Jeff, el panino, Silvia Suller y los pandas gigantes.
- ¿Y bien Robredo, que puedo hacer por usted hoy? ¿O vino solo para recordar lo que hicimos en el frigorífico hace un par de años?
El solo recuerdo de aquella fatídica noche en la que mis testículos adquirieron más formas que una bola de plastilina, condenándome posiblemente a una dolorosa aunque nada despreciable esterilidad, rindió mis últimas esperanzas de oponerme al profundo terror que el Elegante provocaba en mí. Sabía perfectamente que si no creía mi historia sodomizaría mi cuerpo con placer sin darme tiempo siquiera de comprender que estaba sintiendo dolor. En menos de 5 minutos ya había relatado los hechos con lujo de detalles morbosos e innecesarios halagos hacia su virilidad.
Durante un breve instante temí que no fuera a creerme. A pesar de que sostenía aún su terrible sonrisa, su semblante había cambiado ligeramente y parecía estar meditando. Si alguno de ustedes es aún lo suficientemente inocente como para creer que esto era una buena señal créanme que lo último que uno quiere es darle a un torturador sanguinario es un algo en que pensar mientras tiene un arma en la mano. Finalmente bajó el arma. Su sonrisa había vuelto a ser tan asquerosa como antes pero parecía no tener intenciones malévolas. Seguramente había visto la gran oportunidad que encerraba el prestar un servicio a uno de los hombres más poderosos de la ciudad, oportunidad que momentáneamente parecía ser lo bastante importante como para aplacar su sed de sangre.
- Muy bien detective, digamos que le creo.- dijo midiendo sus palabras para que sonaran lo suficientemente generosas - ¿Cómo me beneficia a mí el darle información?
- Bueno, para empezar tendrías mi gratitud...- Otro chiste genial desperdiciado en un tipo sin sentido del humor. – Pero bueno, supongamos que el señor Bonanzini se enterara de que un cierto grupo distribuidor de drogas pervirtió a su querido intento de hija... yo creo que no podría dejar que esos malhechores siguieran tranquilamente en actividad y arruinando las vidas de otros jóvenes, ¿no te parece?
Una bala pasó silbando a milímetros de mi cabeza, llevándose como recuerdo un considerable pedazo de oreja. Mientras yo me contenía de la tentación de retorcerme de dolor observé como la mano temblorosa de Jeff se iba calmando lentamente. El hecho de que se tratase de alguien tan conocido había resultado levemente beneficioso por una vez, casi como encontrarse con el director de tu escuela en un bar nudista. A pesar del pavor que el Elegante inspiraba en mí yo sabía perfectamente que una falta de respeto lo desestabilizaría, y un pedazo de oreja menos bien valía la pena si lograba desestabilizar a mi oponente. Segundos después del disparo una decena de hombres entraban apuntando a la habitación pero su jefe les indicó que se retiraran. El Panino mientras tanto seguía sin inmutarse, ocupado como estaba en dar un discurso a los retratos de la pared de su derecha.
- No creo que esté en posición de faltarme el respeto con ese tipo de amenazas Robredo.- rugió el Elegante apretando los dientes.
- No quise faltarte el respeto Jeff, solo te aclaraba como está la situación, y el hecho de que mi cabeza siga sin huecos de bala demuestra que entendiste mi punto después de todo.
- Tu cabeza sigue sin huecos porque disparé sin mirar.- admitió recuperando su semblante tranquilo, aunque aún apretaba los dientes.
- Entonces tendré que agradecer a mi buena suerte.- dije riendo mientras intentaba no perder el conocimiento. – Igualmente comprenderás que si decidís ayudarnos el señor Bonanzini también sabría encontrar la forma de recompensarte. Él sabe que un caballero como vos no sería capaz de lastimar a una inocente joven...
Su sonrisa enigmática volvió a adornar su rostro, noté también una extraña mueca en su expresión. Como si reprimiera una burla que rogaba por escapar de su boca. De cualquier forma la mueca si disipó apenas volvió a hablar.
- Si lo hubiese planteado de esa forma desde un principio aún tendría su oreja entera. Ahora bien, acepto ayudarlo pero recuerde que me debe un favor y que se lo cobraré cuando mejor me venga.
- Tony estará muy feliz de pagártelo.- contesté aprovechando que mi compañero estaba tendido sin sentido desde el momento del disparo. – Ahora decime lo que sepas.
- La chica anda en las drogas desde hace poco, usó nuestros distribuidores hasta que nos dimos cuenta de quien era y obviamente dejamos de suministrarle el producto. Sin embargo de alguna forma sigue obteniéndolo. Si el hombre que vieron con ella no es su dealer actual creo que su mejor opción es probar con la Mosca. Se trata de una mujer que trabaja de forma independiente con jóvenes de la alta sociedad. Vende un producto de alta calidad a precios elevados y solo trabaja con clientes que nosotros y los dueños de los demás territorios rechazamos. La chica es una presa perfecta.
- ¿Y pensás que esta mujer estará dispuesta a darnos más información?
- Seguramente, si pueden pagarla por supuesto. Le convendría llevar a Cásper, aparentemente anda en muy buenos términos con ella.
La sola idea del cuerpo fantasmal de Cásper penetrando a una mujer me provocó arcadas, sin embargo la situación parecía ir tomando color, aunque la pista seguía tan frágil como antes.
