Caminaba por la ciudad como si nada, sin destino fijo, uno más en la marea de gente que recorre las calles día a día. No se por qué me eligió justo a mí, no tenía nada en especial, había varias personas alrededor mío que habrían servido mucho mejor para sus propósitos. Sin embargo fui yo quien, al quedarme parado esperando a que cambiara el semáforo, sentí algo frío y metálico que se apoyaba en mi espalda al tiempo que una voz profunda me susurraba al oído “Si hacés algo te mato”. Una ola de terror invadió mi cuerpo.
El asaltante me obligó a cruzar la calle, al tiempo que sus amenazas impregnaban mis oídos hasta dejar en mi cerebro solo espacio para el miedo. Yo miraba sin cesar a las personas que pasaban a mi lado, ¿cómo podía ser que no vieran lo que sucedía? ¿Acaso, no era obvio? ¿Acaso no veían el arma que presionaba contra mi espalda? Ahora que lo pienso, tal vez sí lo veían, pero por miedo o por indiferencia miraron a otro lado creyendo que no sería más que un simple robo, un simple susto para la pobre víctima. Me gustaría que ahora supieran lo equivocados que estaban.
Caminamos un par de cuadras hasta llegar a un callejón donde las luces habían dejado de funcionar hacía mucho tiempo, no se veía una sola alma alrededor. Aún permanecía detrás mío mientras su brazo impedía que me girara para ver su rostro, lo cual me asustaba todavía más. Por fin nos detuvimos en la mitad del callejón, donde la falta total de luz hacía imposible que nos vieran. El ladrón me ordenó vaciar mis bolsillos. Yo hasta el momento había creído que se conformaría con las pocas monedas que llevaba en los bolsillos o, en el peor de los casos, se llevaría mis zapatos también. Sin embargo por su reacción al ver tan poco dinero pude comprender que aquello no terminaría allí.
Comenzó a preguntarme sobre mi casa, si tenía dinero allí, que tan lejos quedaba. Al mismo tiempo no dejaba de repetir que no intentara nada estúpido y que si hacía lo que me decía no sucedería nada. Pero el tono de su voz había cambiado, parecía casi tan asustado como yo. En ese momento pensé que si no huía las cosas solo se pondrían peor para mí.
Aprovechando un segundo de distracción empujé con todas mis fuerzas hacia atrás y pude sentir el filo del metal cortar mi espalda. Apenas vi al ladrón caer al suelo me abalancé sobre él y de un golpe le quité la navaja de la mano. Sin embargo él no tardó en reaccionar, sentí su puño chocar contra mi rostro al tiempo que yo golpeaba el suyo. Continuamos forcejeando por varios minutos, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
Mi mano se cerró sobre una gran piedra tirada en el suelo e instintivamente golpeé al ladrón en el cráneo. Por fin dejó de moverse, su cuerpo se desplomó a mi lado mientras respiraba con dificultad. Lo único que podía ver era la sangre que brotaba de entre sus cabellos, quería irme de allí cuanto antes. Pero de pronto recordé todo el miedo que había sentido, la impotencia y la vergüenza que había sufrido. Podía sentir la ira y el odio recorriendo mi cuerpo. Tomé nuevamente la piedra y comencé a golpear con furia la cabeza de mi atacante, hasta que su respiración cesó y me levanté temblando con las manos bañadas en sangre.
Entonces, a pesar de la oscuridad, pude ver por primera vez el rostro del ladrón. Yo creí que vería algún borracho o un vagabundo, sin embargo solo pude ver a un chico que no tendría más edad que yo. La piedra resbaló de mis manos y cayó al suelo con un ruido sordo.
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Hace 1 año.