viernes, abril 16, 2010

Las cinco fases de escuchar a tus vecinos

¡Ya está! Me saqué la modorra de encima. A escribir…

Una de las bellezas de nuestra sobrevalorada vida moderna es que nos permite vivir en cómodos apartamentos ubicados en edificios (reservando las arcaicas moradas unitarias para los estratos más altos y más bajos de la sociedad) donde la creciente pérdida de intimidad que los inquilinos de las viviendas van sufriendo se hace más evidente a medida que las torres se vuelven más y más altas y las paredes menos y menos gruesas. Por si el título no lo dejó claro, estamos (desde la cuarta línea ya pueden ser considerados cómplices del crimen) hablando de escuchar a quienes viven en los habitáculos contiguos al nuestro cumplir el vil acto que en las sagradas escrituras del Kama Sutra se define como “ponerla”.

El sexo es hoy como siempre la necesidad más básica de quienes reconocen que garantizar la supervivencia de la especie es la razón por la que estamos en el mundo. Al mismo tiempo, es también la necesidad más básica de quienes reconocen el ponerla, o recibirla en todo caso, es la razón por la que estamos en este mundo. Debido a que ese rango abarca un porcentaje presumiblemente alto de la población mundial (decir “todos” es un poco exagerado, asumo que habrá quince personas que prefieren priorizan el escribir un libro, plantar un árbol o jugar al World of Warcraft), no sorprende que la práctica sea tan común entre los seres humanos, aún en ambientes tan escaso de privacidad como el baño de un avión, la fila H del cine y el sillón del living con tu vieja (¿por qué? Porque le encanta). A pesar de los grandes avances que ha hecho el individuo social en aceptar la realidad de que otra gente también la pone, y siempre mucho más seguido que vos, y con tu vieja; una prueba indirecta de este suceso como puede ser el escuchar a alguien dar evidencia concreta de ese hecho durante dos horas seguidas en el apartamento de al lado aún desencadena en nosotros una serie de reacciones perfectamente divisibles en cinco fases para comodidad del lector.

Fase 1: Negación

Se escucha un ruido extraño a través de la pared y lo primero que queremos pensar es en que la vecina no está haciendo lo que a nosotros nos gustaría estar(le) haciendo. Las excusas que tratamos de imponernos como “es una ventana que está abierta” o “es una película”, quedan rápidamente descartadas cuando el ruido de la ventana suena extrañamente parecido al nombre, apellido y número de seguro del señor del sexto piso. A esa altura sólo queda dejar lugar a la aceptación o convencerse de que se trata de un intento de homicidio e irse a dormir con la conciencia tranquila.

Fase 2: Ira

“¡Desubicados!”, piensa nuestro yo hipotético, “Gritar de esa forma sin consideración por los demás inquilinos”. La situación nos parece una vergüenza, una afrenta, un escupitajo en la cara a la moral y a los valores sociales. Hasta que nos damos cuenta que si fuera uno es ser que estuviese llenando el formulario, importaría poco y nada el que él o ella lo grite en los tímpanos de todos tus habitantes contiguos. Es más, si a vos querido lector, tu vecino te encarara a la mañana siguiente de una noche de lujuria desenfrenada, sus apelaciones al respeto y decoro sonarían tan fuera de lugar como los Teen Angels haciendo de teloneros en un recital de la Renga.

Confío en la honestidad intelectual de las 15 personas a las que les llegará esto como una cadena de Spam (reenvíalo a otras 15 o tus vecinos la van a poner todas las noches con lujo de gritos de acá hasta que te mudes a la Patagonia). Ustedes saben que la bronca es por envidia, frustración o porque no tenés ningún huequito en la pared para espiar. Lo que nos lleva a…

Fase 3: Curiosidad

De pronto ya no negás el ruido, mucho menos te resulta molesto. A esta altura estás irremediablemente desvelado y la falta de programación decente en la tele a esas altas horas (a menos que tengan Premium, en ese caso pueden ver a sus vecinos en el canal 548. En el 549 está tu vieja) hacen de quedarse escuchando los ya familiares gemidos la opción más llamativa. Al prestar atención se reconocen tonos, modos, reacciones de ese big bang que ocurre a escasos metros tuyos. El interés se agudiza, se eriza la piel, empiezan las fantasías. El juego empieza.

Fase 4: Diversión

La pared ya un estorbo casi inútil. Escuchás todo con lujos de detalles y ya pensaste en tirar abajo la pared y poner un vidrio para invitar a tus amigos la próxima. La fantasía se dispara para todos lados y la imagen llega a ser más nítida que el HD del televisor/I-pod de Steve Jobs.

Fase 5: Comunicación

Si hubiese una audiencia empezarías un relato, pensás, solo para darte cuenta de que internet ES una audiencia y la computadora un micrófono. Buscás a cualquier amigo que esté conectado y le contás todo lo que está pasando, compartís los detalles, creás una trama… a los 5 minutos ya tenés un guión para venderle a playboy. Sólo te falta abrir un blog sobre tu experiencia, imprimir remeras con la leyenda “Yo escuché a mis vecinos. Sabés perfectamente de qué te hablo… no te hagas el dobolu” y abrir un grupo de fans de Facebook que prometa fotos de Pamela David en bolas si llega a los 4302863 miembros.

A la mañana siguiente te encontrás con el novio de tu vecina en la puerta de abajo del edificio. Vos sabés que él sabe que vos sabés, lo tenés escrito en la cara… todo culpa del alcohol y de que había un marcador cerca, pero resistís el impulso de llamarlo campeón y palmearle la espalda porque en el fondo sabés que no deberías saber lo que él sabe que sabés (si te mareaste volvé al principio del párrafo, tomá aire y volvé a arrancar. La salud es lo primero). A los pocos segundos el impulso pasa y, sin mirarlo a los ojos te escabullís de su presencia. Tres noches después el ciclo vuelve a comenzar.

1 comentario:

Marijó Pérez Insúa dijo...

todo el texto, pero el último párrafo es simplemente brillante... una excelente manera para comenzar mi semana.. viviendo en el fondo un terreno muy largo que no linda con ningún vecino...