- Supongo que tendré que volver al bar de Gino entonces. Muchas gracias por la colaboración Jeff, sabía que podías ser un hombre gentil cuando no hay una sierra en tus manos.
- Puedo ser un hombre razonable. Ahora, le recomiendo que se apresure a salir por la ventana, mi mano está rogándome desde hace más de una hora que le permita apretar el gatillo y ya no siento ningún deseo de resistirme.
Apenas tuve tiempo de tomar a Tony por la cintura y saltar rompiendo las tablas que tapiaban la ventana antes de que 5 disparos se perdieran sobre mi cabeza buscando provocar nuevos orificios en mi maltratado cuerpo. Mientras caía pude darle una última mirada al Panino, quien ahora se encontraba callado contemplando el techo de la habitación, casi parecía estar pensando. Tan atrapado quedé por esa imagen que no me di cuenta que estaba cayendo desde un segundo piso. Afortunadamente un vagabundo logró amortizar nuestra caída, aunque sacar su cabeza de entre las nalgas de Tony luego costó más esfuerzo del que uno pudiera suponer.

Capítulo 7: Máxima intimidad

Tras haber rematado el capítulo anterior con un chiste pésimo y sin sentido, decidí, junto a mi fiel ejército de alucinaciones, que para poder dilucidar de una vez mi primer caso (que aparentemente iba también a convertirse en el más largo y trabajoso de mi brillante carrera) debía atenerme al único hecho sobre el que no parecían tener dudas ni los topos ciegos del zoológico del centro: la relación de Morgany con las drogas. Afortunadamente mis largos y corruptos años en la policía me habían puesto en contacto con más de un vendedor de polvo mágico de nieve, por lo que no tardé en dar con la dirección temporal del famoso Gordicelli, el enanísimo capo distribuidor de toda la pasta y harina del sur de la ciudad. El “Panino”, como todos lo llamaban tanto por su afición a los sandwiches de mortadela y limón como por su obsesión con los álbumes de figuritas de los personajes de Disney (se dice que una vez asesinó a sangre fría a un niño de 8 años por un “bambi en cuatro” en perfectas condiciones, resultando después que ya tenía unas 15... la mortadela puede tener terribles efectos en la memoria... en fin), el Panino y yo jamás nos habíamos llevado bien. Fuera que yo le pasara información sobre sus clientes a sus rivales o porque él me enviara al hospital por un mes sin siquiera enviarme un ramo de flores, jamás habíamos podido confraternizar, sin embargo su memoria funcionaba cada vez peor por lo que verlo nuevamente después de tanto tiempo sería como un primer encuentro.
La nueva casa de Gordicelli parecía erigirse invisible sobre un terreno baldío. Me tomó minutos deducir que la casa que hasta poco antes había albergado al pequeño capo mafioso ya no existía. Sin pistas y con un hambre de la san bondiola, dejé que el gordo Tony me invitara a comer una vez más. A todo esto el recipiente de estupidez y grasa que se hacía llamar mi empleador estaba de lo más contento con el supuesto misterio que ahora, vaya uno a saber como, rodeaba al asunto y no dejaba de fantasear sobre doncellas raptadas y mafiosos malvados, mientras un chorro de mayonesa resbalaba por sus cachetes abultados por años de crímenes contra la salud. Por como hablaba y comía, parecía que en cualquier momento iba a tener un orgasmo oral. Por suerte pude escapar al baño antes de verlo suceder. A mi regreso me horroricé con la visión de un par de personas sentadas cerca nuestro vomitando incontrolablemente. Otros simplemente habían optado por el suicidio antes que correr el riesgo de ver algo así suceder nuevamente. Tony parecía estar absolutamente orgulloso de sí mismo por lo que no solo pagó sin protestar sino que además me regaló un muñequito de Darth Vader en bikini que vendían en el almacén frente al restaurante.
Estando necesitado de información sobre el paradero del Panino, caminé con Tony hasta el estacionamiento de escoria social de Cásper. A pesar de la tierna broma que se había jugado a costa de mis órganos días antes, ya no sentía ningún deseo de agarrar su cabeza y meterla abajo de un martillo neumático, atraer a todas las ratas de la ciudad sobre su cuerpo mientras que el payaso triste de los sims le invade la despensa, y echar sus restos a los indigentes famélicos del parque Medaunpesojefe... no, absolutamente ninguno.
Viéndome ya recompuesto y acompañado por un chanchito alcancía viviente, puso su mejor cara de hombre honesto y bueno, comparable a la de Chuky Dennerty en “un hombre honesto y bueno 2, la venganza del subíndice violador”, película muy interesante que logré ver en la tele de un vecino gracias a un par de binoculares que le robé a un ciego. Igualmente él no los iba a necesitar.
- ¡Inspector!- dijo Cásper jovialmente mientras tanteaba abajo del mostrador en busca de su escopeta, en caso de que mis intenciones fuesen poco diplomáticas. -¿Le sirvió la información que le di?- agregó con la inocencia de un niño... un niño homicida neonazi miembro del Ku-Klux-Klan.
- No tengas miedo, por más que seas un traidor hijo de un contingente de containers cargados de mierda no te voy a hacer nada, es más, te traje un nuevo negocio.- respondí utilizando mi actitud de falso duro que tan poco me ayudaba en estas situaciones.
