lunes, noviembre 12, 2007

Capítulo 7: Máxima intimidad

Tras haber rematado el capítulo anterior con un chiste pésimo y sin sentido, decidí, junto a mi fiel ejército de alucinaciones, que para poder dilucidar de una vez mi primer caso (que aparentemente iba también a convertirse en el más largo y trabajoso de mi brillante carrera) debía atenerme al único hecho sobre el que no parecían tener dudas ni los topos ciegos del zoológico del centro: la relación de Morgany con las drogas. Afortunadamente mis largos y corruptos años en la policía me habían puesto en contacto con más de un vendedor de polvo mágico de nieve, por lo que no tardé en dar con la dirección temporal del famoso Gordicelli, el enanísimo capo distribuidor de toda la pasta y harina del sur de la ciudad. El “Panino”, como todos lo llamaban tanto por su afición a los sandwiches de mortadela y limón como por su obsesión con los álbumes de figuritas de los personajes de Disney (se dice que una vez asesinó a sangre fría a un niño de 8 años por un “bambi en cuatro” en perfectas condiciones, resultando después que ya tenía unas 15... la mortadela puede tener terribles efectos en la memoria... en fin), el Panino y yo jamás nos habíamos llevado bien. Fuera que yo le pasara información sobre sus clientes a sus rivales o porque él me enviara al hospital por un mes sin siquiera enviarme un ramo de flores, jamás habíamos podido confraternizar, sin embargo su memoria funcionaba cada vez peor por lo que verlo nuevamente después de tanto tiempo sería como un primer encuentro.
La nueva casa de Gordicelli parecía erigirse invisible sobre un terreno baldío. Me tomó minutos deducir que la casa que hasta poco antes había albergado al pequeño capo mafioso ya no existía. Sin pistas y con un hambre de la san bondiola, dejé que el gordo Tony me invitara a comer una vez más. A todo esto el recipiente de estupidez y grasa que se hacía llamar mi empleador estaba de lo más contento con el supuesto misterio que ahora, vaya uno a saber como, rodeaba al asunto y no dejaba de fantasear sobre doncellas raptadas y mafiosos malvados, mientras un chorro de mayonesa resbalaba por sus cachetes abultados por años de crímenes contra la salud. Por como hablaba y comía, parecía que en cualquier momento iba a tener un orgasmo oral. Por suerte pude escapar al baño antes de verlo suceder. A mi regreso me horroricé con la visión de un par de personas sentadas cerca nuestro vomitando incontrolablemente. Otros simplemente habían optado por el suicidio antes que correr el riesgo de ver algo así suceder nuevamente. Tony parecía estar absolutamente orgulloso de sí mismo por lo que no solo pagó sin protestar sino que además me regaló un muñequito de Darth Vader en bikini que vendían en el almacén frente al restaurante.
Estando necesitado de información sobre el paradero del Panino, caminé con Tony hasta el estacionamiento de escoria social de Cásper. A pesar de la tierna broma que se había jugado a costa de mis órganos días antes, ya no sentía ningún deseo de agarrar su cabeza y meterla abajo de un martillo neumático, atraer a todas las ratas de la ciudad sobre su cuerpo mientras que el payaso triste de los sims le invade la despensa, y echar sus restos a los indigentes famélicos del parque Medaunpesojefe... no, absolutamente ninguno.
Viéndome ya recompuesto y acompañado por un chanchito alcancía viviente, puso su mejor cara de hombre honesto y bueno, comparable a la de Chuky Dennerty en “un hombre honesto y bueno 2, la venganza del subíndice violador”, película muy interesante que logré ver en la tele de un vecino gracias a un par de binoculares que le robé a un ciego. Igualmente él no los iba a necesitar.
- ¡Inspector!- dijo Cásper jovialmente mientras tanteaba abajo del mostrador en busca de su escopeta, en caso de que mis intenciones fuesen poco diplomáticas. -¿Le sirvió la información que le di?- agregó con la inocencia de un niño... un niño homicida neonazi miembro del Ku-Klux-Klan.
