martes, marzo 06, 2007

Pesadilla de Autor

Respiro despacio al girar la perilla de la puerta, el exterior me atemoriza como los monstruos invisibles que asediaban mi habitación desde la oscuridad impenetrable. Lamentablemente esta vez no cuento con ninguna luz salvadora para desaparecer todas las miradas insidiosas que me esperarán acosadoras, una vez surcada la puerta. Mirando una vez más de reojo la pantalla vacía de la computadora pidiendo a gritos una solución tomo el coraje para empujar la puerta. El alivio de verme solo en el jardín de mi casa me infunde los ánimos para emprender la marcha solitaria.
El Sol brilla escondiéndose tras hilos de nubes blancas que, pudorosas, buscan cubrir el brillo de sus rayos. Mas, al igual que mis ojeras cubiertas tras los cristales oscuros de los lentes, la luz escapa a toda prisión mofándose de sus captores mientras baila alegremente sobre el rocío matutino. Creyéndome ya a salvo de los mayores peligros recuerdo con dolor que mi mujer se ha llevado el coche aquella mañana, obligándome ahora a exponerme al mundo exterior sin más defensa que una sarta de mentiras. Y la oportunidad de ponerla en práctica no se hace esperar.
- ¡Buenos días maestro!- dice, esgrimiendo una sonrisa asesina, aquel vecino obeso, el que todos tenemos y del que jamás recordaremos el nombre.
- Buenos días...- repito, evitando la vergüenza de equivocar el apellido.
- ¿Cómo anda todo?- continúa cándidamente. Dudo que tenga intención de hacer corta esta entrevista.
- Bien- primera mentira – ya sabe, nada fuera de lo común.
La conversación deriva hacia temas intrascendentes como el estado del tiempo y la guerra en Medio Oriente. Doy cátedra sobre los males de la guerra sin siquiera saber de que países estoy hablando, al vecino no parece importarle, escucha embobado memorizando palabras y frases cuyo significado no le interesa. Lo único que desea es poder citarme en la cena con sus suegros el sábado a la noche.
Un ademán con el sombrero me indica que la conversación llega a su fin. Aliviado, le doy la espalda para marcharme antes de que su mujer u otro vecino me sorprenda por los flancos y me asalte con más preguntas. Mis esperanzas de escapar con mi orgullo intacto se desvanecen cuando a mis espaldas el vecino me ataca con la frase:
- ¿Qué lleva en la bolsa maestro? ¿Un nuevo manuscrito?
- Sí, ahora mismo lo llevo a que lo vea mi editor.- Mi sonrisa apenas puede resistir el peso de la vergüenza de saber que la bolsa en realidad solo está llena de papeles inútiles.
- ¡Ya era hora!- exclama el vil gusano – No sabe hace cuanto que mi suegro espera un nuevo trabajo suyo.
El golpe duele pero es justo. A diferencia mía el hombre no miente, pero ¿por qué la verdad habrá de ser tan cruel?
Ahora sí, me despido y me marcho sin pensarlo, la consciencia me pesa tanto que casi no puedo caminar derecho. Ya me voy haciendo la idea de que no podré llegar a destino sin tener que afrontar decenas de conversaciones iguales cuando al final de la calle veo un espejismo tan real que el corazón me da un vuelco, ¡un taxi! El hecho de encontrar uno vacío a estas horas de la mañana es tan milagroso como que el montón de basura en mi bolsa se conviertan en un best seller. La idea de publicarlos es por un momento tan tentadora que casi no reacciono a tiempo para frenar el vehículo.
Me subo, discreto, rezando porque no me reconozca, que no esté en ánimos de hablar o por lo menos que haya perdido la lengua... Doy la dirección. Hasta aquí todo bien, el conductor se da vuelta para consultarme sobre el camino a tomar y en seguida se pone en marcha.
Intento distraerme con el paisaje, intento no notar como los ojos del taxista me escrutan por el espejo retrovisor, intento no escuchar su exclamación de sorpresa, intento, pero no puedo, ignorar su voz cuando me pregunta por fin:
- ¡Usted! ¿Usted no es el autor ese... el del libro de los vagabundos?
- ¿Se refiere a “Ángeles de la calle”?
- Ese mismo.
- Sí... soy yo.
- Ya me parecía, vi su cara en la contratapa del libro.
- ¿Lo ha leído usted?
- Claro que sí, bueno, me obligó mi mujer. ¿Es gran fanática suya sabe?
Me falta el aire, no puedo hablar. Apenas llego a atinar una sonrisa. Espero una tregua pero el siguiente ataque no se hace esperar.
- Ya desde hace tiempo se viene quejando de que no sale nada suyo, no sabe como me tiene... que busque en las librerías, que pregunte en la casa editora... no le alcanza con que le diga que nadie sabe nada de ningún libro y punto. Y ahora justo me viene a tocar usted acá, debe ser cosa del destino, ¿no?