Los ojos de Cásper brillaron ante la posibilidad de exprimir todo dólar que mi acompañante estuviese cargando consigo. De inmediato desistió de su intención de transformar mi encéfalo en queso gruyère y escuchó nuestro pedido.
Después de que hube relatado nuestras peripecias matutinas, agregando detalles insignificantes como la marca de goma de mascar que masticaba un perro cimarrón mientras se volteaba un poste de luz y exagerando de modo obsceno la forma en que yo había rescatado a esas calientes modelos rusas de las garras de un asaltante, le comentamos nuestro desacierto al dar con el paradero del enano Panino.
- Lo que más me sorprende es que tus contactos te hayan dado direcciones tan acertadas, ese lugar fue la casa del Panino durante solamente una semana y estuvo ahí hasta hace dos días. Aparentemente se metió con alguien de categoría muy superior y tiene que volar constantemente de un lugar a otro para evitar ser capturado.- afirmó dándose aires de gran entendido.
- Y por supuesto el gran y omnisciente dueño del bar de Gino puede decirnos donde se está quedando actualmente.- repliqué yo con sarcasmo suficiente para asesinar una ballena de Groenlandia.
- En realidad tengo una dirección, pero es muy posible que ya haya pasado a otro lugar. Con la estrategia que el enano mantiene se asegura de sembrar la duda sobre toda información que hable de su paradero. Solo sus colaboradores más cercanos son informados de los futuros traslados. Pero parece que hoy es tu día de suerte viejo amigo, porque puede que haya otra solución a sus problemas.
- Dispara.- durante una fracción de segundo temí que su pésimo sentido del humor lo llevara al asesinato, pero por suerte la escopeta no se movió de su lugar.
- En la mesa detrás de ustedes, y ya casi medio ebrio, está uno de esos fieles asistentes.- su dedo lechoso señaló a nuestras espaldas a un hombre grueso de estatura media al que pude reconocer como Cris “Tina” Burrow, el cobrador de Panino. Recordé penosamente las numerosas veces en que sus manos habían tenido más de mi sangre sobre ellas que la que había en todo mi cuerpo. Aún en ese estado el escuchar su sobrenombre no dejaba de arrancarme fugaces sonrisas entre golpe y golpe.
- Te veo después, acá o en el infierno.- dije a Cásper a modo de despedida, bien sabiendo que si moría e iba al infierno no habría forma de que lo encontrara entre tanta gente.
Con mi fiel Tony cuidando mis espaldas me senté en la mesa junto a Tina y puse en su mano una copa de cerveza, recientemente servida y mezclada con orina de mi cosecha personal.
- ¡Tina! Tanto tiempo sin verte. ¿Como te ha ido?- anuncié mientras me sentaba en el asiento opuesto al suyo. Su respuesta fue una mirada asesina que puedo helar mi sangre, si no hubiese estado tan caliente por el vodka que acababa de ingerir, la hazaña que me proponía realizar necesitaba de toda mi astucia y de la mitad de mi consciencia.
- ¿Cómo? ¿Desaparezco un par de años y ya se olvidan todos de quién soy? Vamos, mi cara fue la que te dejó esa cicatriz en el nudillo cuando me dejaste medio desangrado en este mismo bar... buenos tiempos...
La expresión de Tina cambió levemente como si intentara concentrar sus pocas neuronas disponibles en recordar mi rostro. Finalmente esbozó una leve sonrisa y asintió, justo antes de desplomarse nuevamente sobre la mesa tras depositar grandes cantidades de vómito en su bebida. Minutos después ya se había incorporado nuevamente y bebía de su cerveza a grandes sorbos, ante el gesto de profundo desagrado de Tony, Cásper y todos los presentes que habían observado mi obra.
La atmósfera se iba tornando cada vez más amigable. Tina y yo recordábamos viejos tiempos, viejos compañeros, gente que había muerto de causas poco probablemente naturales, hacía ya mucho tiempo. Mientras tanto Tony seguía pagando un trago tras otro para nuestro amigo, al cual cada vez se le aflojaba más la lengua y cada vez tenía menos posibilidades de regresar vivo a su casa. Así nos fuimos enterando de que el Panino de hecho se había metido en un problema mucho más grande de lo que estaba acostumbrado a manejar, algo que sin duda se relacionaba con algunos de los peces más gordos de la ciudad. Sin embargo, nadie sabía que clase de amenaza había recibido, ni quién la había formulado, para atemorizarlo al punto de querer borrar sus huellas a toda costa.
Ya iba oscureciendo. Las calles se convertían rápidamente en depósitos de los seres más bajos y repugnantes de la sociedad como prostitutas, drogadictos y las ancianas que contratan para hacer los avisos en teve-compras testeando un producto que ni siquiera pueden pronunciar. Justamente fue uno de estos parásitos el que se nos acercó a mí y a Tony, mientras cargábamos al semiconsciente gangster hasta su hogar provisional, para que le explicáramos el funcionamiento del tertergoister, una herramienta para el hogar con el poder de sacar a cualquier mayor de 90 años de su senilidad. Deshacerse de ella fue fácil en cuanto le demostramos con pruebas irrefutables que en sus manos solo había un pájaro muerto a medio digerir.