- No tengas miedo, por más que seas un traidor hijo de un contingente de containers cargados de mierda no te voy a hacer nada, es más, te traje un nuevo negocio.- respondí utilizando mi actitud de falso duro que tan poco me ayudaba en estas situaciones.
Los ojos de Cásper brillaron ante la posibilidad de exprimir todo dólar que mi acompañante estuviese cargando consigo. De inmediato desistió de su intención de transformar mi encéfalo en queso gruyère y escuchó nuestro pedido.
Después de que hube relatado nuestras peripecias matutinas, agregando detalles insignificantes como la marca de goma de mascar que masticaba un perro cimarrón mientras se volteaba un poste de luz y exagerando de modo obsceno la forma en que yo había rescatado a esas calientes modelos rusas de las garras de un asaltante, le comentamos nuestro desacierto al dar con el paradero del enano Panino.
- Lo que más me sorprende es que tus contactos te hayan dado direcciones tan acertadas, ese lugar fue la casa del Panino durante solamente una semana y estuvo ahí hasta hace dos días. Aparentemente se metió con alguien de categoría muy superior y tiene que volar constantemente de un lugar a otro para evitar ser capturado.- afirmó dándose aires de gran entendido.
- Y por supuesto el gran y omnisciente dueño del bar de Gino puede decirnos donde se está quedando actualmente.- repliqué yo con sarcasmo suficiente para asesinar una ballena de Groenlandia.
- En realidad tengo una dirección, pero es muy posible que ya haya pasado a otro lugar. Con la estrategia que el enano mantiene se asegura de sembrar la duda sobre toda información que hable de su paradero. Solo sus colaboradores más cercanos son informados de los futuros traslados. Pero parece que hoy es tu día de suerte viejo amigo, porque puede que haya otra solución a sus problemas.
- Dispara.- durante una fracción de segundo temí que su pésimo sentido del humor lo llevara al asesinato, pero por suerte la escopeta no se movió de su lugar.
- En la mesa detrás de ustedes, y ya casi medio ebrio, está uno de esos fieles asistentes.- su dedo lechoso señaló a nuestras espaldas a un hombre grueso de estatura media al que pude reconocer como Cris “Tina” Burrow, el cobrador de Panino. Recordé penosamente las numerosas veces en que sus manos habían tenido más de mi sangre sobre ellas que la que había en todo mi cuerpo. Aún en ese estado el escuchar su sobrenombre no dejaba de arrancarme fugaces sonrisas entre golpe y golpe.
- Te veo después, acá o en el infierno.- dije a Cásper a modo de despedida, bien sabiendo que si moría e iba al infierno no habría forma de que lo encontrara entre tanta gente.
Con mi fiel Tony cuidando mis espaldas me senté en la mesa junto a Tina y puse en su mano una copa de cerveza, recientemente servida y mezclada con orina de mi cosecha personal.
- ¡Tina! Tanto tiempo sin verte. ¿Como te ha ido?- anuncié mientras me sentaba en el asiento opuesto al suyo. Su respuesta fue una mirada asesina que puedo helar mi sangre, si no hubiese estado tan caliente por el vodka que acababa de ingerir, la hazaña que me proponía realizar necesitaba de toda mi astucia y de la mitad de mi consciencia.
- ¿Cómo? ¿Desaparezco un par de años y ya se olvidan todos de quién soy? Vamos, mi cara fue la que te dejó esa cicatriz en el nudillo cuando me dejaste medio desangrado en este mismo bar... buenos tiempos...
La expresión de Tina cambió levemente como si intentara concentrar sus pocas neuronas disponibles en recordar mi rostro. Finalmente esbozó una leve sonrisa y asintió, justo antes de desplomarse nuevamente sobre la mesa tras depositar grandes cantidades de vómito en su bebida. Minutos después ya se había incorporado nuevamente y bebía de su cerveza a grandes sorbos, ante el gesto de profundo desagrado de Tony, Cásper y todos los presentes que habían observado mi obra.