Otra tímida sonrisa es mi única respuesta. No me gusta para donde va esta conversación.
- Así que dígame, ¿Para cuando su próximo libro?
No tengo otra opción más que contestar.
- Y, eso depende de la editora, del tiempo de publicación, usted me entiende... el trabajo ya está escrito. Ahora, no podría decirle cuanto va a tardar, no depende de mí.
El hombre por un momento parece desalentado, sin embargo inmediatamente recupera la alegría.
- Pero ya lo escribió ¿no? Tanto no puede tardar ¿no?- y sin esperar mi respuesta agrega – ¡Que lindo! ¡No sabe que contenta que se va a poner mi señora!- y antes de que pueda esconderlo ve el paquete, ya está, estoy perdido. – Osea que... ¿el libro es eso que lleva ahí?
Trago saliva, no quiero contestar, no quiero mentir... y al mismo tiempo no puedo evitarlo.
- Sí, este es.
El hombre pone cara como si acabaran de decirle que el tumor en su próstata es benigno.
- Y entonces...- dice tímidamente – ¿no me dejaría darle una ojeada?
Mi mente se acelera en la búsqueda desesperada de una excusa
- Me encantaría...- tartamudeo – pero si en la editora ven que el paquete está abierto van a pensar que se lo ofrecí a alguna otra antes que ellos, ¿me entiende?
Increíblemente no solo me entiende, sino que me cree, pero no por eso se rinde.
- Entonces dígame por favor, ¿de qué va?
- ¿Cómo?
- Que de que va el libro.
- ¿El libro?
- Sí, el libro, ¿no me puede dar un anticipo sobre que trata para darle una sorpresa a mi mujer?
- Pero... le voy a arruinar la sorpresa.
- ¡Pero no se preocupe!- ríe el desgraciado – A mi no me va a arruinar nada, a mi mujer veo yo que le cuento y que no. Usted dígame que yo después el libro se lo compro igual.- me guiña el ojo socarronamente. Y yo desearía poder arrancárselo y hervirlo en aceite de girasol.
- Bueno...- busco desesperadamente por una idea, aunque sea pésima, para que me saque del apuro – el libro es sobre...- la expectativa en su rostro bloquea mi mente, no puedo pensar en nada. Nada de lo que diga se lo va a creer... – sobre...- esquimales, paraguas, una fuga de un instituto mental, canciones de cuna, el matrimonio, el divorcio, autos, caníbales, un hombre en una isla desierta... no eso ya existe, la historia de la caña de azúcar, otro tipo que viaja en el tiempo... demasiado gastado, una sociedad secreta de pediatras, la vida en un submarino, el impacto en la sociedad del mp3... ¡Algo! – ¡ratones!
La palabra se desliza sola, como impulsada por lo más hondo y lo más estúpido de mi mente.
- ¿Ratones?- dice el taxista, sin creerlo.
- ¡Ratones! Un grupo de ellos, que viaja por el mundo... buscando un hogar, y uno a uno van muriendo... hasta que el último descubre que el viaje mismo ha sido su hogar.-
- Es... bueno. Es muy bueno.- Ni yo ni él le creemos, pero fingimos hacerlo, por el bien de ambos. El resto del viaje transcurre en silencio, ni siquiera me mira cuando me dice lo que le debo. Entre nosotros hay una cortina invisible de frialdad. A pesar de todo estoy aliviado, cambié mi vergüenza por mi orgullo. Aunque creo que este último tampoco ha salido muy bien parado.
Ya en la calle no dudo más, me dirijo directamente al edificio que tengo enfrente sin importarme si me reconocen o no. Quiero terminar con esto lo antes posible. En mi camino al pequeño condominio de cuatro pisos escucho susurros detrás de mí, miradas... dedos señalándome. No lo soporto. Comienzo a correr y entro a los tropezones en el vestíbulo. Está vacío. Me creo a salvo hasta que escucho voces desde las escaleras, se acercan. Con un movimiento felino entro al ascensor y presiono el botón del tercer piso. No quiero correr riesgos inútiles. No quiero más preguntas sobre mis trabajos, mi próximo libro o los estúpidos ratones viajeros.
Llego finalmente hasta la oficina buscada. El soplo del aire acondicionado limpia las gotas de sudor y me devuelve el aliento tras la maratónica subida. Varias son las miradas que me observan curiosidad pero yo a no temo, allí me siento a salvo, los monstruos no pueden entrar.
- Ah, es usted- dice una voz profunda a mis espaldas. Antes de que pueda terminar de girarme para encarar a mi interlocutor su mano ya estrecha la mía – es un honor conocerlo. Por favor pase a mi oficina.