El plan, aunque nos había costado varias decenas de cervezas más de lo supuesto, había funcionado perfectamente. Una vez más me enorgullecí de mi habilidad por robar grandes ideas de películas que solo yo, y un par de adolescentes granulientos de Taiwan a los que jamás conoceré, hemos visto. Sin embargo en la susodicha película jamás mostraban al héroe teniendo que soportar la serenata del poroto que nos dedicó Tina. Si no hubiese tenido las manos ocupadas en cargarlo y en rascarme el boliche, no habría dudado en rellenar mi cuerpo con el contenido de su pistola... y la mierda que mal sonó esa frase.
Finalmente llegamos ante las puertas de lo que aparentaba ser un burdel de pésima categoría, pero una vez dentro descubrimos que se trataba de un prostíbulo de cuarta. Al tener a Tina como nuestro mugriento y ebrio pasaporte no tuvimos problemas para dejar atrás la aduana de la puerta, consistente en un ex luchador mexicano (aparentemente el ser nicaragüense le daba más confianza al pelear) y el enano de circo más grande del mundo. Como nuestro vomitado amigo gangster comenzaba a ser una carga inútil, además de maloliente, decidimos abandonarlo cerca de lo que alguna vez quiso ser un retrete, pero no aprobó el curso de manejo y tuvo que conformarse con ser un hueco en el piso. Por suerte antes de hundir su cabeza entre las heces de algún flatulento ser humano, alcanzó a indicarnos donde se encontraba la oficina del Panino.
En realidad una habitación con solamente un escritorio y una cama en la que aún había una pareja practicando el fino arte del masoquismo, merecía aún menos el título de oficina que la mía, sin embargo allí estaba el pequeño gran Panino, fumando opio y discutiendo con un invisible ejército de bufandas grises. Es realmente lamentable ver a un hombre al que se le ha tenido respeto caer en ese tipo de decadencia. En la mitad de su arenga a los inexistentes pedazos de lana, se le quebró la voz y se declaró vencido, tras lo cual un breve momento de lucidez le indicó que había un par de extraños en la habitación que lo observaban con una indisimulada mezcla de pavor y morbo. De forma sorprendentemente ágil para un hombre de su Ecuador, trepó a la destartalada silla que se acomodaba detrás del escritorio y clavó su mirada en nosotros.

El Regreso

No seré cantante pero igual es un regreso. Por fin, por primera vez desde junio, pude volver a entrar a la cuenta del blog (pausa para aplausos... gracias). Digamos que es el resultado de una lucha fezor y desigual con el sistema, que desde que Google se hizo con la compañía Blogger quiso obligarme a unirme a sus filas y olvidar mis raíces. Pero bueno, acá me tienen, después de una larga ausencia vuelvo a escribir en el blog, y ya les tengo una sorpresa para el próximo posteo. Sin más que agregar les agradezco a todos los que visitaron la página en este tiempo. Ojalá pueda mantenerme constante en la escritura y espero que disfruten el resultado de mi escritura. Muchas gracias.

martes, marzo 20, 2007

La plaga

Iba a revisar este cuento antes de subirlo pero al final me dio mucha paja, en vez de eso invertí el tiempo en en comer manzanas... muchas, muchas manzanas....

Llegó a mi puerta una mañana oscura de Abril, bañada por la lluvia torrencial que azota los montes tras las cosechas del verano. Su cuerpo entero tiritaba bajo el castigo del agua, protegido solo por una fina capa que escondía su figura. Sus manos, pálidas como la nieve, aferraban ya sin fuerza el pequeño atado de ropa que significaba todas sus pertenencias. Coronando la figura una capucha cubría su rostro, dejando entrever el brillo de una cálida sonrisa de dientes color Luna.
Así la encontré al abrir la puerta, y jamás pude olvidar la impresión que me causó esa sonrisa, firme a pesar de la gravedad del estado de quien la portaba. Apenas tuve tiempo de preguntarle quien era antes de que perdiera el sentido y se desplomara sobre mis brazos.
Con la ayuda de mi hermana la llevé hasta la cama de mi habitación, donde mi padre, armado de su estetoscopio y sus jeringas, nos garantizó que aunque su pulso estaba débil se encontraba fuera de peligro. Recomendó no despertarla para que pudiese recuperar sus fuerzas. Pasado el susto comenzó la vigilia en espera de que la bella durmiente obviara el beso del príncipe y abriera nuevamente sus ojos.
Despojada de su capa de viaje pude por fin observar sus hermosas facciones. Su palidez antes espectral ahora parecía más bien un blanco perlado, dándole a aquella figura angelical un aura de pureza, casi perfección. No me había dado cuenta aún, pero ya desde aquel momento me había enamorado perdidamente de ella.
Tardó un día entero en despertar, durante el cual la casa no tuvo un momento de paz. Mi habitación se llenó inmediatamente de curiosos, chismosas y autoridades de todo el pueblo que no podían dejar de dar su experta opinión sobre el proceder de nuestra misteriosa visitante. El padre Gregorio confiaba en que había venido del norte, de la zona de las montañas, y basaba su afirmación en la blancura de la piel de la joven y en el color dorado de sus cabellos. La señora de Mangales refutaba esto alegando que la vestimenta sugería más bien que venía de la costa, y que su blancura se debía más bien a que por una cierta enfermedad que la obligaba a permaneces encerrada en su casa.