La atmósfera se iba tornando cada vez más amigable. Tina y yo recordábamos viejos tiempos, viejos compañeros, gente que había muerto de causas poco probablemente naturales, hacía ya mucho tiempo. Mientras tanto Tony seguía pagando un trago tras otro para nuestro amigo, al cual cada vez se le aflojaba más la lengua y cada vez tenía menos posibilidades de regresar vivo a su casa. Así nos fuimos enterando de que el Panino de hecho se había metido en un problema mucho más grande de lo que estaba acostumbrado a manejar, algo que sin duda se relacionaba con algunos de los peces más gordos de la ciudad. Sin embargo, nadie sabía que clase de amenaza había recibido, ni quién la había formulado, para atemorizarlo al punto de querer borrar sus huellas a toda costa.
Ya iba oscureciendo. Las calles se convertían rápidamente en depósitos de los seres más bajos y repugnantes de la sociedad como prostitutas, drogadictos y las ancianas que contratan para hacer los avisos en teve-compras testeando un producto que ni siquiera pueden pronunciar. Justamente fue uno de estos parásitos el que se nos acercó a mí y a Tony, mientras cargábamos al semiconsciente gangster hasta su hogar provisional, para que le explicáramos el funcionamiento del tertergoister, una herramienta para el hogar con el poder de sacar a cualquier mayor de 90 años de su senilidad. Deshacerse de ella fue fácil en cuanto le demostramos con pruebas irrefutables que en sus manos solo había un pájaro muerto a medio digerir.
El plan, aunque nos había costado varias decenas de cervezas más de lo supuesto, había funcionado perfectamente. Una vez más me enorgullecí de mi habilidad por robar grandes ideas de películas que solo yo, y un par de adolescentes granulientos de Taiwan a los que jamás conoceré, hemos visto. Sin embargo en la susodicha película jamás mostraban al héroe teniendo que soportar la serenata del poroto que nos dedicó Tina. Si no hubiese tenido las manos ocupadas en cargarlo y en rascarme el boliche, no habría dudado en rellenar mi cuerpo con el contenido de su pistola... y la mierda que mal sonó esa frase.
Finalmente llegamos ante las puertas de lo que aparentaba ser un burdel de pésima categoría, pero una vez dentro descubrimos que se trataba de un prostíbulo de cuarta. Al tener a Tina como nuestro mugriento y ebrio pasaporte no tuvimos problemas para dejar atrás la aduana de la puerta, consistente en un ex luchador mexicano (aparentemente el ser nicaragüense le daba más confianza al pelear) y el enano de circo más grande del mundo. Como nuestro vomitado amigo gangster comenzaba a ser una carga inútil, además de maloliente, decidimos abandonarlo cerca de lo que alguna vez quiso ser un retrete, pero no aprobó el curso de manejo y tuvo que conformarse con ser un hueco en el piso. Por suerte antes de hundir su cabeza entre las heces de algún flatulento ser humano, alcanzó a indicarnos donde se encontraba la oficina del Panino.
En realidad una habitación con solamente un escritorio y una cama en la que aún había una pareja practicando el fino arte del masoquismo, merecía aún menos el título de oficina que la mía, sin embargo allí estaba el pequeño gran Panino, fumando opio y discutiendo con un invisible ejército de bufandas grises. Es realmente lamentable ver a un hombre al que se le ha tenido respeto caer en ese tipo de decadencia. En la mitad de su arenga a los inexistentes pedazos de lana, se le quebró la voz y se declaró vencido, tras lo cual un breve momento de lucidez le indicó que había un par de extraños en la habitación que lo observaban con una indisimulada mezcla de pavor y morbo. De forma sorprendentemente ágil para un hombre de su Ecuador, trepó a la destartalada silla que se acomodaba detrás del escritorio y clavó su mirada en nosotros.

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