El hombre tiene una edad indefinible, parece pulcro y correcto, inteligente, lo hace sentir uno a gusto, en confianza. No puedo evitar preguntarme si así se verían los ángeles, si los hay, o los agentes demoníacos, esos los hay seguro.
Pasamos a una oficina elegante, plagada de cuadros de artistas extranjeros cuyos nombres son tan impronunciables y desconocidos como la corriente artística que siguen. Me siento a gusto, tranquilo, la atmósfera logra quebrantar todo recelo que aún pueda conservar. Sin embargo no olvido para que estoy ahí, quiero ir justo al punto.
- Usted disculpará que lo hayamos hecho venir hasta aquí.- no se si es una disculpa o una orden, su tono me confunde. – pero según me ha sido informado su caso es algo sumamente peculiar.
- Lo es- atiné a decir – y en realidad es algo que prefiero discutir en persona que por teléfono. Los contacté a ustedes porque tengo entendido que son los mejores en su campo y además muy discretos en relación a sus clientes.
- Correcto. Entonces dígame, ¿qué es lo que necesita que encontremos por usted?
- Mi inspiración.
- ¿Su inspiración?
- Me oyó, mi inspiración.- la sorpresa en el rostro del hombre me causa una extraña satisfacción, seguramente se esperaba todo menos lo que le dije.
- Creo que no lo entiendo.- dice al fin
- Es muy simple. Yo soy un autor conocido, eso le debe saber. Hace más de tres años estaba buscando ideas para mi siguiente obra, y como siempre fui a buscar mi inspiración en una plaza que se encuentra a pocas cuadras de mi casa. Sin embargo al llegar descubrí que ya no estaba. Se había marchado sin siquiera avisar a donde iba o cuando regresaría. Desde entonces la busco, sumido en la vergüenza de que sin ella mi carrera está acabada, no puedo escribir. Y en todos lados la gente me pregunta por un próximo libro que jamás habrá de llagar. Fíjese que tan desesperado estoy por mantener las apariencias que a cualquier lugar que vaya me traigo este montón de papeles inútiles para que la gente crea que tengo una nueva novela a punto de salir.
- ¿Entonces lo que usted quiere es... que encontremos esa inspiración perdida?
- Exactamente. Después de tanto tiempo decidí que era hora de contratar profesionales, y un amigo me dijo que ustedes eran los mejores en cuestiones de recuperación de bienes extraviados.
- Es verdad pero este caso francamente...- sé que intenta encontrar una excusa pero no la tiene. En el fondo sabe que mis razones son perfectamente válidas.
- Mire, usted solo dígame si van a tomar mi caso, de lo contrario me marcho inmediatamente. Tengo el presentimiento de que mi inspiración podría estar ahora en el bar donde conocí a mi mujer o en el asiento trasero del auto donde perdí la virginidad.
- Este... espéreme aquí afuera por favor, consultaré con mis superiores y le haré saber nuestra respuesta.- ya no parece tan seguro de sí mismo como al principio, se nota que lo abruma la responsabilidad de la tarea que quiero encomendarle.
Me siento en una silla apenas afuera de la oficina del sujeto. A pocos metros se encuentra la ventana, enfocando un par de pájaros que intentan inútilmente armar su nido con pajillas de plástico que han de haber encontrado tiradas en la vereda. Me pregunto si ellos sabrán mi secreto, si podrán ver más allá de esta fachada, si esos ojos acusadores lograrán verme no como el gran autor e incomparable novelista sino como un mediocre en decadencia y falto de ideas. Aparto ese pensamiento con furia, ahora podré volver a ser lo que era, la agencia encontrará mi inspiración y podré volver a escribir. ¡No seré un fracasado!
La idea bombea con tal fuerza en mi mente que no alcanzo a escuchar al hombre sin edad hablando por teléfono.
- Hola, ¿operadora? Comuníqueme con el hospital psiquiátrico de San Fermín... sí, no se preocupe, puedo esperar...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada día vas mejor. Cuando seas muy famoso ¿podré presumir de que te conocí en un foro? Anda si, dí que sí, andale, nomás tantito, no seas cobarde, anda si, dí que si ¿siiiiiiiiiii?

En serio, congratulaciones. Cada escrito tuyo es mejor que el anterior. En este se nota una madurez que no había visto antes en tu trabajo. ¡Adelante!

Con cariño y admiración. Patch.

Anónimo dijo...

Ya sabes lo que pienso de lo que escribes Tincho, me encanta ese humor que caracteriza a muchos de tus textos, otra vez me hiciste reír.
Felicidades!
te quiero!

Santiago dijo...

Jaa parece a propósito, pero acabo de leer éste. No sé si no lo había leído o no lo recuerdo. Buenísimo.