Extrañamente la hipótesis más creíble era la dada por Martín, el escritor delirante, quien había tramado una espectacular historia en la que la joven era una noble de sangre quien habiéndose enamorado de un pobre campesino y engendrado un hijo producto de su amor prohibido habría sido obligada por su familia a encerrarse en el convento de las Dominicas como monja, entregando su hijo al cuidado de la madre de su amante. Ya muerto su malvado padre había huido del encierro y de sus votos para reencontrarse con su hijo. Sin embargo a mitad del camino habría sido sorprendida por la tormenta la cual la obligó a salirse del camino para buscar refugio en el pueblo. Concluía su novela afirmando que ahora la joven volvería al fin a su hogar solo para descubrir que su amado se había marchado junto a su hijo... y quien sabe que otros inventos sobre piratas y amores más allá del océano.
Sin embargo todas las teorías y preguntas quedaron sin respuesta cuando la joven por fin despertó sin un solo recuerdo en su mente. Aún recuerdo cuando al abrir sus enormes ojos azules, miró con sorpresa a su alrededor y en vez de preguntar por nuestra identidad nos suplicó que le dijésemos su nombre. El desencanto general fue notorio, y por fin nuestro hogar se vio liberado de la invasión de curiosos, aunque Martín seguía afirmando que la amnesia solo era otro espectacular giro en la historia que no dejaba de desarrollarse en su mente y que aparentemente llegaría a las salas de impresión en no menos de un mes.
Para la casa la llegada de la joven fue un soplo de alegría. Antes de que nos diéramos cuenta ya era parte de la vida familiar, ayudando a mi madre en las tareas domésticas y a mi hermanita con sus tareas del colegio. Incluso nos llevaba la comida a mi y al viejo cuando trabajábamos en la clínica y era quien llevaba la batuta en las charlas alegres después de la cena. Incluso en el pueblo pasó en poco tiempo a ser un miembro más de la comunidad de Montecentro, saludada por las señoras en el mercado y observada por los viejos verdes de la plaza. Todo lo tomaba con gusto, riendo con esa sonrisa de dientes de Luna que tanto me había impresionado la noche de su llegada. Camila fue el nombre que decidimos darle a nuestra huésped, o el que tendría al menos hasta no recordar el propio. Ella pareció feliz de recibirlo, y mucho más lo habría sido quizás de haber sabido que mi hermana quería ponerle Jenoveva.
Así transcurrieron los días, las semanas y los meses... pero ni una sola hora sin que mis sentimientos por ella crecieran hasta ocupar todo mis ser. Muchas veces charlábamos en la orilla del río mientras veíamos el caer de la tarde, y más de una vez nos dormimos sobre el pasto, abrazados para impedir que el frío nos obligara a regresar. Y sin embargo no estaba seguro de que me diría cuando una tarde, cumpliéndose cuatro meses de su llegada a mi puerta, la besé mientras despedía al Sol con su sonrisa de dientes de Luna. Jamás fui tan feliz como en aquel momento, cuando miró mi cara sonrojada y se lanzó sobre mí para cubrirme de besos.
Pero una nube negra tentaba contra nuestra felicidad. Varios, y cada vez más, miembros de la comunidad de Montecentro sufrían una misteriosa enfermedad que no tardó en ser llamada La Plaga. Los enfermos se identificaban por unas extrañas manchas negras que aparecían en su piel en todo el cuerpo, pocos días después de que hubieran aparecido las manchas la persona; fuera hombre, mujer, anciano, joven, diestro o zurdo; moría inevitablemente producto de un paro cardíaco. Lo terrible de esta enfermedad era la imposibilidad de predecir quien sería el siguiente en ser afectado y la inexistencia de una cura. Y como si la enfermedad no fuera lo suficientemente terrible de por sí una oscura leyenda comenzó a rondar por el pueblo. Decían que una figura negra se introducía en las habitaciones de las casas y soplaba sobre los durmientes y a la mañana siguiente las manchas aparecían sobre esa persona. Esta historia, tan increíble de por sí, hallaba soporte en aquellos que afirmaban haber visto a la tal figura encapuchada salir por la ventana de aquellos que luego enfermaron. Muchos de ellos no dudaron en comparar la figura con la famosa imagen de la muerte.
Trabajando en la clínica junto al viejo me pude ver como llegaban decenas de pacientes y morían inevitablemente uno tras otro. Sin embargo el hecho no me golpeó de lleno hasta el día en que mi hermana pequeña cayó enferma y murió tres días después. Fue un duro golpe para la familia, y el luto duró más de un mes. Camila hacía cuanto podía para hacerme sentir mejor, decía que no era culpa mía bien sabiendo la impotencia que yo sentía por no haber podido impedir que su vida se le escapara del cuerpo. Sus intentos dieron fruto finalmente cuando al cabo del mes negro se convirtió en mi esposa. La nube negra de la Plaga se disipó un poco por ese entonces, superada por el blanco del vestido de Camila cuando caminó al altar para hacerse mía. Los casos de muerte se redujeron tanto que hasta llegamos a pensar que la enfermedad ya había pasado. Sin embargo no tardó en regresar con aún más fuerza. En solo una semana murieron el padre Gregorio, el zapatero, la madre de Martín y los trillizos del alcalde. Y durante el siguiente año el número de víctimas aumentó sin frenos. La sombra negra solo se había tomado un descanso.
Ya en ese entonces Camila no era la misma, parecía apagada, como si el brillo que encandiló al mundo en el día de nuestra boda se hubiese esfumado en la noche siguiente. Ni siquiera el nacimiento de nuestro hijo logró devolverle esa sonrisa de dientes de Luna que yo tanto anhelaba ver. Más de una vez me despertó en la mitad de la noche entrando a la habitación. Ante mis sospechas de un engaño mi madre me aseguró que ya lo hacía épocas antes de que estuviésemos casados, ella le había confesado que sufría insomnio y buscaba el sueño caminando por el monte. La confesión aplacó mis ánimos pero seguía sin explicar su cambio de personalidad. Intenté culpar a su amnesia, al cambio de vida que habíamos tenido, hasta a la llegada de nuestro hijo... pero cuando una noche descubrí en su antebrazo las terribles manchas negras no tuve más remedio que aceptar que sufría la Plaga... una variación más lenta y más terrible de la enfermedad tal vez.
En vano intenté persuadirla de que confiara en mí, de que buscáramos la cura. Ella lo negaba todo, y me apartaba de su interior escudándose en su indiferencia. La sonrisa de dientes de Luna ya no volvió a aparecer.
Finalmente una noche se acercó a mí y me abrazó. No me explicó nada sino que simplemente lloró y yo presentí que el fin estaba cerca. Sabía con certeza que a la mañana siguiente ya la habría perdido. No pude contener el dolor y nuestras lágrimas corrieron hasta que ambos nos quedamos dormidos sobre la cama.
Un ruido extraño me despertó pasada la medianoche. Me levanté aún entre sueños y vi como Camila avanzaba deambulando por el pasillo hacia la puerta de salida. Intenté alcanzarla pero comenzó a avanzar más rápido y antes de que tuviese tiempo de tomar su brazo había desaparecido tras la puerta sin dejar rastro.
Antes de que pudiera entender que había sucedido escuché un ruido en la habitación de nuestro hijo. Con el corazón en la garganta corrí hasta la puerta y pude ver a la figura encapuchada inclinada sobre él respirando. El terror se apoderó de mí congelándome el cuerpo e impidiéndome de intervenir. Solo cuando la figura se hubo alejado hacia la ventana recuperé el control de mis movimientos y me abalancé sobre ella. Esquivó mi golpe con facilidad y caí al suelo al tiempo que rompía a llorar de impotencia y odio. Pero las lágrimas se transformaron en absoluto desconcierto cuando mi mirada alcanzó la figura negra que ahora pasaba sobre mí. Todo su cuerpo espectral estaba cubierto por una capa negra que se movía como una sombra. Coronando la figura una capucha cubría su rostro, dejando entrever el brillo de una cálida sonrisa de dientes color Luna.

martes, marzo 06, 2007

Pesadilla de Autor

Respiro despacio al girar la perilla de la puerta, el exterior me atemoriza como los monstruos invisibles que asediaban mi habitación desde la oscuridad impenetrable. Lamentablemente esta vez no cuento con ninguna luz salvadora para desaparecer todas las miradas insidiosas que me esperarán acosadoras, una vez surcada la puerta. Mirando una vez más de reojo la pantalla vacía de la computadora pidiendo a gritos una solución tomo el coraje para empujar la puerta. El alivio de verme solo en el jardín de mi casa me infunde los ánimos para emprender la marcha solitaria.
El Sol brilla escondiéndose tras hilos de nubes blancas que, pudorosas, buscan cubrir el brillo de sus rayos. Mas, al igual que mis ojeras cubiertas tras los cristales oscuros de los lentes, la luz escapa a toda prisión mofándose de sus captores mientras baila alegremente sobre el rocío matutino. Creyéndome ya a salvo de los mayores peligros recuerdo con dolor que mi mujer se ha llevado el coche aquella mañana, obligándome ahora a exponerme al mundo exterior sin más defensa que una sarta de mentiras. Y la oportunidad de ponerla en práctica no se hace esperar.
- ¡Buenos días maestro!- dice, esgrimiendo una sonrisa asesina, aquel vecino obeso, el que todos tenemos y del que jamás recordaremos el nombre.
- Buenos días...- repito, evitando la vergüenza de equivocar el apellido.
- ¿Cómo anda todo?- continúa cándidamente. Dudo que tenga intención de hacer corta esta entrevista.
- Bien- primera mentira – ya sabe, nada fuera de lo común.
La conversación deriva hacia temas intrascendentes como el estado del tiempo y la guerra en Medio Oriente. Doy cátedra sobre los males de la guerra sin siquiera saber de que países estoy hablando, al vecino no parece importarle, escucha embobado memorizando palabras y frases cuyo significado no le interesa. Lo único que desea es poder citarme en la cena con sus suegros el sábado a la noche.
Un ademán con el sombrero me indica que la conversación llega a su fin. Aliviado, le doy la espalda para marcharme antes de que su mujer u otro vecino me sorprenda por los flancos y me asalte con más preguntas. Mis esperanzas de escapar con mi orgullo intacto se desvanecen cuando a mis espaldas el vecino me ataca con la frase:
- ¿Qué lleva en la bolsa maestro? ¿Un nuevo manuscrito?
- Sí, ahora mismo lo llevo a que lo vea mi editor.- Mi sonrisa apenas puede resistir el peso de la vergüenza de saber que la bolsa en realidad solo está llena de papeles inútiles.
- ¡Ya era hora!- exclama el vil gusano – No sabe hace cuanto que mi suegro espera un nuevo trabajo suyo.
El golpe duele pero es justo. A diferencia mía el hombre no miente, pero ¿por qué la verdad habrá de ser tan cruel?
Ahora sí, me despido y me marcho sin pensarlo, la consciencia me pesa tanto que casi no puedo caminar derecho. Ya me voy haciendo la idea de que no podré llegar a destino sin tener que afrontar decenas de conversaciones iguales cuando al final de la calle veo un espejismo tan real que el corazón me da un vuelco, ¡un taxi! El hecho de encontrar uno vacío a estas horas de la mañana es tan milagroso como que el montón de basura en mi bolsa se conviertan en un best seller. La idea de publicarlos es por un momento tan tentadora que casi no reacciono a tiempo para frenar el vehículo.
Me subo, discreto, rezando porque no me reconozca, que no esté en ánimos de hablar o por lo menos que haya perdido la lengua... Doy la dirección. Hasta aquí todo bien, el conductor se da vuelta para consultarme sobre el camino a tomar y en seguida se pone en marcha.
Intento distraerme con el paisaje, intento no notar como los ojos del taxista me escrutan por el espejo retrovisor, intento no escuchar su exclamación de sorpresa, intento, pero no puedo, ignorar su voz cuando me pregunta por fin:
- ¡Usted! ¿Usted no es el autor ese... el del libro de los vagabundos?
- ¿Se refiere a “Ángeles de la calle”?
- Ese mismo.
- Sí... soy yo.
- Ya me parecía, vi su cara en la contratapa del libro.
- ¿Lo ha leído usted?
- Claro que sí, bueno, me obligó mi mujer. ¿Es gran fanática suya sabe?
Me falta el aire, no puedo hablar. Apenas llego a atinar una sonrisa. Espero una tregua pero el siguiente ataque no se hace esperar.
- Ya desde hace tiempo se viene quejando de que no sale nada suyo, no sabe como me tiene... que busque en las librerías, que pregunte en la casa editora... no le alcanza con que le diga que nadie sabe nada de ningún libro y punto. Y ahora justo me viene a tocar usted acá, debe ser cosa del destino, ¿no?
Otra tímida sonrisa es mi única respuesta. No me gusta para donde va esta conversación.
- Así que dígame, ¿Para cuando su próximo libro?
No tengo otra opción más que contestar.
- Y, eso depende de la editora, del tiempo de publicación, usted me entiende... el trabajo ya está escrito. Ahora, no podría decirle cuanto va a tardar, no depende de mí.
El hombre por un momento parece desalentado, sin embargo inmediatamente recupera la alegría.
- Pero ya lo escribió ¿no? Tanto no puede tardar ¿no?- y sin esperar mi respuesta agrega – ¡Que lindo! ¡No sabe que contenta que se va a poner mi señora!- y antes de que pueda esconderlo ve el paquete, ya está, estoy perdido. – Osea que... ¿el libro es eso que lleva ahí?
Trago saliva, no quiero contestar, no quiero mentir... y al mismo tiempo no puedo evitarlo.
- Sí, este es.
El hombre pone cara como si acabaran de decirle que el tumor en su próstata es benigno.
- Y entonces...- dice tímidamente – ¿no me dejaría darle una ojeada?
Mi mente se acelera en la búsqueda desesperada de una excusa
- Me encantaría...- tartamudeo – pero si en la editora ven que el paquete está abierto van a pensar que se lo ofrecí a alguna otra antes que ellos, ¿me entiende?
Increíblemente no solo me entiende, sino que me cree, pero no por eso se rinde.
- Entonces dígame por favor, ¿de qué va?
- ¿Cómo?
- Que de que va el libro.
- ¿El libro?
- Sí, el libro, ¿no me puede dar un anticipo sobre que trata para darle una sorpresa a mi mujer?
- Pero... le voy a arruinar la sorpresa.
- ¡Pero no se preocupe!- ríe el desgraciado – A mi no me va a arruinar nada, a mi mujer veo yo que le cuento y que no. Usted dígame que yo después el libro se lo compro igual.- me guiña el ojo socarronamente. Y yo desearía poder arrancárselo y hervirlo en aceite de girasol.
- Bueno...- busco desesperadamente por una idea, aunque sea pésima, para que me saque del apuro – el libro es sobre...- la expectativa en su rostro bloquea mi mente, no puedo pensar en nada. Nada de lo que diga se lo va a creer... – sobre...- esquimales, paraguas, una fuga de un instituto mental, canciones de cuna, el matrimonio, el divorcio, autos, caníbales, un hombre en una isla desierta... no eso ya existe, la historia de la caña de azúcar, otro tipo que viaja en el tiempo... demasiado gastado, una sociedad secreta de pediatras, la vida en un submarino, el impacto en la sociedad del mp3... ¡Algo! – ¡ratones!
La palabra se desliza sola, como impulsada por lo más hondo y lo más estúpido de mi mente.
- ¿Ratones?- dice el taxista, sin creerlo.
- ¡Ratones! Un grupo de ellos, que viaja por el mundo... buscando un hogar, y uno a uno van muriendo... hasta que el último descubre que el viaje mismo ha sido su hogar.-
- Es... bueno. Es muy bueno.- Ni yo ni él le creemos, pero fingimos hacerlo, por el bien de ambos. El resto del viaje transcurre en silencio, ni siquiera me mira cuando me dice lo que le debo. Entre nosotros hay una cortina invisible de frialdad. A pesar de todo estoy aliviado, cambié mi vergüenza por mi orgullo. Aunque creo que este último tampoco ha salido muy bien parado.
Ya en la calle no dudo más, me dirijo directamente al edificio que tengo enfrente sin importarme si me reconocen o no. Quiero terminar con esto lo antes posible. En mi camino al pequeño condominio de cuatro pisos escucho susurros detrás de mí, miradas... dedos señalándome. No lo soporto. Comienzo a correr y entro a los tropezones en el vestíbulo. Está vacío. Me creo a salvo hasta que escucho voces desde las escaleras, se acercan. Con un movimiento felino entro al ascensor y presiono el botón del tercer piso. No quiero correr riesgos inútiles. No quiero más preguntas sobre mis trabajos, mi próximo libro o los estúpidos ratones viajeros.
Llego finalmente hasta la oficina buscada. El soplo del aire acondicionado limpia las gotas de sudor y me devuelve el aliento tras la maratónica subida. Varias son las miradas que me observan curiosidad pero yo a no temo, allí me siento a salvo, los monstruos no pueden entrar.
- Ah, es usted- dice una voz profunda a mis espaldas. Antes de que pueda terminar de girarme para encarar a mi interlocutor su mano ya estrecha la mía – es un honor conocerlo. Por favor pase a mi oficina.
El hombre tiene una edad indefinible, parece pulcro y correcto, inteligente, lo hace sentir uno a gusto, en confianza. No puedo evitar preguntarme si así se verían los ángeles, si los hay, o los agentes demoníacos, esos los hay seguro.
Pasamos a una oficina elegante, plagada de cuadros de artistas extranjeros cuyos nombres son tan impronunciables y desconocidos como la corriente artística que siguen. Me siento a gusto, tranquilo, la atmósfera logra quebrantar todo recelo que aún pueda conservar. Sin embargo no olvido para que estoy ahí, quiero ir justo al punto.
- Usted disculpará que lo hayamos hecho venir hasta aquí.- no se si es una disculpa o una orden, su tono me confunde. – pero según me ha sido informado su caso es algo sumamente peculiar.
- Lo es- atiné a decir – y en realidad es algo que prefiero discutir en persona que por teléfono. Los contacté a ustedes porque tengo entendido que son los mejores en su campo y además muy discretos en relación a sus clientes.
- Correcto. Entonces dígame, ¿qué es lo que necesita que encontremos por usted?
- Mi inspiración.
- ¿Su inspiración?
- Me oyó, mi inspiración.- la sorpresa en el rostro del hombre me causa una extraña satisfacción, seguramente se esperaba todo menos lo que le dije.
- Creo que no lo entiendo.- dice al fin
- Es muy simple. Yo soy un autor conocido, eso le debe saber. Hace más de tres años estaba buscando ideas para mi siguiente obra, y como siempre fui a buscar mi inspiración en una plaza que se encuentra a pocas cuadras de mi casa. Sin embargo al llegar descubrí que ya no estaba. Se había marchado sin siquiera avisar a donde iba o cuando regresaría. Desde entonces la busco, sumido en la vergüenza de que sin ella mi carrera está acabada, no puedo escribir. Y en todos lados la gente me pregunta por un próximo libro que jamás habrá de llagar. Fíjese que tan desesperado estoy por mantener las apariencias que a cualquier lugar que vaya me traigo este montón de papeles inútiles para que la gente crea que tengo una nueva novela a punto de salir.
- ¿Entonces lo que usted quiere es... que encontremos esa inspiración perdida?
- Exactamente. Después de tanto tiempo decidí que era hora de contratar profesionales, y un amigo me dijo que ustedes eran los mejores en cuestiones de recuperación de bienes extraviados.
- Es verdad pero este caso francamente...- sé que intenta encontrar una excusa pero no la tiene. En el fondo sabe que mis razones son perfectamente válidas.
- Mire, usted solo dígame si van a tomar mi caso, de lo contrario me marcho inmediatamente. Tengo el presentimiento de que mi inspiración podría estar ahora en el bar donde conocí a mi mujer o en el asiento trasero del auto donde perdí la virginidad.
- Este... espéreme aquí afuera por favor, consultaré con mis superiores y le haré saber nuestra respuesta.- ya no parece tan seguro de sí mismo como al principio, se nota que lo abruma la responsabilidad de la tarea que quiero encomendarle.
Me siento en una silla apenas afuera de la oficina del sujeto. A pocos metros se encuentra la ventana, enfocando un par de pájaros que intentan inútilmente armar su nido con pajillas de plástico que han de haber encontrado tiradas en la vereda. Me pregunto si ellos sabrán mi secreto, si podrán ver más allá de esta fachada, si esos ojos acusadores lograrán verme no como el gran autor e incomparable novelista sino como un mediocre en decadencia y falto de ideas. Aparto ese pensamiento con furia, ahora podré volver a ser lo que era, la agencia encontrará mi inspiración y podré volver a escribir. ¡No seré un fracasado!
La idea bombea con tal fuerza en mi mente que no alcanzo a escuchar al hombre sin edad hablando por teléfono.
- Hola, ¿operadora? Comuníqueme con el hospital psiquiátrico de San Fermín... sí, no se preocupe, puedo esperar...